· Capítulo 19 ·

559 58 21
                                    


Hace algunos siglos.

Killiam.

La noche es fría y neblinosa, como todas las noches en estas tierras, el invierno cada vez es más crudo y mi gente comienza a sentir los estragos que este puede causar. Me preocupa la ausencia de un monarca, de esa imagen fuerte y decidida que mi padre ha sido durante todo este tiempo, pero en las condiciones en las que esta es imposible que gobierne, porque venga no puedes gobernar una pila de cadáveres a fin de cuentas.

Camino por el largo pasillo que va a las catacumbas subterráneas del castillo, aquí abajo hace aún más frio que arriba, el vaho sale de mi boca cuando inhalo el olor a humedad y este hiela mis pulmones. Respirar aquí abajo es jodidamente duro, pero tengo que hacer esto, a fin de cuentas se lo prometí y siempre cumplo mis promesas.

La antorcha que sujeto parpadea conforme continúo adentrándome en las profundidades de la tierra, gracias a papa estas catacumbas son tan profundas, de lo contrario esto ya habría acabado.

Un grito gutural y desgarrador corta el silencio causando que mi piel se erice y me detengo en seco, el eco del mismo reverberando en las paredes de roca pura, mi cuerpo se tensa y cada vez estoy más nervioso, hace unas semanas que está aquí y nunca lo había escuchado gritar así.

Me detengo tratando de controlarme, el miedo haciéndose presente, la última vez que baje por poco y logro escapar, me confié y creí que era seguro pero me equivoque y casi lo pago con mi vida. Mi respiración dificultosa se une al murmullo que causa mi abrigo mientras avanzo.

Mi corazón latiendo a mil por hora en mi pecho, logro escucharlo en mis oídos, me detengo ante la enorme verja de metal que separa el pasillo de una amplia sala dividida a su vez en pequeñas celdas. Con dificultad abro la puerta y me adentro en la absoluto oscuridad.

Porque aunque llevo una antorcha conmigo, aquí por alguna razón la obscuridad se come la luz, apenas si ilumina un paso frente a mí, cuento los pasos en un susurro, para hacer algo más de ruido y que el silencio aplastante que ahora reina a mi alrededor no termine por enloquecerme.

– Uno , dos, tres – me detengo oteo en la oscuridad, elevando mi brazo para que la luz caiga con mayor proyección en el suelo de roca, pero nada solo ilumino unos cuantos pasos más allá de donde estoy de pie.

La respiración agitada, ruidosa y pesada que escucho frente a mí me hace saber que estoy en el lugar correcto, que no me perdí y que para mi pesar estoy lo suficientemente cerca como para escucharle.

Achico mis ojos tratando de enfocar algo frente a mi entre la oscuridad pero no logro ver más que negrura. Pero sé que está allí, lo sé por qué un frio extraño se ha apoderado de la estancia, mi corazón late aún más rápido, tanto que temo que él lo escuche en este ensordecedor silencio.

– Killiam – una voz fría, pronuncia mi nombre y aun asi en algún lado percibo ese tono afable del hombre que me dio la vida, esa ya no es su voz.

– Padre – susurro y en respuesta una risa fría y ruidosa sale de la boca de la criatura que aunque sé que esta frente a mi aun no consigo ver.

– ¿viniste a torturarme un poco más? – esta vez la voz suena más parecida a la del hombre que me crio con tanta rectitud, honestidad y amor – te lo dije, debes matarme hijo – sus palabras me hielan la sangre, como podría matarle, es mi padre.

– ¿C-cómo estás? – digo en un susurro apenas audible, su respuesta no tarda en llegar.

Una risa fría y macabra inunda todo a mí alrededor haciendo vibrar hasta las paredes de mi estómago, que se resienten con el temor. Cierro mis ojos con fuerza, recordándome que es solo mi padre y que esta cosa que lo hace reír así no es más que eso una cosa cruel y despiadada que lo consume vivo.

Killiam · El despertar · ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora