Capítulo 14

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Nerea no sabía cómo empezar. Las palabras se le trababan de lo nerviosa que estaba. Lara le indicaba que lo soltara ya, de golpe, sin pensarlo. Y eso hizo. Víctor se quedó pasmado pero reaccionó rápidamente. Su chica hubiera pagado por inmortalizar ese momento. La expresión de felicidad que apareció en su rostro era de las cosas más bonitas que había visto nunca. El gozo que sentía de ver a su novio así, era inmedible. Nerea abrazó al padrino de su boda, como si no hubiera mañana. Lara felicitó a Raúl, pues aún no lo había hecho. Estaba feliz de formar parte de esos momentos. Si no querían entenderlo, no le importaba. Tenía al lado unas personas maravillosas que sí lo hacían. Nadie le iba a quitar esa sensación, esa oportunidad de vivir.

Fueron a cenar fuera, a modo de celebración. Hablaron de la boda, del vestido, del traje del novio, de los invitados, del restaurante. No dejaron un tema sin tocar. Pues estaban todos emocionadísimos con que todo saliera perfecto. Los padres de Raúl y de Nerea estaban encantados de participar y ayudar en lo que hiciera falta. Era un día de alegría para las dos familias, las cuales verían a sus hijos pasar por el altar.

Solamente cuando vieron lo tarde que se había hecho decidieron salir del bar. Se separaron en la salida, los dos eran del barrio, tenían la protección asegurada. Víctor cogió de la mano a Lara y andando tranquilamente, llegaron a casa. Para él, era la mejor sensación del mundo. Ir a su casa con la persona a la que amaba. Y Lara parecía que hubiera vivido con él toda su vida. Se sentía como en casa. Mejor, quizás. Porque no tenía que fingir nada, no tenía que avergonzarse, no tenía que comportarse como querían. Solamente tenía que ser ella misma. A ojos de un espectador, parecían una pareja de toda la vida sin haber perdido la chispa ni la magia de los enamorados.

- Bueno, ahora ya estamos solos.

- Al fin, ha sido un día largo. Aunque estoy súper contenta por los chicos.

- Y yo. Hacen una pareja increíble.

- Se les ve.

- ¿Pero? Sé que algo te pasa.

- Silvia hoy estaba rara. Y me ha fallado. – le contó lo que había ocurrido, lo que pensaba de todo y lo mal que se sentía.

- A lo mejor si me conociera no pensaría así.

- Eso es obvio. Seguro que no. Le caerías bien. Pero igualmente me molesta lo que ha hecho. Ella ha tenido su vida ¿sabes? Y yo siempre la apoyé.

- Ya sabes que la gente juzga demasiado. Y cuando saben que has estado en la cárcel, más.

- Pero no es justo. Y ella tendría que confiar en mí.

- Eso sí.

- Hace tres años, cuando íbamos a bachillerato, vino un profesor de sustitución. Tenía 30 años, era guapo, listo, con trabajo y educado. Todas las chicas estábamos encantadas con él pero, para la mayoría, era nuestro profesor. Aunque fuera guapo, nos sacaba trece años. Silvia se encaprichó con él y empezó a comportarse diferente cuando estaba él. Y bueno, acabaron saliendo en secreto. Pero yo lo sabía porque ella me lo había dicho. Además, cuando quedaban por la tarde o hasta alguna noche que se había quedado a dormir en su casa, era yo la que la cubría. Aunque yo no lo acababa de entender, que le gustara estar con un tío mayor que ella y del que no podía decir nada a nadie, no la juzgué. Tampoco me fiaba mucho de sus intenciones. Al cabo de tres meses, se le acabó la sustitución y cambió de colegio. Pero ellos siguieron viéndose. No fue hasta los seis meses de estar juntos que, por un descuido de él y una casualidad de la vida, ella descubrió que se veía con otra chica de la misma edad que nosotras. Había hecho el mismo truco con esa chica. Ella quedó destrozada, lógicamente, y no podía hablar con nadie de lo que le ocurría. Sus padres ya no sabían qué hacer y no entendían que, de repente, su hija estuviera así. Solamente estaba yo cada día con ella, aguantando su llanto y dejando que se desahogara.

El día que la burbuja se rompióWhere stories live. Discover now