Capitulo XXVIII

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Normal POV

Ella avanzaba sola, desamparada y con las manos pegadas al pecho. Ser la jugadora estrella de ese juego no la entusiasmaba en lo absoluto; es más, era casi un castigo ser la que decidiera el destino de la familia que la había acogido - si es que es la palabra correcta. Le temblaba el cuerpo y sus piernas se sentían de papel mientras daba pasos firmes, y se mantenía atenta por si alguna voz de sus seres queridos lograba colarse hasta ella y llamar su atención.

Sí, Komori Yui susurraba por el perdón de sus pecados mientras se abría paso entre las paredes de hierba del laberinto. Todo estaba hecho de arbustos de hojas secas, posiblemente de algún árbol de otoño muerto que decidió invadir el lugar. El cielo no era más que un espejo - se podía ver a sí misma con tan solo levantar el rostro y clavar sus ojos en lo alto.

No puedo elegir. Es muy difícil, ¡no tiene sentido! se decía, ya sin saber qué pensaba ni qué sentido tenía hacerlo. La diminuta voz de su cabeza había dejado de atormentarla por unos minutos y eso la aliviaba, dejándola respirar con más facilidad.

- ¡Teddy, Teddy! ¡Eres muy divertido!

Yui se congeló en su lugar apenas oyó el pequeño silbido de aquella voz. Miró hacia la derecha y hacia la izquierda, tensa y algo nerviosa, al contener la respiración. ¿Había oído bien?

- Nee, Avril, ¿en qué piensas?

Comenzó a andar hacia la derecha y se escabulló entre un par de matorrales flojos que le permitieron pasar, encontrándose con un halo de luz púrpura entre un par de hojas. Del tamaño de una canica y con el brillo de un diamante, un diminuto orbe de color púrpura descansaba en paz.

- ¡Odio el olor del café!

Yui se agachó frente a ella y la refugió en sus manos, levantándola del suelo lentamente como si fuese un recién nacido. La voz de Kanato resonaba en el lugar, en sus altos y bajos; su risa, su llanto, su melancolía y su cariño llenaron los oídos de la muchacha mientras soltaba un jadeo nervioso.

- Hola, Kanato - susurró, viendo con ojos enternecidos al orbe -. Es bueno verte de nuevo.

- Hola, Yui-chan.

La joven siguió avanzando por los pasillos del laberinto con el orbe en la palma de su mano. De rato en rato oía la voz del ojilila, cosa que la hacía estremecer de la nostalgia, mas seguía avanzando a paso firme.

- ¡Ore-sama exige una disculpa!

- ¿Acaso no eran seis hermanos?

Se estremeció. Había encontrado dos voces y ni siquiera había avanzado más de doscientos metros. Echó a un vistazo a su palma cerrada, notando que Kanato se había quedado callado, y caminó hacia dónde provenía el sonido - al final del pasillo había un pequeño hoyo de tierra en el cual se posaban un orbe roja y uno plateado.

- Si serás tonta, Chichinashi.

Primero recogió el orbe rojo. Pensar que tenía a Ayato en sus manos la hacía temblar de los nervios, pero se atrevió a sujetarlo con la misma mano que a Kanato para que no cayese al suelo.

- Quiero saberlo todo sobre ustedes.

Sin pensarlo mucho tomó a Akia y siguió con su camino. Los pasillos se tornaban infinitos y el espejo que la cubría se iba opacando,  ya harto de verla caminar y caminar sin rumbo alguno. Alcanzó el final de un pasillo y se encontró con una pared, giró sobre su talón y volvió por donde vino. Ya tenía tres voces que permanecían calladas, y hubiera sido fácil elegir en ese momento, pero se había prometido una cosa:

Pesadillas e Ilusiones [Secuela de Soñando con un Final Feliz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora