—Nos has arruinado dejándola en manos de Alannah. Ella era nuestra salvación. ¿Quieres ser rey, de verdad? Pues deja de hacer cosas como estas. Un verdadero rey no cede tan fácilmente.
Zedric estaba cabizbajo, con las ganas perdidas y cada uno de sus músculos doliendo por el esfuerzo. Estaban entrenando, más su padre, aún después de que habían pasado más de dos días desde que Amaris se había marchado, seguía molestando con sus preguntas y regaños.
Ni siquiera tenía fuerzas para contestar. Tenía mucho peso sobre sus hombros, aquellas pesas de roca que su pueblo usaba para mejorar el estado físico. Hacia sentadillas poco a poco, subiendo y bajando, mientras que su padre no dejaba de vociferar aquellos insultos, uno tras otro. Entonces, realmente pasó el límite cuando dijo:
—Si realmente la amas, no debiste haberla dejado ir. ¿Estás escuchando?
Zedric dejó caer todo el peso que tenía sobre sus hombros de una vez. Entonces miró fijamente a su padre, y gritó:
—¡La amo, la amo como no he amado a nadie!
—¿Entonces...? —el rey no se inmutó. No alzó ni un poco la voz, sino que siguió haciendo esas dolorosas preguntas sin reparo alguno—. ¿Por qué cometer semejante error? Tal vez Alannah no le haya dejado a Ranik el cetro, pero su promesa fue tan vacía, tan vacía...
—¿A qué te refieres? —preguntó Zedric, mientras que mentalmente se regañaba a sí mismo por concentrar su mente por completo en Amaris, y no buscar algo más.
—El ejército de Ranik no se ha ido. El paradero de su líder varía y varía, pero su ejército sigue cerca, esperando para atacar. Son miles, tal vez no son la cuadrilla completa que eran antes, pero son muchos, y podrían atacar en cualquier momento.
Zedric observó la seriedad con la que su padre hablaba. Realmente parecía preocupado. No estaba haciendo mucho alarde de su poder, ni diciendo que estaban seguros, ni siquiera lo estaba regañando. Serio, realmente veía lo serio que estaba en su semblante.
—Yo... —contestó—. Tenemos un ejército lo suficientemente grande como para detenerlo, estoy seguro de eso.
—La mayoría de los hombres que habíamos reunido ahora están en camino a sus casas. ¿Debemos creer en la tregua? ¿Hacer qué lo otros regresen también?
—No lo sé —contestó. Su mente estaba, por primera vez en esos días, separándose de Amaris y buscando algo más, lo que lo abrumó mucho de una vez, así que, a duras penas, logró decir—: Dame tiempo. Necesito buscar. Saber que es lo que quieren hacer.
El rey apretó los labios. Aquello no sería suficiente. Zedric, por su parte, cerró los ojos y se concentró en buscar al ejército de Ranik. No sabía siquiera dónde estaban, pero había mentes que podían guiarlo.
Primero encontró granjas, granjas con campesinos que estaban molestos por cosas banales, luego granjas que estaban llenas de campesinos molestos, pero molestos de verdad, y esto era por la guerra. La guerra que ni siquiera había iniciado pero que de todos modos les había traído ya problemas, casi la ruina.
Y, a unos cuantos pasos de ellos, estaba el ejército. Toda la legión que Ranik había dejado bajo el mando de un oficial de bastante alto rango, Percival Lenninger. Zedric lo había visto muchas veces antes en fiestas, regodeándose del poder y estrategias militares que había tenido mucho tiempo atrás.
Ranik había vuelto considerablemente más habilidoso de la muerte. Por lo que podía ver de las personas a su alrededor, hacía todo metódicamente, de forma casi inhumana, y realmente planeada. Pero no era sólo eso. Había plantado escudos mentales para que Zedric no viera nada sobre sus planes. Eran muros de hielo, más no físicos, que rodeaban las mentes de aquellas personas y las mantenían apenas abiertas, haciendo que Zedric solo pudiera ver pensamientos recientes, más no recuerdos, ni conocimiento, prácticamente lo había dejado ciego.
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Susurros de Erydas.
FantasyUna guerra se ha librado. Lo que se creería que traería paz absoluta fue sólo un preludio hacia una guerra más poderosa aún, una lucha de poder. Amaris, cuarta princesa del Reino Luna, está desesperada por encontrar a su hermana. Sabe que la necesi...