Heridas que no sanan

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Otro día de trabajo y nuevamente otra reunión, pero esta ves no es en la empresa, y como secretaria de Rodrigo tengo que acompañarlo, aunque no quisiera hacerlo;(la reunión era para informarle a un cliente como estaba yendo la construcción).

- Una pregunta ¿En qué vamos a ir? – le digo con mucha curiosidad.


- En mi auto, en que pensabas que iba a ir, para eso tengo el auto.

Yo y mis preguntas. ¡Y claro Luisana que esperabas, que te respondiera de buena manera, es Rodrigo y esa es su manera de responder!, (me decía mi yo interno).

Nos dirigimos al garaje y subimos a el auto, era un Jeep Compass 2.0 mi auto favorito, no podía creer que estaba sentada en el, por un momento me olvide de que al lado se sentaría Rodrigo, pero esa emoción se termino en el momento en que él abre la puerta del conductor para ya marcharnos a nuestro deber; me sentí un poco incómoda viajando con él, pero no me quedaba de otra. Desde que arrancamos no hable ni una palabra y él tampoco; ya estábamos por llegar al destino cuando sucedió algo inesperado; miro de reojo a Rodrigo y se veía diferente de lo habitual, estaba sudando y temblaba, no sabía lo que estaba pasando, lo primero que hice fue preguntarle si se sentía bien, pero no respondió y lo único que me salió decirle es que se tranquilice y detenga lentamente el auto hacia una orilla; no sé cómo me escuchó pero lo hizo, estaciono el auto. Nos encontrábamos a unas cuadras de la avenida 18 de julio, me bajo de el auto y voy a la puerta de Rodrigo, la abro y le pregunto si necesita que llame a un médico, a lo que él me contesta que no con la cabeza, lo ayudo agarrándolo de un brazo para que bajara a tomar aire, se sienta en la vereda y se agarra la cabeza, nuevamente le pregunto si no quiere que llame a un médico, pero no me dejó ni terminar de decirla palabra médico que me contestó con un grito, “¡No!”, y se puso a llorar, no entendía nada de lo que le estaba pasando, me puse nerviosa, no sabía cómo ayudarlo, y lo que tampoco sabía era que el pudiera llorar, siempre se veía tan fuerte y cascarrabias, que nunca me imaginé que él pudiera llegar a tener sentimientos. Sólo dejé que llore y me senté a su lado callada. Él se encontraba sentado como un feto cuando comenzó a hablarme.

- Por está avenida murió mi hermana menor, cuando era niño, desde entonces nunca más pude pasar por acá, y cuando lo hago me pasa esto que estas viendo y no lo puedo controlar, por eso ahora estoy mirando hacia abajo y tapándome con mis brazos para no poder ver el lugar donde estoy. – me dijo sin sacar su cabeza de entre sus piernas.

- Lo siento mucho.

- Ya se que estarás pensando de por que no fui por otro lado para no pasar por acá, pero hace mucho tiempo que no paso y pensé que ya lo había superado, de verdad lo pensé.

- ¿Te sentís un poco mejor ahora?

- Si pero no puedo ver, a si que tenés que conducir vos, ¿sabes conducir?.

- Si.

Lo ayude a levantarse de el suelo y lo dirigí hacia la puerta de el conductor, ya que él tenía los ojos cerrados; subí yo también a el auto, y le dije que no se ponga nervioso y trate de mantener su mente enfocada en otra cosa. Al terminar de salir de la avenida y dirigirnos por otro lado, espere un poco más para avisarle que ya podía abrir los ojos; cuando yo consideré que ya estábamos bastante lejos de la avenida, le dije que podía abrir los ojos.

- Bajete que yo conduzco.

- Pero falta poco para llegar, sigo yo.

- Bueno.


Al terminar la reunión, ya un poco más tranquilo, él condujo el auto hacia la empresa, pero esta ves por otra ruta.

Llegamos a la empresa y entró expreso a su oficina y no salió de ahí durante toda la tarde. Ya se habían ido casi todos, pero él ni siquiera se asomaba por la puerta, supongo que se siente  mal por lo de hoy  y quiere estar solo. Antes de irme quise preguntarle si se sentía bien, pero sólo llegue a la puerta porque no me anime.

AMOR SIN BARRERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora