Capítulo 43. «El invierno»

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Adaliah despertó gracias a un tenebroso escalofrío que recorrió desde su espalda hasta sus piernas. Por un momento no pudo evitar que el dolor se esparciera por su cuerpo, tanto así que el hielo, que lo causaba, avanzó como lo hacía siempre que Adaliah intentaba dormir.

—Tranquila, estás bien —Amaris, con la que compartía tienda, se levantó y comenzó a frotarle las piernas — Bien. Eres fuerte.

Enseguida alzó las manos y las dejó al aire por unos pocos segundos, haciendo que el agua de curación comenzara a extenderse por su piel, rápida. Instantáneamente una familiar picazón invadió sus sentidos, y el hielo, en vez de crecer, se disminuyó un poco.

Amaris estaba sudando. Por su parte, Adaliah entrecerró los ojos, abrumada por la sorpresa. No estaba acostumbrada a ver a otra persona aparte de las Birdwind con poderes como esos, y ni siquiera ellas lograban un avance como ese. Como leyendo su mente, Amaris dijo:

—Aprendí un poco de las Birdwind, sí, pero también de los monjes. Ellos saben más de lo que parece.

—Y aun así no parecen querer ayudar aunque estemos al borde del abismo —respondió Alannah, como aquello no pareció gustarle a Amaris, y Alannah estaba intentando ser más amable, agregó—: Tengo que admitir que en este solo intento has hecho más que cualquiera que haya intentando ayudarme. Quitaste un poco de hielo de mi cuerpo. Yo...

—Podemos seguir intentándolo, sí —interrumpió ella. Sus ojos brillaban, aun más cuando tomó la mano de Adaliah, y explicó —: Una o dos veces al día, así no será demasiado para las dos.

Adaliah asintió. No sabía que más decir, así que comenzó a calzarse sus zapatos y vestimenta para no parecer inútil. Amaris hizo lo mismo. Entonces, cuando ella estuvo apunto de marcharse, Adaliah interrumpió:

—Amaris, tú... ¿Estás segura de la decisión que tomaste?

La noche anterior Amaris, entre todos los preparativos y decisiones que había que tomar, se había decidido. En un arrebato, y casi al amanecer, había ido a buscar a Zedric, haciéndole saber que estaba lista para casarse. Adaliah aun no entendía porque había tomado esa decisión, más escuchó como ambos hablaban y discutían fuera de la cabaña por casi por una hora. Que Ranik, que el reino, Zedric le propuso mil y una alternativas, más Amaris creía que casarse era la única opción. «He visto algo —decía, una y otra vez—, no, he visto muchas cosas, y por eso sé que esta es la única manera en la que conseguiremos unir ambos reinos rápido antes de que mi hermana venga hasta nosotros»

Era cierto que en aquellos últimos días desde que se habían enterado del renacimiento de los dioses Amaris se comportó del todo extraña, iba de un lado al otro con el ceño fruncido y le huía también a sus dos pretendientes. La noche anterior había sido ella la que despertara entre pesadillas y sueños escabrosos, pero Adaliah se fingió dormida para no tener que ayudarla. Por eso mismo, al escucharla tomar una decisión tan aparentemente apresurada, Adaliah no se sintió del todo sorprendida. En realidad, se preocupó.  Es cierto que era importante ganar la guerra, y que también Amaris y Zedric parecían tener química, pero de eso a renunciar a la posibilidad de relacionarse con Ranik, a renunciar a la felicidad, significaba que los retos que tenían frente a ellas eran muy grandes, más de lo que ella misma sabía.

Muchas personas le habían preguntado a Amaris si estaba realmente segura de que quería casarse con Zedric, y cada una de esas ocasiones la furia nubló cada uno de sus sentidos. Sentía que los demás dudaban de ella, y eso la hacía enfurecer.

Con Adaliah fue distinto. Se veía preocupada, y eso ya era de por sí raro en ella.

Amaris fue honesta.

Susurros de Erydas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora