Capítulo 26

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Durante años envidió a esos niños que lo tenían todo. Iban a una buena escuela y cuando salían jugaban en el parque con sus amigos, con sus bicicletas nuevas, sus bambas de fútbol de último modelo. Tenían consolas de última generación para pasarse la tarde entera delante del televisor o de las portátiles que se llevaban a todos sitios. Llevaban ropa de marca, iban bien peinados, con cortes modernos. Podían comprarse todas las chucherías que quisieran al salir de la escuela. Tenía 7 años en ese entonces y ya se había desprendido de la inocencia propia de los niños.

Él no podía tener todo eso. Aunque lo deseara con todas las fuerzas. Le avergonzaba el colegio al que iba, a pesar de que la mayoría de niños estaban en la misma situación que él. Era pequeño y quería huir de todo eso, quería volar. Solamente buscaba poder jugar tranquilo, como cualquier niño. Igual que a todos esos que veía cuando, pequeño como era, se iba andando a otro barrio de la ciudad.

La gente le observaba raro. No comprendían que un crío estuviera sólo con todos los peligros que entrañaba la ciudad. Las madres no dejaban que sus hijos se acercaran a él, pues algo raro había. Pero era la única manera que tenía de ver más allá. Conoció otros niños, ciertamente, solamente le sirvió para que un dolor en el pecho le oprimiera su día a día.

Cuando esos niños le contaban sus vidas, sus salidas el fin de semana a cualquier feria, sus regalos por el cumpleaños... Todo ello era algo que él sólo podía soñar. Y mentía. Claro que mentía. Para no sentirse menos que ellos, para que no le juzgaran y le dejaran de lado. Porque si no tenías lo que ellos, si no estabas a la última moda, eras un marginado y no podías ser su amigo.

Sobre las seis de la tarde se acababa la diversión. Sus "amigos" se iban con sus padres a casa. Refunfuñando por cinco minutos regateados por sus padres, pero felices. Les esperaba una buena cena a la hora correspondiente, quizás una película. Junto a dos personas que les amaban con toda su fuerza. Él, sin embargo, se quedaba deambulando por la ciudad hasta horas intempestivas para un niño de 7 años. Miraba escaparates de cosas que nunca se podría comprar, se balanceaba en el columpio de algún parque vacío. A veces, tenía suerte y algún niño se había dejado una pelota olvidada. Jugaba solo durante un rato y luego se la llevaba bajo el brazo, como el tesoro más preciado.

A la hora de cenar de cualquier adulto, alrededor de las 9 de la noche, llegaba a casa después de un largo paseo. No había nadie. Abría los armarios en busca de comida y se preparaba lo que podía. Recordaba que, al principio, le había costado cocinar, pues no sabía cómo funcionaban los fogones. Tuvo que espabilarse. Cuando llegaba su madre junto con su hermana pequeña, ya tenía la cena lista para los tres. Su madre quería poder cambiar la situación, pero sabía que era imposible. No obstante, se esforzaba todo cuanto podía, trabajaba durante horas. Motivo por el cuál casi no veía a su hijo y tampoco tenía tiempo de hacer las tareas de casa.

Entre los dos fregaban los platos. Ése era todo el tiempo que pasaba junto a su madre entre semana. Ella le preguntaba cómo le había ido el día y él siempre le respondía; bien. Era pequeño de edad, sin embargo, había aprendido demasiadas cosas. Por ejemplo, que no era buena idea cargar con más problemas a su madre.

Su madre acostaba a su hermana pequeña, mientras él lo hacía solito. Ya era mayor. Se ponía una camiseta vieja a modo de pijama y se tapaba con todas las mantas que tenía.

Antes de dormirse, siempre pensaba. Era la manera que tenía para que el sueño le venciera, la mayoría de veces. Reflexionaba todo lo que le había pasado durante el día. Casi nunca cambiaba.

Por las mañanas se levantaba temprano, se duchaba y hacía los deberes. Su madre ya no estaba. Almorzaba cereales con leche o algún bocadillo que se hacía y le preparaba uno para su hermana. La despertaba y la ayudaba a vestirse. Le peinaba y le preparaba la mochila. Era demasiado pequeña para tener tareas de la escuela. La cogía de la mano e iban al colegio. La acompañaba hasta la puerta de su clase. Y empezaba otro día.

El día que la burbuja se rompióWhere stories live. Discover now