TRES

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—Mamá, ¿cuánto queda para llegar?

Auriga suspiró con cansancio y miró a Taurus, que caminaba a paso vivo a su lado. El hombre meneó la cabeza.

—Por favor, Lyra, dile a tu hermana que ya estamos casi —Andrómeda le sacó la lengua a la mediana de las tres jóvenes, y como respuesta se llevó un codazo—. ¡Chicas, por favor!

Lyra soltó una carcajada y abrazó a Andrómeda por los hombros.

—Mamá, tranquilízate —Lyra le sonrió. Auriga la miró fijamente, y después frunció el entrecejo. Su hija señaló al frente—. Andrómeda solo te está tomando el pelo. Mira, ya hemos llegado.

El pueblo, ahora distinto a los demás días anteriores, se erguía con orgullo a unos metros de ellos. Lyra achinó los ojos y aceleró el paso. El Festival era una celebración que se realizaba una vez al año para conmemorar el inicio del verano y las buenas cosechas, y solo duraba una noche. Se hacía un baile en el Salón Principal —un edificio tan antiguo como la tierra misma—, y al final de la velada todo el pueblo le dedicaba en conjunto unas devotas oraciones a las Estrellas. A Lyra le encantaba el Festival. Pasaba los meses anteriores al aclamado día creando su propio vestido y planificando con Corona Australis la noche al completo: decidiendo con quién y cuándo bailarían, los momentos en los que descansarían y los paseos que se darían para airearse en la fresca noche veraniega.

Todo tenía que ser perfecto.

—Hydra, Lyra —ambas chicas se giraron. Lyra miró de reojo a su hermana mayor y admiró su precioso vestido rojo, un traje que su madre había heredado de su abuela. A ella no le quedaba bien; en cambio, a Hydra le sentaba como anillo al dedo. Resaltaba su figura espigada y su cuello de cisne; se pegaba a su pecho y hacia contraste con el suave color blanquecino de su piel. Lyra sacudió la falda de su vestido blanco mientras se acercaba a su madre—. Chicas, nosotros nos iremos pronto a casa, que mañana Andrómeda sigue teniendo clases —la pequeña abrió la boca para protestar, pero con una recriminatoria mirada de su padre se mantuvo en silencio—. ¿Os podéis ocupar de cerrar la puerta del cercado de las ovejas cuando volváis?

Hydra bufó y sacudió una mano en el aire. Se dio la vuelta y se alejó de ellos, internándose en la marea de gente que avanzaba hacia el Salón Principal.

Lyra se encogió de hombros.

—Lo haremos —le dio un beso a sus padres y a Andrómeda, y les sonrió mientras retrocedía—. ¡Pasáoslo bien!

—¡Tened cuidado! —gritó Auriga, pero Lyra ya estaba demasiado lejos para oírla. Se había sumergido en el ambiente mágico del Festival, y pocas cosas había que la sacaran de allí.

Lyra sonrió, y a punto estuvo de soltar un chillido de emoción. Torció por la gran calle que llevaba a la plaza del pueblo, pero en vez de dirigirse al Salón Principal —donde Corona Australis la esperaba con impaciencia, mirando una y otra vez el reloj que colgaba de una de las paredes de la sala—, caminó hacia una casucha casi derruida a unos metros del edificio donde se concentraban todos los habitantes del poblado. Entró en las ruinas con cuidado de no tropezarse con el prístino vestido, y miró a su alrededor. Tal vez en mejores tiempos se encontraría en un granero, pero ahora parecía de todo menos eso. El suelo estaba lleno de paja y tierra, y únicamente había una especie de hoguera que iluminaba la estancia como decoración. Nada más. Un escalofrío recorrió la espalda de Lyra. A lo mejor no había sido buena idea venir...

—Bien, ya estás aquí. Si te soy sincero, pensaba que no vendrías.

Lyra centró la mirada en Orión, que iba acompañado de dos hombres más, todos con ropas similares a las de él —trajes sucios y gastados de trabajar en el campo—. Se colocaron frente a ella formando una línea, dejando a Orión en el medio.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora