Prólogo

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Las decisiones son algo importante. Algo que puede cambiar tu vida, que puede determinar tu futuro. Las decisiones te llevan a ser quien eres, a construir tu propia identidad, a que las personas te juzguen de una manera o de otra. Porque siempre juzgan, siempre cuestionan lo que haces. Cómo si ellos lo hicieran todo bien, cómo si su forma de pensar fuera la correcta. Lo que tú hagas te llevará a un punto o a otro, a unos prejuicios o a otros. Pero, en todo caso, las decisiones son sumamente relevantes en nuestro día a día. Con algunas nos tomamos más tiempo para pensar, otras son más instantáneas. Conllevan unas determinadas consecuencias a las que se tendrá que hacer frente. Lo que queda implícito en esto, es que aprendemos a decidir, igual que aprendemos a andar, a hablar o a ir en bicicleta.

Lara estaba nerviosa, casi rozando la ansiedad. Se convencía a sí misma que no iba a pasar nada, que todo estaría bien. Y que las prácticas de la universidad no iban a durar para siempre. Iban a terminarse en pocos meses. O eso quería pensar. Le daba vueltas al asunto y no conseguía sacarle importancia. Porque estaba muerta de miedo. Miraba su ropa una y otra vez, intentando convencerse de que sería adecuada y que disimularían lo suficiente sus curvas. No quería que la miraran, no quería ser el centro de atención, no quería muchas miradas dirigidas a ella, pero sabía que lo harían, que la mirarían, que se centrarían en todos y cada uno de los movimientos que hiciera. No podría evitar, por mucho que lo deseara, ser el foco. La única razón por la que no se permitía llorar era porque ya lo había hecho otras muchas veces. Más de las necesarias, más de las convenientes. Se había maldecido una y otra vez por no poder evitar ese miedo, escaquearse de las prácticas que tan poco interesantes le parecían para imaginarlas más como su peor pesadilla A la vez, ese miedo amenazaba con convertirse en enfado hacia ella misma, por no verse capaz de enfrentar a sus padres y decirles que no quería esto para su vida.

Sus padres la esperaban para llevarla a las prácticas. Mosqueados por la actitud de su hija. Le habían dado una oportunidad increíble consiguiéndole unas prácticas como esas. Tendría un currículum muy bueno si se esforzaba lo suficiente. Estaban convencidos de que sus inseguridades pasarían después de estar un día allí. Le habían educado bien y le habían enseñado a no mostrar inseguridades, miedo ni nervios, a superar los obstáculos sin perder la compostura, a sobrevenir las situaciones. Esto no era más que otro entrenamiento de cara a su futuro profesional, con una oportunidad de aprendizaje de inmejorables condiciones. Habían movido hilos entre sus contactos, que no eran pocos, para proporcionarle la ocasión de cursar esas prácticas y no otras de inferior prestigio o valor.

Ella sólo se cuestionaba porqué había acabado aquí, qué motivo tenían sus padres de querer un futuro así para su hija. Empezaba a estar harta de no poder decidir nada en su vida. Pero tampoco sabía cómo hacerlo. Las inseguridades la dominaban en esas situaciones porque toda su vida habían sido sus padres los que decidían. Su padre miraba por el futuro profesional y su madre por la salud, en general. Estaba estudiando una carrera que no le gustaba pero que tenía salidas profesionales. En el momento de entrar en la universidad, ni siquiera se lo planteó, como tantas otras cosas que ha hecho sin saber por qué. Pero ahora le asaltaban las dudas. Y quería tomar decisiones. Quería decir basta a que otros tomaran el control de su vida, que la dejaran hacer lo que quisiera y la dejaran equivocarse tranquila. Ella pagaría por sus errores cuando los cometiera. Pero necesitaba aprender a valorar las cosas y ser capaz de escoger qué opción o camino prefería. Sin embargo, cuando llegaba el momento de la verdad, era incapaz de plantarse y negarse.

Bajó insegura por las escaleras y se metió en el coche sin decir nada. Cogió su móvil y se puso música. Como si se fuera al fin del mundo. Después de media hora, su padre estacionó el coche y se giró para mirarla.

   - Puedes hacerlo, hija. Ya verás como no es tanto como te piensas.

   - Claro.

   - Bueno, dame el teléfono. Coge sólo el carné de identidad y entra por esa puerta a demostrar lo que vales.

   - Hasta luego.

Y bajó del coche. Sola. Asustada. Sus padres ya le habían dicho que si entraban con ella no crearía una buena imagen. Y que lo más importante era que se valorara a sí misma y pareciera segura. El miedo no lo podía demostrar de ninguna manera. Pero es difícil hacerlo cuando estás a punto de entrar al último sitio donde la gente quiere entrar.

Tenía ante sí la gran puerta de una cárcel, que se abrió con su presencia. Era la primera de muchas puertas que iba a traspasar durante los próximos meses.

El día que la burbuja se rompióWhere stories live. Discover now