OCHO

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El hambre acabaría con Lyra si no hacía nada cuanto antes para impedirlo.

Se sentía agotada, dolorida, famélica. A pesar de que estaba muy cansada y de que todos los demás recolectores dormían, ella no podía conciliar el sueño. Su grupo de recolectores —había más recolectores además de ellos en el Ala Uno— era el grupo XXI; aproximadamente doscientas personas metidas en una misma sala, tanto hombres y mujeres como niños. Se apiñaban para poder darse calor en la fría noche —por el horario que tenían, Lyra creía que ya había anochecido hacía rato—, pero las paredes de gélida roca negra les aislaban del posible calor que pudiera haber, congelándolos en su lugar. Lyra se sentía sucia y débil. Estaba apoyada contra una esquina de la gran sala, agarrándose el abdomen con las manos, con los ojos cerrados y tratando de calmar los furiosos rugidos de su estómago. Hércules dormía a unos metros de ella: inalterable, indiferente, inamovible. ¿De verdad había matado a su antiguo compañero? Lyra se lo creía; ya no solo porque lo hubiera dicho un soldado, sino por la actitud de los demás recolectores hacia él. Cuando el chico pasaba por su lado, se apartaban, y siempre trataban de huir de su mirada de hierro y acero.

Era como si les diese miedo.

Lyra soltó un jadeo. El vacío de su estómago mezclado con el frío de sus huesos no hacía una buena combinación, y de repente se encontró sorteando los cuerpos dormidos de los recolectores, buscando alguna migaja de pan que se pudiera haber pasado por alto ante los estrictos ojos de los demás manos finas y picadores. Nada. Solo tierra oscura y hombres manchados con ella; solo muecas asustadas y mujeres que las escondían; solo vacío y niños rodeados por él. Lyra volvió a su sitio, renqueando. Se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo, mirándose las manos callosas de trabajar en su granja y ensangrentadas por separar el maldito tyrannus una y otra vez, una y otra vez. Una y otra vez. Una furtiva lágrima descendió por su mejilla. No aguantaba más...

Y alguien puso una mano sobre su hombro.

Lyra levantó la cabeza de golpe y se encontró mirando a unos profundos ojos verdes. La mujer que estaba arrodillada frente a ella le sonrió, y sus dientes blancos —a juego con sus ropas y cabellos— resplandecieron en la oscuridad. Lyra se sorbió la nariz y enderezó la espalda. La mujer retiró la mano de su cuerpo e inclinó la cabeza.

—Cariño, debes de estar hambrienta —murmuró en voz baja, su suave voz susurrando en la habitación. Lyra no respondió. La mujer soltó una risita y le señaló el estómago—. Esos rugidos se escuchan a kilómetros de distancia, créeme.

Y no sabía por qué, pero Lyra se relajó. Hundió los hombros y se apartó el cabello blanco del rostro, ennegrecido por la suciedad y los días sin lavarse.

—No he comido nada desde que llegué aquí —farfulló, tosiendo al hablar.

—Oh, mi dulce niña —la mujer hizo una mueca compungida, y rebuscó en los bolsillos de sus pantalones. Aunque Lyra no podía verlo bien por la falta de luz, lo que había en los dedos de la mujer eran varios trozos de pan. Lyra estiró una mano para cogerlos, pero la recolectora los quitó de su vista—. Ah, ah, otra cosa antes, cariño —sus ojos verdes brillaron, parecidos al tyrannus que aguardaba en El Túnel—. Yo te ofrezco protección. Comida. Con cada problema que tengas aquí te ayudaré e incluso solucionaré, ¿entiendes, dulce niña? —Lyra asintió, hambrienta—. Tú ya me pagarás más adelante —la mujer sacudió la cabeza, restando importancia a sus palabras. Colocó todos los trozos del jugoso pan en una mano, y la otra la extendió hacia la joven—. ¿Trato hecho?

Lyra la miró en la oscuridad. No podía imaginar ninguna forma de pago que la pusiera en una peor situación que en la que estaba, y entonces, empujada por el hambre y el cansancio, estrechó la mano de la mujer con sus sucios y delgados dedos.

La Recolectora {Las Minas de Cornug #1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora