Capítulo 36. «Encuentros y enfrentamientos»

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—Zedric, no sé si estamos haciendo lo correcto —dijo Piperina con voz queda y dudosa. Él le respondió con el ceño fruncido, labios apretados, y las siguientes palabras:

—Lo estamos haciendo. Amaris ya nos había dicho el plan, no la necesitamos para llevarlo a cabo.

Zedric y Piperina, tal como Amaris lo había pensado, no se detuvieron porque ella no estaba, sino que avanzaron e hicieron señales de reconocimiento antes del atardecer, así dando una y otra orden a todos los generales y pequeños mandos que se dedicarían a la invasión. Por el momento solo estaban haciendo varios campamentos alrededor del palacio, así esperando hacer un asedio efectivo. Los barcos habían llegado esa misma tarde, y efectivamente se instalaron en zonas fronterizas en las que, o al menos por el momento, no podían ser atacados. Estaban camuflajeados, parecían más barcos pesqueros que de guerra. Aún con las amenazas de guerra el comercio no se había detenido, generalmente manejado por pequeñas asociaciones entre nobles o burgueses de bajo estatus. Aquellos barcos aseguraban que nadie huiría, mientras que, por su parte, otra tercera parte del ejército había ido a esconderse en las bajas laderas, cerca del bosque, donde no podían verlos. Zedric le había dado a todos los de su ejército estrictas instrucciones sobre su forma de moverse, esto específicamente enfocado a qué se evitaran las fogatas, llamas, cualquier tipo de señal que pudiera llamar la atención de la guardia fronteriza. Si todo salía de acuerdo al plan,  Amaris les daría el tiempo suficiente como para que entraran al lugar, esto a cualquier costo.

Para el atardecer habían terminado de labrar su plan. Zedric avanzó con la mitad de la parte del ejército que se había escondido cerca de las laderas, llegando así hasta el borde de las murallas de la ciudad. Las tierras de Belina estaban bien marcadas gracias a estas grandes murallas  y torres que la rodeaban, así que la mejor forma de invadir era pasando las murallas que estaban alrededor del palacio y tomándolo antes de que llegara el amanecer. Zedric y Piperina solo eran unos cuantos entre los que entrarían al palacio, habían al menos otros cien rodeando las torres y murallas.

Aún así, ella dudó respecto a emprender la marcha sin Amaris. Se encontraron en el borde de la ciudad antes de que pudiera notarlo, y cuando tuvo que mandarle a las raíces del lugar que escalaran, subiendo hasta la parte más alta de las murallas, sintió que Amaris le faltaba.

—Puedo sentir cuando algo no está bien —contestó. Entonces ladeó su mirada por un segundo, buscando—. Todo está tranquilo, pero no lo suficiente. La noche es como cualquiera, y eso me hace sentir segura, pero lo que me perturba es que no esté. Ella simplemente no está, y peleó contigo, conmigo, no está bien, necesita que estemos ahí para ella.

—Piperina —respondió Zedric mientras tomaba una de las lianas que Piperina había llamado y la jalaba para escalar—, confío en ti. Tú puedes hacerlo.

Piperina asintió. Sabía que aquello ayudaría a su pueblo. Necesitaban avanzar, detener a Alannah. No se trataba de la guerra o de ganar, era algo mucho más grande. Era mantener la paz, quitarle el poder a ella, conseguir menos muerte y mejor estabilidad.

Piperina suspiró, giró la mirada, y trató de sentir los movimientos que iban y venían a su alrededor. Diez, exactamente diez iban en cada grupo. Así pudo distinguir a los aliados. Siendo así, le mandó a la tierra que creara las mismas lianas para dejarlos subir. Ya era más buena con las plantas, aunque usarlas le quitaba gran parte de su energía. Sintió el bajón enseguida, y solo Nathan, por estar al lado de ella y percibir las bajas de energía y cosas parecidas, notó.

—¿Estás bien? —preguntó, instantáneamente poniendo una mano en su cintura y mirándola con preocupación. Ella asintió. Había estado trabajando mucho, tal vez demasiado en esos días, organizando al lado de Zedric a su ejército, mandando y respondiendo cartas que no dejaban de llegar, pero, sobre todo, trabajando en sus poderes. Sus poderes, que no la dejaban dormir, que necesitaba mejorar para poder ganar. No podía dejarse vencer, no otra vez. Quería poder mirarla a los ojos, no ser cobarde, no otra vez.

Susurros de Erydas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora