VEINTIDÓS

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—¡Lyra! ¡Lyra!

Hércules alzó la mirada incluso antes que su compañera, y poco le faltó para levantarse de un salto. Ambos recolectores estaban debatiendo sobre hacia dónde debían expander sus incursiones: si hacia arriba, donde podrían toparse con la salida del Ala Uno, o hacia abajo, dirección que podrían tomar para hacerse con la posición de más Guaridas y Túneles. La campana que marcaba la cena había sonado hacía horas, y La Guarida del Grupo XXI permanecía en un silencio reconfortante que permitía a los dos recolectores hablar de sus planes en voz alta sin que nadie les molestara. Pero los gritos de Aquila les pusieron en tensión y cortaron sus palabras al segundo, y más todavía cuando el niño llegó corriendo y sudando a la sala en la que se escondían.

—¡Lyra! —resolló. La manos finas se puso en pie enseguida y se acercó a él rápidamente—. ¡Ha pasado algo!

Y sin dejarle tiempo a decir nada más, el crío agarró su mano y echó a correr por el pasillo, avanzando sin pausa hasta la habitación principal. El corazón de Lyra le retumbaba en el pecho, marcaba sus apresurados movimientos, similar al clonc clonc de El Túnel. ¿Qué podría haber pasado? La habitación principal permanecía inalterable; los recolectores dormían plácidamente como siempre, y parecía que no había nadie despierto. Pero las zancadas de Aquila por encima de los trabajadores la llevaban a la salida, y entonces la joven comprendió a dónde la conducía el pequeño.

Una niña estaba tirada sobre el suelo, acompañada de una chica que fácilmente podría tener la edad de Andrómeda. Aquila se detuvo junto a ellas, y Lyra se agachó a su lado. La niña tenía la ropa rasgada y embadurnada de barro, además del rostro sangrante y la piel magullada. Su brazo estaba torcido en una extraña postura. Lyra se aguantó las ganas de vomitar.

—Por favor, Lyra —le suplicó Aquila—. Por favor, ayúdala.

La chica estaba llorando, observando cómo la niña yacía inmóvil sobre el suelo. La manos finas no sabía qué hacer, ni siquiera lo que le había pasado. Pero, aunque el olor férreo de la sangre inundaba sus fosas nasales, asintió con la cabeza y cogió a la pequeña en brazos, cargando con su frágil cuerpo. Escuchó cómo se le escapaba un débil jadeo de dolor. Lyra, acompañada de Aquila y la otra joven, volvió con cuidado hasta su habitación privada, donde Hércules les esperaba en la puerta. El grandullón soltó una maldición cuando los vio.

—Aquila, vete a por agua —dijo Lyra, dejando a la niña sobre el suelo del cuarto. Le entregó un pequeño recipiente que Cygnus le había regalado en una de sus clases pasadas, y el recolector desapareció—. Hércules, ayúdame a colocarla bien.

El picador obedeció, y entre los dos posicionaron a la pequeña de manera que quedara en el medio. La niña estaba inconsciente, o por lo menos lo suficientemente débil como para siquiera poder abrir los ojos.

—Los guardias la acaban de traer —habló la otra chica, arrodillada junto a Lyra. La recolectora la miró de reojo—. De Los Canales. No había vuelto a la hora, y todos pensábamos que...

—Que se había quedado atrapada —intervino Hércules, notando la voz rota de la joven. Ella asintió con la cabeza con los ojos brillantes, demasiado afectada para seguir hablando. El picador se dirigió a su compañera—. Muchas veces, en los túneles de Los Canales hay vacíos, huecos que no se ven a primera vista. La tierra se desprende, y entonces caes —Lyra tragó saliva con dificultad. El marrón de la mirada de Hércules se oscureció—. Y no vuelves a salir.

Lyra miró a la niña, observó sus ojos apretados con fuerza y su respiración trabajosa. Debía de tener los mismos años que Aquila. ¿Nueve? ¿Diez? Justo la edad de Hércules cuando llegó a Las Minas. Lyra tuvo que apretar los puños para que la ira no se apoderara de ella, tuvo que tragar aire con fuerza para mantenerse quieta en el sitio.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora