Capítulo 10

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Lara iba sorteando a sus padres como podía. Intentaba mentirles lo mínimo posible, pero no hacerlo era imposible. Si les decía que se veía con un chico las preguntas no terminarían nunca. Así que buscaba otras excusas que le permitieran seguir con su vida secreta. Sabía que tarde o temprano tendría que contárselo y afrontar la situación. Sin embargo, aún no estaba preparada para hacerlo. Víctor no tenía ninguna prisa. Había sido testigo de lo que le habían hecho sus padres, el control y sometimiento al que la habían expuesto, de la privación de tomar decisiones y de la importancia que le daban a la imagen pública. Después había visto los cambios de Lara y lo bien que se sentía ella ahora. Era consciente de que la nueva Lara no concordaría con los esquemas de sus padres y que él tampoco lo haría. No esperaba un buen recibimiento por parte de aquellos que habían criado a su novia. Él estaba preparado para eso y no le sorprendería ni le haría cambiar de opinión, era ella la que necesitaba más tiempo para no derrumbarse.

Las cosas se complicaron cuando llegó su cumpleaños. Lara cumplía los veintiuno y no sabía qué decirles a sus padres para escaparse a ver a Víctor y celebrarlo con él. Silvia le había dicho que sus padres le estaban preparando una fiesta en casa, así que la excusa de que la iba a ver a ella no era válida. Lo último que le apetecía para su aniversario era tener que hacer el para bien delante de los invitados. Conocía perfectamente cómo eran las fiestas en su familia.

Como no había manera de escaquearse, pactaron con Silvia que dirían que irían a dormir a casa de Natalia, una amiga de la universidad, para hacer fiesta de pijamas. Lo cual era una rotunda mentira, para que Lara pudiera dormir en casa de Víctor. A pesar de que, al principio no les pareció muy buena idea, como no podían desvelar que le hacían una fiesta sorpresa, tuvieron que aceptar.

Cuando llegó a casa de la universidad, su madre le indicó que abriera una caja marrón que había en la mesa. Contenía un precioso vestido rojo, de copa de honor, largo hasta los tobillos. Su madre le dijo que se lo pusiera y se arreglara para ir a comer fuera de casa. Lara se hizo la sorprendida pero siguió sus consejos. Se maquilló y se peinó lo mejor que pudo, sabiendo que era necesario poner todo el esfuerzo en hacerlo si quería que su madre no sospechara nada. Decidió combinar la preciosa prenda con unos tacones de aguja color beige. Acompañó el atuendo con un colgante y unos preciosos pendientes a juego.

Una vez terminada la preparación, bajó por las escaleras para encontrarse con una multitud de gente que le aplaudían y sonreían. Empezó a atender a los invitados, fingiendo perfectamente sentirse emocionada. Todos se le acercaban a felicitarle y darle dos besos. Se cruzaba con caras a las que ni siquiera recordaba haber visto antes. Supuso que eran conocidos de sus padres o clientes de confianza de la empresa. Tampoco le importaba mucho, sin embargo, agradeció cuando hubo terminado y pudo sentarse en una silla junto con Silvia.

Poco después el cáterin acabó de exponer todas las delicadeces que habían preparado para la ocasión. La gente empezó a moverse para coger comida. Era entonces cuando observabas a los más refinados y educados, que se decantaban por una serie de platos específicos y cogían poca cantidad de comida, sabiendo que comer mucho significaba lo contrario a lo que querían mostrar. No era necesario parecer un glotón ni que diera la impresión de que pasabas hambre. Había que saber moderarse. Por eso mismo, Lara casi no comió nada, a pesar del hambre que tenía. Era lo que su madre hubiera indicado y sabía que tenía sus ojos clavados en la nuca. Lo sentía como una prueba. Estaba controlando si su hija había cambiado demasiado o no. Si superaba la evaluación, su madre le daría un descanso. Si no lo hacía, tomaría medidas.

Estaba cansada de sonreír a cada persona que pasaba y de contestar las mismas preguntas una y otra vez. Todos le preguntaban por los estudios, por si tenía alguna afición y por sus planes de futuro. Sabía que de allí saldría mucho chismorreo. Todos intentaban encontrarle el punto flaco a la familia. Pero Lara tenía con qué defenderse. De la manera más amable que podía, contestaba que estaba estudiando Educación social en la mejor universidad de la ciudad, que sus notas eran favorables y unas de las más altas de la clase, que evidentemente tenía la afición de tocar el piano pero que, debido a los estudios, no disponía de tiempo para practicar y lo había dejado aparcado por un tiempo. Sin ninguna duda volvería a tocar y deleitar a sus padres con el sonido de la música, tiempo al tiempo. Sus planes de futuro más próximos eran especializarse en algún máster relacionado con la temática de sus estudios y, posteriormente, esperaba poder encontrar trabajo de lo suyo, contando con contactos suficientes para hacerlo.

Y cuando acababa con uno, venía otro. Silvia se reía por lo bajo. Se daba cuenta de que su amiga estaba harta. Sin embargo, ella le envidiaba en secreto. Nunca había vivido una situación así. Pensaba que podría ser emocionante y divertida. Te sentías como una princesa. No entendía como su amiga prefería huir de esa forma de vida para emparejarse con una persona que a duras penas podría mantenerla. Tendría que trabajar segurísimo y ya se podía ir olvidando de los lujos que sus padres le ofrecían. Tenía una casa estupenda, parecía un castillo, unos padres que la querían y la cuidaban y no le faltaba de nada. No tenía que preocuparse demasiado por graves problemas, obviando los que le conllevaba Víctor. No podía comprender que no quisiera eso.

Por suerte de Lara, el tiempo pasó y con él, llegó el momento de las despedidas. Todos prometían estar ahí para lo que fuera, cuando Lara sabía que era mentira, sólo lo decían para quedar bien y bajo ningún concepto se brindarían a dar su ayuda si les llamabas. Las excusas eran un método infalible. Todos le alababan y decían maravillas de ella, pero eran los mismos que pensaban cosas completamente distintas. Estaba acostumbrada a eso, no le venía de nuevo y tampoco le molestaba. Ése no era su mundo, ahora lo sabía. Pero había vivido en él durante veinte años, sabía cómo desenvolverse.

Lara solo quería salir de allí y refugiarse en los brazos de su pareja, así que ni siquiera se cambió antes de despedirse de sus padres. Antes, les agradeció la preciosa celebración y les dijo que estuvieran tranquilos, que Natalia era una chica excelente y que se cambiaría allí. Silvia salió con ella, poco convencida de que su amiga caminara con ese vestido por la calle. Llamaba la atención de manera inevitable.

Lara llamó a Víctor y le dijo que estaba de camino. Para cuando llegó, su precioso amor la esperaba en la estación. Casi se le rompe la mandíbula de tan abierta que la tenía cuando vio a Lara. Estaba preciosa. Parecía una princesa de cuento. La abrazó y la besó en cuanto la tuvo al lado. Y se fueron a casa, paseando tranquilos. Le preparó algo de cenar, puesto que ella le dijo que estaba muerta de hambre.

Tenía tantas ganas de quitarle ese vestido... Su cuerpo reaccionaba a ella incontrolablemente. No podía evitarlo pero sabía que tenía que controlarse. No quería forzar a Lara. Sabía que nunca antes había hecho el amor con nadie, cosa que le encantaba. Imaginarse haciéndolo hacía que su cuerpo empezara a sudar sólo. Quería ser el primero, quería enseñarle lo mucho que la amaba. Sin embargo, sería ella la que decidiera cuando era el momento. Él esperaría lo que fuera necesario.

Lara no era tonta y sabía lo que su novio necesitaba. Habían estado cerca de hacerlo en muchas ocasiones. Tenía el miedo de la primera vez, pero confiaba ciegamente en Víctor. Además, negarse a sí misma que sentía unas ganas tremendas de experimentar a su novio en todos los sentidos era una completa estupidez. Cierto que las otras veces no había querido llegar tan lejos, pero le había sido difícil no dejarse llevar. Sabía que era el momento. Quería hacerlo. Y se lo dijo a Víctor.

   - ¿Estás segura?

   - Completamente.

   - Pues no sé a qué esperamos. En lo único que pienso desde que te he visto es en quitarte ese precioso vestido...

La mirada deseosa de Víctor fue lo primero que Lara disfrutó.

Cuando Lara se despertó la mañana siguiente, envuelta entre los brazos de Víctor, lo único en lo que pudo pensar fue en el placer que había sentido. No entendía cómo había aguantado tanto, pero sabía que a partir de entonces no podría controlarse. Le encantaba ese chico, en todos los sentidos. Era perfecto y no dejaría escaparle. Se ponía roja solo con los pensamientos de esa noche. Le hubiera gustado poder tener una máquina del tiempo, para volver a atrás y repetirlo.

Le acarició el pelo a Víctor, después la espalda, haciendo que él se despertara con una mirada llena de deseo. Esta vez fue ella la que llevó las riendas, sorprendiendo al chico. Se sentía cómoda y poderosa ante él. Quería tenerlo para ella otra vez. Víctor se dejó llevar. Siempre había preferido dominar él la situación, pero con Lara no le importaba. Esa chica hacía lo que quería con él. Reconoció que le puso demasiado caliente verla actuar así. Deseaba hacerle el amor cada mañana y cada noche. Deseaba tenerla para él siempre. La amaba con todas sus fuerzas.

El día que la burbuja se rompióWhere stories live. Discover now