Capítulo 12. «Estamos dentro»

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—Ven conmigo —insistió Alannah con voz queda, ella y Connor estaban en las profundidades de una cueva inhóspita, por debajo de la selva. Connor sentía su aliento en el cuello, la forma en que respiraba, lentalmente, tranquila. Sin más opción, él obedeció, y estuvieron aun más cerca el uno del otro. Ella lo tomó de las manos, y fue delante de él—, más cerca... ahí. Ahora, avancemos.

Connor y ella avanzaron. El lugar distinguió enseguida su presencia, porque comenzó a tanbalearse, haciendo el camino mucho más estrecho, acercando las paredes más y más, acorralándolos hacia la muerte.

—Esto nos...

—No nos aplastará. La clave es que no le demuestres que tienes miedo.

—Pero no entiendo porque estamos aquí —insistió Connor—. Esa vez, que vinimos y pedimos entrar, aquel extraño sujeto nos dijo que necesitábamos saber que libro buscábamos y nos dejaría pasar. ¿No podíamos solo ir a buscarlo?

—No —el tono de voz de Alannah pareció un tanto frío, muestra de su molestia—. Existen otras formas de entrar, no todo tiene que ser formal. Además ella ya me conoce, sabe que estoy segura de lo quiero. No me molesta ya.

—Yo también la conozco.

—Debiste de haber venido con alguien muy poderoso. Ella siempre dice que no deja a nadie fuerte entrar hasta que está seguro de lo que quiere, porque de lo contrario las peores catástrofes suceden. ¿Fue Amaris? ¿Me han estado engañando?

—Sí, es así —Connor estaba comenzando a olvidarse de las estrechas paredes que no dejaban de moverse, todo por los pensamientos furiosos que trataba de contener—. Cuando regresamos de la guerra ella comenzó a tener dudas e inseguridades respecto a su poder, ¿Recuerdas? Eso la condujo hacia los monjes —Alannah asintió, casi imposible de ver entre tanta oscuridad—. Lo que nadie sabe es que yo la acompañé a la biblioteca haciendo una desviación de su camino hacia las islas independientes, un intento de deshacerse de ellos sin ayuda. En parte yo no quería que aquello funcionara, ¿Sabes? Me parecía que sus poderes eran magníficos, únicos, y que podían salvarnos, casi divinos. Pero, y después de tanto tiempo, sé que Amaris está decayendo, que su poder no le ayuda en nada. Es por eso que te lo confesé, así que deja de dudar.

Alannah no habló después de aquello. Connor sabía que el silencio representaba que le creía, y esto lo hizo sentirse un poco mal, porque cada vez se volvía más fácil mentir, y eso era preocupante, (más no por lo que cualquiera creería, la culpa), sino porque estaba comenzando a gustarle tener a Alannah a su merced, el sentimiento de que la venganza que en algún momento conseguiría estaba aún más cerca, o incluso solo porque encontraba en sus palabras un verbo y una capacidad de convencimiento que no sabía que podía tener. 

Después de varios minutos de caminar, Connor pudo ver la luz a lo lejos. Un sentimiento de puro alivio llenó su interior, y por un momento se vió distraído, cosa que hizo que no se percatara de que Alannah se había detenido. Ambos chocaron, ella lo detuvo, y comenzó a hablar:

—Siento que todo lo que dices es una mentira. Siento que no puedo confiar en tí. ¿Es esto real? ¿No quieres destruirme, cómo los demás? Mírame a los ojos, renueva ese juramento que hiciste hacia mí, en el que me prometías lealtad eterna.

Connor se mantuvo en silencio, meditando sus palabras. Enseguida pudo contestar, aunque con dolor:

—No puedes pedirme que haga algo así. Eres mi reina, sí, pero, sí te soy honesto, he visto... —suspiró—. Tienes veinte años. Cada año, al inicio del invierno, te ví jurarle lealtad a tú madre, a la línea de sucesión, a Adaliah, a quiénes terminarías inevitablemente traicionando. Tú madre ya no es la gran reina que fue antes, Adaliah nunca volverá a caminar. No puedes pedirme que renueve un juramento en el que ni siquiera crees tú misma. 

Susurros de Erydas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora