Capítulo 8: Amigos.

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El camino hasta la habitación de Milán es minúsculo. Ninguno dice nada. Evaluna marcha relajada. Milán está aún atónito. ¿Van a tener sexo por primera vez? Apenas lo procesa. Y lo cavila demasiado. Él no quiere solo sexo, pero con ella es lo único que puede pasar. Solo sexo.

El aire frío envuelve la piel de Evaluna y le eriza los vellos de los brazos. La temperatura de aquella habitación es alta y cuando Milán se da cuenta de los escalofríos que le causa a ella le baja el volumen al aire acondicionado. Aunque no hubiera sido tan necesario porque las cosas están por calentarse en unos cortos minutos.

Milán se inmoviliza frente a ella. Se siente extraño. No quiere verse como un desesperado sexual. Por eso espera a que ella tome la iniciativa. Y Evaluna se ríe mientras lo atisba con deseo.

—¿Te comí la lengua? —suelta ella con picardía.

—Aún no. Solo... ¡Guao! ¿Esto está pasando? —expresa con escepticismo.

—Está pasando. Pero pareces cohibido.

—Solo no quiero hacerte daño.

Evaluna se gira y rueda los ojos. Suspira y vuelve a mirarlo.

—El único daño que puedes causarme es físico. Y no... No me gustan los golpes durante el sexo.

—No uso la violencia sexual como arma.

—Relájate.

Evaluna posiciona sus manos sobre los tensos hombros de él y los masajea. Suave y dulcemente. Milán cierra los ojos y deja de darle tantas vueltas al caso. Es imposible hacerle más daño del que seguramente carga sobre su vida. No lo sabe con certeza pero es obvio que ella es así por alguna razón. ¿Decepción? Posiblemente. Y a él le gustaría repararle las emociones pero sabe que ella no lo permitirá.

Milán abre los ojos y baja la cabeza para tener una mejor vista de la cara de aquella fría mujer. Le acaricia el cabello y desliza sus dedos sobre la zona de sus pecas. Evaluna cierra los ojos mientras él le dibuja líneas de toqueteos sin rumbos hasta palpar sus suaves labios. Observa el lunar sobre su boca y acerca sus labios hasta los de ella. Ambos se unen en un beso lento y vehemente. Roces delicados que terminan en pequeñas mordidas. Milán sostiene su cara y Evaluna levanta las puntas de los dedos de sus pies para llegar a la altura de su cara. Él le lleva varios centímetros de diferencia y es incómodo para los dos ajustarse al beso.

Ninguno habla. Solo disfrutan de su segundo beso. Un beso lleno de deseo y fogosidad.

Ambos pierden el control de las caricias por encima de la ropa y Evaluna comienza a desabotonar la camisa de Milán; se deshacen de sus zapatos y sus descalzos pies se enredan hasta que encuentran el camino de la cama matrimonial entre pasos descoordinados. Los dos caen sobre el colchón y Milán deja besos pequeños sobre la cara de Evaluna; traza minúsculos besos desde su perfilada nariz hasta besos jugosos sobre su cuello; sus labios encuentran de nuevo su boca y entrelazan sus lenguas en una danza de respiraciones entrecortadas y manos desesperadas. Él intenta subirle la blusa a Evaluna y ella lo detiene. El corazón de ella se paraliza del miedo y Milán nota el cambio de su actitud.

—Espera... —farfulla entre jadeos Evaluna.

—¿Qué pasa? ¿Te he lastimado? —pregunta preocupado Milán mirando el temor de sus ojos. El brillo del ámbar de su mirada se opaca. Puede leer su expresión y encuentra parte de su debilidad.

—¡No! Solo olvidé decirte una condición.

Milán sostiene el peso de su cuerpo sobre sus codos y su respiración se serena.

—No puedes quitarme la blusa ni tocar la piel dentro de ella —expone ella con voz lánguida.

—¿Por qué?

Entre lunares y pieles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora