Novum Vitae

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Dicen que no cuesta nada caer, pero que es tres veces más difícil en levantarse.

Y yo creo que eso sea cierto.

El golpe que recibí me llevó al lugar en el que me encontraba en aquel momento. Perdida en una casa en mitad del bosque, sola, casi sin recibir visitas. Aunque tampoco quería tenerlas, las únicas personas que quería ver no podrían haber ido hasta allí.

Estaba sola.

Me sentía vacía, no tenía a nadie en el mundo.

Realmente sí, tenía a mi hermano, tenía a mis compañeros, pero... No era lo mismo, ya nada volvería a ser igual.

Me sentía casi como una máquina, por las mañanas me levantaba, tomaba una ducha caliente, desayunaba y trabajaba en la pequeña granja en la que vivía sola, hasta la hora de comer, después leía aquella obra de Hawthorne: "La letra escarlata".

Si bien es cierto que no leía siempre la misma novela, puesto que podía estar tardes enteras leyendo a Kafka, Dostoievki, Wolfe e incluso Twain. Sin embargo, la novela que siempre me había fascinado desde la primera página había sido "Dr Jekyll y Mr Hyde" de Stevenson.

Quizá lo que más me fascinaba era la dualidad del protagonista, de como podían llegar a existir dos personas en una sola. En un primer momento, todo aquello sonaba fantástico e irreal, pero por desgracia, yo lo había vivido. Había tenido dentro de mi mente a una criatura, a un fantasma sediento de sangre. Y se suponía que todo aquello había pasado hacía años...

Pero la soledad de aquella casa hacía que mi mente vagara por todos los rincones posibles, hasta dar con los recuerdos pasados en los que mi propio monstruo acechaba en las sombras.

Y la primera vez que lo experimenté no había sido con Hydra...

Cuando ocurrió, yo tenía ocho o nueve años, mi padre aún vivía, al igual que mi madre. Pero... Todos los días eran una pesadilla.

Mi padre se levantaba pronto para ir a trabajar y mi madre nos despertaba a mi hermano y a mí para ir al colegio, una costumbre que manteníamos desde que éramos muy pequeños. A mitad de camino recogíamos a James, y al volver era su madre quien nos llevaba a casa, porque la nuestra estaba ocupada.

No ocupada en el trabajo, por supuesto, mi padre no se lo permitía. Ni tampoco saliendo a eventos como las mujeres del centro de la ciudad o la madre de James o Clara. Ella se quedaba con mi padre, llevándole alcohol mientras él se dedicaba a ver la televisión y fumar un paquete de cigarrillos diarios (puesto que conseguía un "descuento" gracias al asma de Steve).

Al llegar a casa mamá nos mandaba a nuestra habitación, por supuesto, no quería que viéramos a nuestro padre en aquel estado, aunque con el tiempo, el miedo pasó a ser una costumbre.

Sin embargo, los dos obedecíamos sin poner objeción y allí nos dedicábamos a las tareas de la escuela. Steve siempre me ayudaba, puesto que, al ser un año mayor que yo, iba a un curso superior y, para que mentir, se le daba mucho mejor que a mí todo lo relacionado con las artes plásticas.

Mientras nuestros padres discutían a fuera -o mejor dicho, mi padre gritaba a mi madre por el efecto del alcohol- Steve dibujaba. Dibujaba Brooklyn desde nuestra ventana, me dibujaba a mí, a James, a mamá, a Clara... Steve era feliz, su felicidad estaba en lo que dibujaba, en aquellos a los que dibujaba.

Por eso mismo el bloc de Steve no tenía dibujos de mi padre.

Si algo odiábamos ver los dos por las mañanas eran las marcas en el cuerpo de mamá, sus ojos hinchados, con marcas negras, rojos de llorar, su labio inferior partido, abiertos y secos, su rostro marcado por las arrugas, aún siendo joven, mamá parecía cada día más y más anciana.

The Time We LostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora