Capítulo 6

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La luz del sol la despertó por la mañana y, aunque se odió a sí misma por no haber bajado la persiana, se dio cuenta de que, si no hubiese sido así, hubiera llegado tarde al desayuno. Se vistió rápidamente, con algo cómodo pero que, a la vez, resaltaba su figura. Se lavó la cara, se peinó y se maquilló un poco, como de costumbre. Cogió su bolso y su imprescindible móvil y salió de su habitación dispuesta a esperar a su acompañante en la puerta. Sin embargo, se topó con su padre que le preguntó a dónde iba y que tenía que desayunar. Ella le contestó que había quedado para desayunar, que estaría de vuelta a la hora de comer con la familia. Intentó sonar convincente para no tener que dar muchas explicaciones, que normalmente le requerían, y huyó de casa prácticamente. Evitando el interrogatorio habitual.

Víctor no tardó en aparecer, ella lo vio acercarse por la esquina y se dirigió allí, evitando que llegara delante de su casa. No sabía si su padre estaría mirando por la ventana, pero mejor era prevenir. El chico iba decidido a llevar a Lara a un sitio muy especial, así que ella decidió no preguntar. Iban andando tranquilamente, como una pareja normal. Lara fantaseó con eso por primera vez. Había ratos en los que conseguía olvidar el peligro que él entrañaba, la desconfianza que debería tenerle, y era entonces cuando se dejaba sentir libre y se encontraba a gusto con su compañía. Le daba rabia que las cosas fueran tan complicadas. Empezaba a darse cuenta de que estaba creando sentimientos hacia él, que no eran demasiado fuertes aún, pero que iban por camino de serlo si nada cambiaba. Una parte de ella quería frenarlos como fuera, sabiendo que era arriesgado. Pero la otra, la emocional, su corazón y su pasión, le decían que esquivar eso era un error. Nunca había sentido nada así, tan fuerte e intenso. Había conocido muchos chicos, le habían llamado la atención algunos, pero nunca había acabado en nada. O a ellos no les gustaba Lara o a Lara no le convencían ellos. La cuestión era que, en ningún caso, la emoción era tan grande. Ni se acercaba.

El barrio al que se dirigieron era muy bonito, con unos parques enormes y unos pisos perfectamente alineados. Víctor le contó que de pequeño iba a jugar allí, a veces. Había un pequeño local dónde hacían unos almuerzos a base de frutas que, según él, estaban deliciosos. Lara nunca había ido a un sitio así. Sus amigas preferían la bollería y los pasteles. Intentaba imaginarse a Víctor de pequeño, comiendo allí. Se preguntaba quién sería su compañía en esos tiempos, cómo era él antes, si había cambiado mucho.

   - ¿En qué piensas?

   - En muchas cosas. ¿Con quién venías aquí?

   - Sólo. Me gustaba pasear.

   - ¿Vivías por aquí cerca?

   - Que va. Pero me gustaba alejarme y ver qué había más allá de mis calles.

   - Pero ¿cuántos años tenías?

   - Empecé a venir por aquí cuando tenía 7 años. No han cambiado mucho las cosas. – Lara se sorprendió que, siendo tan pequeño, ya tuviera la necesidad de alejarse de su mundo y supo que no había tenido una infancia fácil. Ella, con esa edad, solo pensaba en jugar y reír. No tenía que preocuparse de nada, puesto que sus padres estaban ahí para eso. Quiso saber más sobre él pero no tenía aún la confianza para seguir investigando. Quería que fuera él el que le contara las cosas porque quisiera, no forzándole. Era un día para disfrutar, estar tranquilos y conocerse un poco más.

Se sentaron en una mesa para dos y miraron la carta. Había tantas cosas y tantas combinaciones que Lara no sabía qué escoger. Si por ella fuera, las probaría todas. Así que le preguntó a Víctor qué pedía él. Acabaron eligiendo un batido de frutas tropicales, junto con un bizcocho de naranja, para el chico y fresas con chocolate deshecho para Lara, además de un zumo de melón.

Estaba todo delicioso. Lara quiso probar lo que había escogido Víctor, así que pudo hacerse una idea de lo que era. Le encantó ese sitio y se prometió volver. Quería seguir probando otras combinaciones. Hablaron de un montón de cosas, ella le explicaba los trabajos pendientes que tenía por hacer, tonterías que habían planeado con sus amigas, preocupaciones que toda joven tiene y otras muchas cosas. Él escuchaba encandilado. Le encantaba esa chica charlatana que le alegraba los días. Los dos disfrutaban de la compañía y Lara se dejaba llevar, lo cual era lo contrario a lo que sus padres le habían enseñado, pero sabiendo, por una vez, que era lo correcto.

Cuando llegó la hora de despedirse, en la esquina de la calle de casa de Lara, ninguno de los dos quería hacerlo. Y fue duro. Porque Lara se dio cuenta, por primera vez, de lo que era estar con alguien que está en la cárcel. Le dolería no poderle llamar cuando quisiera, tener que esperar a sus permisos para verle y no saber si se estaba metiendo en líos o si estaba bien. Porque, a pesar de que estaba lanzándose al vacío, seguía sin querer darle su número de móvil ni visitarle en la cárcel.

Se pasó toda la comida pensando en sus cosas, como si estuviera en otro mundo. Había ocasiones en las que desconectaba tanto que ni siquiera se daba por aludida cuando le hablaban a ella. Sus padres lo encontraron de lo más extraño y eso solamente hizo que alarmar más a Martina, la cual estaba preparada para cortar lo que fuera que le estuviera pasando. Sin embargo, tuvieron que reprimirse durante el tiempo en el que estuvieron los invitados. En eso no les faltaba práctica. Martina no pensaba perder la compostura delante de nadie, la imagen lo era todo. Gracias a ello habían conseguido llegar dónde estaban y tener el respeto del que gozaban. Eran una familia que suscitaba admiración por parte de los demás y envidia. Pero era el precio que había que pagar para tener los privilegios que tenían. Eran ricos, tenían todas las comodidades que querían, no tenían que preocuparse por tener la nevera vacía o por no poder disfrutar de unas vacaciones de ensueño. Sin embargo, todo eso requería de una buena imagen, porque así se mantenía el nivel de vida tan elevado en el que les gustaba mantenerse. El problema era que estaban tan acostumbrados a fingir y a mostrar la perfección, aunque ésta no existiera, que no podían relajarse ni delante de la propia familia. Así, las conversaciones eran banales, sin interés real en nada. Simplemente para mantener el contacto y no ser descortés. Por eso, Martina estaba tan enfadada con su hija, quién parecía estar olvidando los modales y era algo que no se podía permitir. Le había costado mucho educarla de esta manera, discusiones con su marido, dolores de cabeza y preocupaciones innecesarias que, de no haber tenido hijos, nunca le hubieran preocupado. Y es que los niños, a veces, son incapaces de entender las cosas y mantener esa imagen con alguien tan inmaduro a tu cargo es aún más difícil de lo que es ya de por sí. Pero Martina no se había rendido, pues sabía que si lo conseguía, obtendría más prestigio aún. Todo lo que ella no había logrado en la vida lo intentaba proyectar en su hija. Por eso le habían pagado toda la educación y enseñado todo lo que sabía. Era su mejor apuesta. Y estaba saliendo bien hasta hacía bien poco. La preocupación de lo que le pasaba a Lara iba en aumento. Y no por mirar realmente por si lo estaba pasando mal, sino que le atemorizaba más que no supiera mantener la imagen en depende de qué situaciones y eso pusiera en riesgo todo el trabajo hecho. 

Su prima no había podido venir y eso no alegraba a Lara. La necesitaba para hablar y contarle sus pensamientos. No le quería decir quién era el chico, pero requería que alguien la escuchara. Desahogarse. Sabía que sus padres se habían enfadado por su comportamiento del mediodía. Para ellos, había dado una mala imagen y eso era imperdonable. Pasara lo que pasara, lo que vieran los demás era lo más importante. Pero Lara había olvidado esa parte y había actuado en consecuencia de sus propias emociones. Eso fue motivo suficiente de discusión con ellos. A pesar de eso, Lara pudo darse cuenta de que la cosa iba en serio, porque su madre estaba lanzando amenazas muy serias.  

El día que la burbuja se rompióWhere stories live. Discover now