Después de cuarenta y cinco minutos de recorrido en bus la joven le grita al chófer su parada. El viaje hasta el norte de la ciudad ha sido un poco agotador y aburrido para ella. Pero necesitaba visitar a alguien especial.
Menos mal llegó al vecindario de su abuela en buen momento. La hora pico del tráfico está por iniciar. Y, gracias al permiso que ha pedido en el trabajo para salir antes de la culminación del horario, ha llegado justo a tiempo. Espera que la visita sea rápida y pueda devolverse al sur antes de que caiga la noche.
Camina varias cuadras y se mantiene cabizbaja para evitar encontrarse con gente conocida. No está de humor para saludar a nadie. Ni siquiera le parece buena idea haber venido.
Frente a la puerta de la casa de su abuela toca el timbre y, luego de un par de segundos, le abre la señora de servicio.
—Ma, me, mi, mo, mu —lee la voz de un niño pequeño a lo lejos.
—Ma de mano, me de mesa, mi de micrófono, mo de mono y mu de muñeca —explica alguien y el sonido familiar de su voz la tranquiliza. Recuerda perfectamente cuando ella, hace muchísimos años, también le enseñó a leer con el mismo libro de lectura para niños.
—Ma...
—... má.
—¿Qué dice?
—Mamá.
—Mi...
—... mo.
—¿Qué dice?
—Mami.
—Mimo —corrige la abuela. La joven, sonriendo, se detiene en el umbral de la puerta de su despacho. Aún no la han notado presente.
Mientras tanto la improvisada profesora y su peculiar alumno avanzan un poco más con la lectura y prosiguen a leer oraciones.
—Amo a mi...
—... papá.
—¡Presta atención! Ni siquiera estás leyendo. Estamos con las sílabas de la letra "m" —lo regaña la abuela manteniendo la cordura para no perder la paciencia.
—Lo siento, me confundí —se disculpa el niño despreocupado.
—Amo a mi... —repite la abuela.
—¿... abuela?
—¡Amo a mi mamá!
Esta vez la joven que intentaba pasar desapercibida estalla en carcajadas y aquellos participantes de la escuelita se percatan de su inesperada visita.
—Evaluna.
—Florencia de la Vega.
La señora se levanta de la silla y se aproxima a su nieta para estrecharla en un fuerte abrazo.
—¡Cuánto tiempo sin verte, mi nieta querida! —dice Florencia separándose para tocar su cabello—. Qué bonito color, el negro siempre es una buena elección.
—Sabes que tengo tus genes de estilista.
—¿Abuelita, puedo ir a jugar con la PlayStation? —pregunta el niño aburrido levantado sus brazos cruzados y levantando la barbilla que recostaba en la mesa.
—¡No! —refuta rotundamente la abuela—. El día en el que le pongas el mismo entusiasmo de jugar a la lectura te dejaré hacer lo que sea. Además, saluda a la prima Eva.
—¿La prima Eva? ¡Pero si ella es pelirroja!
—Abuela, déjalo tranquilo. Capaz no me reconoce, ya sabes, casi ni me la paso por aquí y ahora me presento pelinegra. No lo culpo.
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Entre lunares y pieles ©
RomanceCuerpos perdidos en universos opuestos. Una mujer con sueños rotos y un hombre con metas exitosas. Ella volvió del infierno. Él cayó del cielo. Solo una coma detiene sus vidas en un paraíso lleno de pecados. Él no se llama Adán, pero el nombre de el...