QUINCE

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—¿Por qué ahora, Hércules? —Lyra engulló el último trozo de pan que le quedaba y miró fijamente a su compañero. Se acercó las rodillas al pecho, aguantando un quejido de dolor—. Si sabías que yo era una rebelde, ¿por qué no me lo dijiste antes?

El picador se encogió de hombros.

—No lo sabía desde el principio —respondió, apoyando la cabeza en la pared junto a la que estaba sentado. Ambos jóvenes estaban susurrando en una esquina de La Guarida, poco después de que la cena se hubiese servido y las luces se hubieran apagado. Hércules había conseguido comida para ambos, y eso había hecho que Lyra recuperara parte de sus fuerzas—. Hace unos días te vi la estrella —se señaló su propia clavícula—, y me di cuenta —Lyra abrió la boca para hablar, pero el chico se adelantó—. No iba a decirte nada estando Fornax, Cráter y Perseo junto a ti —su mirada muerta se estrechó—. A saber qué pueden hacer con ese tipo de información.

Lyra tragó saliva y asintió con la cabeza. Sospechaba que esa no era la única razón: seguramente, Hércules tampoco se llevara bien con Cráter, y, por ende, con Fornax y Perseo. Al acordarse de los dos recolectores, Lyra quiso echarse a llorar, pero se mordió el labio con fuerza para aguantarse las ganas. Pensaba que eran sus amigos.

Pensaba que estarían de su parte.

—¿Y tú? —le preguntó Hércules. Lyra frunció el ceño. El chico la señaló—. ¿Cómo has llegado a esto? Estás hecha mierda.

La chica sonrió. En el poco rato que había estado hablando con él, la joven se había dado cuenta de que Hércules era, ante todo, una persona directa. No se andaba con rodeos, y siempre soltaba lo primero que le pasaba por la cabeza. Eso, en vez de molestar a Lyra, le gustaba. Ella necesitaba a alguien sincero, a alguien que no se escondiera.

A alguien real.

—Rompí un trato con Fornax —respondió, haciendo una mueca. Se señaló el rostro: el labio sangrante, el ojo morado, la piel costrosa—. Y este ha sido el precio a pagar.

Hércules negó con la cabeza.

—Nunca debiste hacerlo —Lyra enarcó una ceja. Los ojos muertos de Hércules se ensancharon—. Estar con Fornax.

Lyra bufó.

—Como si tú me hubieses ayudado mucho también —le recriminó. Hércules se mantuvo en silencio durante unos segundos, ausente, y poco después sacudió la cabeza.

—Tengo mis propias razones —fue lo único que dijo. La chica frunció el ceño, pasando de la curiosidad a la furia en un amplio abanico de emociones. ¿Cómo que razones? Abrió la boca para decir algo, pero Hércules se le anticipó. De nuevo—. Tal vez algún día te las cuente. Pero, bueno, volviendo al tema: no debes darle más vueltas —el picador le señaló el rostro—. No eres la primera, y seguramente tampoco la última.

Los ojos de Lyra se agrandaron de golpe.

—¿Lo hacen mucho? —Hércules asintió con la cabeza, dándole la razón. Lyra tragó saliva. Eso quería decir que había más como ella—. ¿Por qué? ¿Por qué nadie les dice nada? —la chica estaba indignada. ¿Cómo eran capaces de permitir eso, cómo eran siquiera capaces de hacerlo?—. ¿Y los guardias? ¿Tampoco reaccionan?

Hércules soltó una risita cansada.

—¿Los guardias? —repitió—. A ellos les da igual con tal de que al día siguiente puedas seguir trabajando. Los demás recolectores tienen demasiado miedo para acercarse a Fornax, y ya no hablemos de detenerla. Y ella no es tonta —se aguantó otra oscura carcajada—. Se aprovecha de los más necesitados: de los que acaban de llegar, de los que no consiguen comer —hizo un gesto con la cabeza—. Igual que hizo contigo.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora