En la noche, en el medio de un trozo de hielo, y sin ganas de luchar más, Piperina se arrodilló.
—Rezar, se supone que debo de rezar —murmuró—. Pedir ayuda a mí padre. Es la única pista que ese cerdo me ha dado. ¿Pero por qué no sirve? ¿Qué es lo que se supone que haga para resolver esto? ¡Es un delirio!
Piperina comenzó a respirar con rapidez. No podía llorar de nuevo. Últimamente extrañaba mucho a Nathan y su sonrisa, anhelando poder abrazarlo y decirle que lo quería cerca de ella.
Extrañaba a Amaris, sus consejos, sus ojos, ese color que recordaba cada que miraba hacia el cielo.
Extrañaba a Skrain. Aquel pensamiento hizo que se sintiera enojada, porque Skrain la había abandonado.
Hacía algunas noches, entre sueños, Conrad le había mostrado una versión de los hechos que ella misma no conocía.
Cuando Alannah la había inmovilizado y puesto ese conjuro sobre ella para quitarle sus habilidades, entregándola a unos matones después para hacerla desaparecer, él y Connor habían notado su ausencia. Ella había dicho:
—Piperina se fue. Dijo que no podía dejar a Nathan ir lejos de ella, y que lo alcanzaría para poder casarse cuánto antes.
Ojalá hubiera hecho eso. Seguir las indicaciones de Amaris, casarse con él, huir como una loca enamorada.
—Piperina no haría eso —contestó Connor, incrédulo. Su rostro contorsoniado en imcredulidad—. ¿Irse con Nathan? Se llevaban bien, pero compañeros, no como...
—¿Cómo amantes? —preguntó Skrain, con rostro duro y sin expresión—. Se veían así la noche antes de la guerra. Yo...
—¿Lo ves? —interrumpió Alannah—. Se fue. Acéptalo.
Connor negó con la cabeza.
—Hay algo extraño aquí —dijo—. ¿Puedo hablar con Skrain a solas?
Alannah asintió. Estaba tranquila, aún después de haber golpeado a Piperina, de someterla a una tortura interminable. Una vez estuvieron solos, Connor preguntó:
—¿De verdad lo crees?
—Sí —contestó Skrain, taciturno—. Claro que sí.
—Hay algo que no cuadra aquí —insistió—. ¿No le gustaban tú? ¿Por qué de repente se iría con él?
—Nunca le di esperanzas, tal vez se rindió —contestó Skrain. Parecía apesadumbrado—. Últimamente...
—Comenzaste a dudar de lo que sentías por Alannah. Pero ahora que Piperina se fue, y es feliz, es demasiado tarde para tí. Quieres creer que sucedió porque así ya no vas a tener que preguntarte a tí mismo a cual de las dos es a la que quieres.
—Connor, no sabes lo que dices. Si realmente dudas entonces búscala y resuelve lo que, según tú, sucede. Yo no haré nada.
Piperina alejó aquel recuerdo de su mente. Recordarlo no le ayudaría en nada. Después de que Alannah consiguiera el cetro había vuelto a ver a Piperina, (que estaba escondida en las profundidades de una cueva oscura debajo del palacio), y se la llevó con ella por el mar hasta algún punto desolado en el medio del mar.
—Te quitaré lo que te hace tú misma —había dicho ella, acto seguido estiró su mano y le quitó su poder. Su esencia. Esa habilidad, de dónde sea que hubiera salido, terminó con cualquier esperanza que Piperina tuviera de liberarse. Un conjuro terminaría con el tiempo, pero quitarle su poder, de esa manera, era algo distinto.
Piperina exhaló. No podía rezar. Siempre que lo intentaba regresaban los malos recuerdos a su mente.
¿Y cómo rezarle a alguien que no conocía? ¿Una persona qué sólo había visto una vez?
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Susurros de Erydas.
FantasyUna guerra se ha librado. Lo que se creería que traería paz absoluta fue sólo un preludio hacia una guerra más poderosa aún, una lucha de poder. Amaris, cuarta princesa del Reino Luna, está desesperada por encontrar a su hermana. Sabe que la necesi...