El Audi de Milán se aparca frente a un edificio de departamentos cuya arquitectura luce demasiado anticuada. Aunque en la zona habitan personas de extracto medio, aquel edificio es el más deteriorado de todos.
—Sí, supongo que no estás acostumbrado a ver este tipo de fachadas pero es el lugar más barato del sur —Evaluna expone ante la mirada analizadora de Milán.
—No está mal el lugar —replica él mientras que con la mirada sigue indagando la estructura del edificio.
El lugar no lo sorprende. Solo no se esperaba que ella viviera en un sitio tan inestable. Un sitio que, posiblemente, pronto pudiera venirse abajo.
Ambos salen del auto y Evaluna guía a Milán por el sendero de la entrada. No hay recepción ni mucho menos vigilancia. Cualquiera puede abrir el portón del edificio sin ningún esfuerzo.
—¿Hace cuánto vives aquí? —le cuestiona él.
—Hace tres años —revela ella.
—¿Y es seguro?
—¿Te preocupa mi seguridad?
Evaluna lo aniquila con la mirada y él simplemente se detiene para que ella le responda.
—Sí, nadie que no viva en el edificio entra por aquí. Es seguro. Nadie querría asaltar a los "pobres" de este edificio.
Milán nota el recelo en su voz y decide pasar por alto el tema. No quiere hacerla sentir menos porque verdaderamente lo único que le preocupa del lugar es la falta de seguridad. La humildad siempre lo acompaña, pero la inseguridad que le trae el lugar...
Aquel duplo sube las escaleras hasta parar en el tercer y último piso. Una última escalera da paso a la azotea oscura del edificio y en aquel piso solo existen dos puertas; un departamento con las luces apagadas y otro con el ruido encendido; los incesantes llantos de un pequeño niño es lo primero que oyen aquellos jóvenes.
—Es Pablo, el pequeño chillón que tengo como vecino.
De pronto, la puerta de aquel ruidoso departamento se abre y sale un niño de aparentemente ocho años.
—Y él es Isaac.
El niño mira fijamente al hombre desconocido que trajo Evaluna. ¿Otro joven desconocido que, probablemente, no volverá a ver más nunca en su vida?
—Isaac, te presento a un amigo, Milán Parisi; Milán, él es Isaac, el niño que se hace moratones en el trabajo. —Evaluna le explicó la situación de sus vecinos, desde lo de que su madre tiene pinta de loca hasta los trabajos que hace Isaac repartiendo el periódico para sustentar a su pequeña familia. A Milán le conmovió bastante la historia y, aparte de insistir en verlo aunque fuera realmente tarde, le compró algo que le encantará.
—¿Parisi? ¿Eres el dueño de la Pizzería Parisi? —le pregunta curioso el infante a Milán. Su ojo sigue de un morado feroz y palpitante; el párpado lo tiene bastante hinchado y sus ojeras son prominentes.
—Mi padre es el dueño, y como sé que te encanta la pizza traje una para que compartamos los tres.
—También compramos una crema para tu ojo —añade Eva mientras saca el medicamento de la bolsa que le dieron en la farmacia y, con mucho cuidado, se la aplica en el ojo.
—¡Callate, mocoso! —grita alguien a lo lejos que luego reconocen como la mamá de los niños—. ¡Isaac, vete a dormir, criatura!
Isaac cierra la puerta con cuidado y a hurtadillas escapa de las órdenes de su madre.
—¡Niño rebelde! —bromea Evaluna.
—La verdad es que mi madre ha olvidado hacer la cena y tengo un poco de hambre.
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Entre lunares y pieles ©
RomanceCuerpos perdidos en universos opuestos. Una mujer con sueños rotos y un hombre con metas exitosas. Ella volvió del infierno. Él cayó del cielo. Solo una coma detiene sus vidas en un paraíso lleno de pecados. Él no se llama Adán, pero el nombre de el...