Los daños de las paredes de vidrio de aquel local comercial después de unas horas están reparados. Ningún indicio de alguna quebradura. Ninguna repercusión que deba preocupar. Y aunque la cólera del dueño de la joyería sea enorme él dejará que la policía haga la justicia por su cuenta.
El interior del comercio tiene un aire cálido que lo termina de tranquilizar. El ambiente es discreto y pretencioso. Unos cuantos clientes recorren por las vitrinas de las joyas y vislumbran con emoción las sofisticadas piedras brillantes; las prendas lujosas de alta gama embelesan a varios pares de ojos por los exclusivos diseños de aquellos preciosos materiales. Existen pedruscos dirigidas para los clientes desde la élite social más alta hasta la más accesible para todo público, y eso es lo mejor de la joyería: el flujo de clientes de cualquier clase.
Milán se avecina hasta los expositores del mobiliario de joyas y el módulo central de atención. Le sonríe a su cajera mientras hace hincapié en una pierna. Aquellos ojos tímidos que mira pertenecen a una joven con excelente currículum y presencia. Le parece atractiva y tiene cierto aire de inocencia que lo llena de simpatía... Pero recuerda que Evaluna le inspiró lo mismo y resultó ser lo inimaginable; resultó ser una diabla con carita de ángel. Y espera que esa afinidad que comparten ellas dos no lo vuelva loco.
—Jefe, lo siento tanto —musita la mujer cajera con un ápice de pena.
—Tranquila, Isis. ¿O prefiere que la llame por su apellido, señorita Sánchez?
—Isis está perfecto. —Su sonrisa hace remarcar un hoyuelo en su mejilla derecha.
—Y a mí llámame Milán.
—Lo haré.
—Bueno, Isis, no podías detener a ese lunático trastornado tú sola, hiciste mucho con llamar a la policía al notarlo sospechoso antes de lo ocurrido —formula Milán restando importancia. Se mantiene estoico ante la adversidad que irrumpe su tranquilidad.
La señorita Sánchez fue atenta, cautelosa y suspicaz. Notó cuando el delincuente pasó varias veces observando si su objetivo mayor no estaba. Tuvo el terreno despejado. El vigilante de seguridad se retiró por problemas de salud antes de la destrucción.
—Perdona que te haya hecho venir hasta aquí... Solo tenía miedo.
—No tengo nada que perdonarte. Estuviste pendiente mucho antes de que pasara el desastre y, por suerte, no fueron tanto los daños. Al menos a ustedes y a los clientes no les pasó nada.
A la cajera y a las otras dos chicas que la acompañan en las labores de la joyería solo les quedó el terror de lo que vivieron hace un par de horas.
—Te vino a buscar una mujer pelinegra —recuerda Isis.
Aquellas palabras lo sorprenden. ¿Cómo sabe de su joyería? ¿Lo habrá investigado? ¿De verdad lo está buscando?
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Entre lunares y pieles ©
RomanceCuerpos perdidos en universos opuestos. Una mujer con sueños rotos y un hombre con metas exitosas. Ella volvió del infierno. Él cayó del cielo. Solo una coma detiene sus vidas en un paraíso lleno de pecados. Él no se llama Adán, pero el nombre de el...