NUEVE

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—¿No sabes cómo funciona esto?

Lyra negó con la cabeza, acomodándose a los cortos pasos de la mujer. Había encontrado a Fornax poco después de salir de las duchas, una vez ya en La Guarida. A pesar de que Lyra no se había dado cuenta, la gran sala contaba con otras tantas habitaciones adyacentes —aunque mucho más pequeñas que la principal—, y Fornax la estaba conduciendo a una de ellas, a su espacio personal. Según la mujer, tenía algo que enseñarle.

—Bien —dijo Fornax—. Las Minas se dividen en cinco Alas: nosotras estamos en el Ala Uno, la más grande de todas. Fue la primera que se construyó —esquivaron a una pareja de recolectores que hablaba en voz baja y a unos niños tumbados sobre el suelo, prácticamente saltando sobre ellos—. Casi todos los nuevos van a parar aquí. Todas las Alas tienen la misma estructura: infinitas Guaridas, infinitos Túneles, infinitos de todo. Nosotros estamos destinados a El Túnel XXI, que es nuestro número de grupo —señaló hacia atrás, hacia donde se apiñaba el resto. A Lyra le pareció ver a Hércules con su mirada sin vida puesta sobre ellas, pero, cuando intentó fijarse mejor, el chico ya no estaba.

—¿De grupo? —Lyra sacudió la cabeza—. ¿Hay más recolectores?

Fornax rio.

—¿Más? —le rozó la mejilla con los dedos—. Oh, dulce niña, claro que hay más. Me parece que en el Ala Uno llegamos hasta cincuenta grupos como este.

Lyra tragó saliva al escuchar las palabras de la mujer.

—¿Y nadie ha intentado salir? —preguntó, con un nudo en la garganta—. Hay demasiada gente aquí. Seguro que...

—Intentar no es la palabra correcta —la interrumpió Fornax. Sus ojos verdes relampaguearon—. Por supuesto que se ha intentado, a veces con más éxito y otras con menos. El problema es que nadie lo ha conseguido —Fornax se encogió de hombros—. Pero es mejor que te quites esas ideas de la cabeza, cielo. No te van a hacer ningún bien.

La joven se mantuvo en silencio, queriendo rebatir a la recolectora. ¿Cómo podía aceptar el hecho de que pasaría su vida allí, trabajando hasta el agotamiento sin poder salir a respirar aire fresco, sin volver a ver la luz del sol o de las estrellas?

No, nunca abandonaría esas ideas.

—Volvamos al tema —sugirió la mujer—. Quién manda aquí. Bien, hay varios cargos en las Minas, y ninguno se valora igual. Por un lado, estamos los recolectores: extraemos directamente el tyrannus de la montaña y lo acumulamos para que después, los transportistas, lo lleven a Aseguración.

«Aseguración...», pensó Lyra. «Ahí es donde está Hydra».

—¿Los transportistas son los que van de verde? —preguntó Lyra.

Fornax asintió con la cabeza.

—Cada cargo tiene un color asignado —explicó—. Blanco para los recolectores, verde o marrón para los transportistas y amarillo para los aseguradores. Los aseguradores se encargan de calibrar el valor y el peso del tyrannus, de ver si es útil o no —Fornax escupió al suelo—. Esos cabrones son los que mejor viven.

«Por eso Hydra quería estar en Aseguración...».

—Podríamos decir que esa es la parte... —Fornax buscó la palabra adecuada—, obligada. Luego están los jefes, por supuesto. Rojo para los soldados: para los buscadores, los capataces, los guardias, los custodios y los vigilantes. Cada uno se encarga de una cosa distinta —torcieron en un pronunciado recoveco. Fornax señaló a Lyra y levantó una ceja—. Ten cuidado con esos, dulce niña. Son unos completos animales, y no dudan en comportarse como tales.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora