Capítulo 19: Código verde.

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Dolores inmunes.

El amor, digamos "siempre", suele ser doloroso. Duele en el alma, duele en la mente, duele en el corazón, duele en todas partes; el dolor suele ser, para ser honestos, un infierno caótico. Aún no lo entiendo, pero estando feliz el amor duele un poco, tal vez un dolor sano, pero que se acumula hasta que llega tu peor día, y explotas de un dolor punzante y feroz. Hay dolores que una palabra sana, que un abrazo protege, que un beso elimina, que una persona lo combate. También hay dolores que nadie cura, que son inmunes. Mi dolor es inmune, inmune a todo el mundo, incluso es inmune a quienquiera que me sea especial. Entonces, solo quizás, nací para el dolor, para adaptarme a él y para vivir compartiendo la felicidad bajo sus efectos.

Su libreta está lleno de escritos profundos; escritos de su vida y de su mala suerte en el amor. Le echa un último vistazo a la hoja llena de sentimientos y guarda la libreta antes de que llegue su compañía.

Él está muy jodido. Está enamorado de una mujer sin sentimientos y, aun así, tanto que la quiere. Pero le duele más saber que ella comparte su cama con otro. Y también sabe que el "otro" terminará tan jodido como él porque ella... Ella solo está jugando; ella solo juega con los hombres.

Recuerda sus besos, su pasión, su veneno... Eva es el infierno que arde sobre pecadores solitarios.

La mesera le sirve otra copa de licor y la música que suena en aquel bar no lo tranquiliza.

¡Y una puta mierda el amor!

Su acompañante aparece a los minutos y le da un fuerte apretón de manos y un medio abrazo.

—¿Cómo estás? —le pregunta el recién llegado.

—Creo que un poco borracho —contesta el poeta solitario. Su aliento delata la verdad; está ebrio de verdad.

—El despecho no tan es bueno.

—Pues como a ti no te molesta la soledad.

Su acompañante se sienta en un taburete a su lado en la barra y le pide a la mesera una bebida alcohólica también.

—¿Quién lo diría, no? —pregunta el recién llegado con ironía mientras se toma un trago de su bebida—. De pronto, me enamoro.

—Ya era hora de que salieras de tu frío caparazón.

—Sí, y hablando del amor... Me duele verte así, hermano. Olvídate de ella.

—¿Sabes? No es solo decirlo. Es difícil sacarla de mi mente y más difícil sacarla de mi corazón.

Ambos piden dos bebidas más. El alcohol quema sus gargantas y no los deja pensar con claridad. Solo sueltan lo que les pesa en el alma.

—Sé que no es fácil que la saques de tu corazón porque estás tan enamorado como yo y es jodida la situación. ¡Mírame a mí! Era un puto don Juan y ahora si no estoy con ella me vuelvo loco, por eso te entiendo. Pero hay tantos peces en el agua y te das tanta mala vida por alguien que además no está disponible.

—Ella no lo quiere a él tampoco.

—¡Maldición, Alfonso! ¡Ése no es el puto punto!

—¡No me importa si no es el puto punto, pero ella un día lo mandará a la mierda a él también! ¡Es una puta insensible!

Marcelo pierde la cabeza. Tal vez tenga razón, pero recuerda que lo de él con su novia empezó siendo un juego y terminó en algo verdadero. Y tal vez lo de su mejor amigo termine siendo igual.

—Por favor, no hables así de Eva. Ella ha pasado por cosas que ninguno se imagina; ella también tiene sentimientos.

Alfonso suspira y recapacita.

Entre lunares y pieles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora