Capítulo 2

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Hacía tres meses que había empezado las prácticas y estaba ya mucho más acostumbrada a todo. El miedo que al principio la acechaba había desaparecido, aunque siempre quedaban los nervios de antes de entrar. Una sensación de incertidumbre, ya que nunca sabías con lo que te encontrarías detrás de esas puertas. Pero era un alivio sentir que las cosas habían mejorado.

Había hecho buenas migas con su compañera y ya la consideraba una amiga. La verdad era que se complementaban bastante bien a la hora de llevar la actividad a cabo. Entre las dos habían creado un ambiente tranquilo y trabajador, en el que creían que los internos se sentían a gusto. Eso era lo que importaba. Estaban orgullosas de que, en el tiempo que llevaban, habían conseguido que hubiera un respeto, que se juntara en la misma sala varia gente, sabiendo que no todos se llevaban bien entre ellos. Pensaban que eso era muy importante, conociendo las diferencias entre la sociedad en libertad y allí dentro.

Cuando alguien no nos cae bien, probablemente, escogeremos la opción de no estar con él o ella. Evitar situaciones incómodas. Y, la verdad, es que tenemos más poder de decisión. Intentamos rodearnos de gente con la que nos sintamos bien, que congeniemos aunque sea con algo mínimo. Pero allí, entre rejas, no eliges quién tienes al lado, quién duerme contigo ni quién acude a las actividades. Puede ser que estés con alguien con el que no tengas problemas o con alguien que te haga la vida imposible. Por qué sí, existen ese tipo de personas, igual que en todos sitios. Lo que pasa es que ahí no puedes huir.

Así que observar cómo trabajaban unos y otros e incluso algunos se hacían bromas entre ellos, era muy reconfortante para ellas. Y con esos pensamientos positivos cruzaron ese día las miles de puertas que separaban la calle de la sala de actividades.

Ése día habían preparado una actividad que requería mucho tiempo pero que el resultado es bastante llamativo. Se trataba de origami en 3-D. Lo más difícil es hacer todas las piezas, entretenido mejor dicho. Es un proceso bastante lento y repetitivo. Después ya puedes empezar a montar la figura que desees, desde un cisne a un plato. Para enseñárselo, trajeron unas cuantas fotografías impresas con ejemplos posibles para hacer. Se sentaron en una mesa y empezaron a explicar paso a paso cómo hacer las piezas.

En esos meses, había podido conocer algo de cada uno de los internos. Cómo en todos sitios, siempre tienes más relación o mejor con unos que con otros. Y esta no era una situación diferente. Así que había una especie de división consentida entre Lara y Valeria, cada una hablaba o ayudaba a los que mejor se llevaban. Eso en principio, porque las dos podían hablar con todos sin ningún problema. Sin embargo, si tenían que convencer a alguno en particular, a una le sería más fácil que a otra.

Había un interno, Harold, que le iba detrás a Lara todo el día. Y, la verdad, era que sabía cómo hacerlo para encantar a una mujer. Pero Lara sabía lo que había, era consciente de dónde estaba y no cruzaba para nada los límites. Aun así, no podía evitar sentirse poderosa y satisfecha cuando veía los efectos que hacía en él. Harold era un chico joven, algo inmaduro e infantil, pero que siempre conseguía sacarle esa sonrisa que tanto ansiaba. A la vez, había vivido mucho y eso contrarrestaba la faceta anterior. Quizás era eso lo que fascinaba a Lara, que nunca había congeniado con los chicos de su edad porque le parecían críos. Pero Harold tenía algo y cuando ella veía que, por mucho que refunfuñara, lo que ella decía iba a misa, se sentía completa. Nunca había ejercido una influencia igual en nadie. Sabía que Harold odiaba que le dieran órdenes, sin embargo, cuando era Lara la que lo decía, lo hacía.

Y no sólo eso. Sino que durante los cuatro meses que llevaba ahí, se habían discutido en varias ocasiones. Lara era tímida en según qué situaciones, pero cuando veía un abuso, sacaba carácter de debajo las piedras si hacía falta. Y Harold tenía atravesado a Víctor, no sabía por qué, pero siempre que podía se metía con él. Por suerte, el aludido pasaba olímpicamente de las provocaciones y, de esta manera, evitaba problemas en el aula. Sin embargo, Lara no podía quedarse callada cuando lo veía y se metía en medio, a pesar de que Víctor ni siquiera le hablara ni se lo agradeciera. Así que Harold se enfadaba con ella y discutían. Cualquiera diría que esa chica no quería entrar ahí... Pero lo hizo. Y el tiempo la estaba cambiando, no sabía cómo. En esos momentos ya se atrevía a discutir con ellos sin miedo alguno. Pero Harold, por muy enfadado que estuviera, siempre volvía.

El día que la burbuja se rompióWhere stories live. Discover now