El pasado puede plantar a una persona en un lugar oscuro y solitario. El frío del invierno congela su vida y la deja plantada. La lluvia no es más que el agua que nutre el alma y cuando aquella tormenta termina nace el arcoíris y florece un jardín dentro de sí.
Evaluna aspira el olor puro del Jardín del Edén. La naturaleza de aquel lugar le trae paz a su vida y le recuerda que por muy enterrada que se encuentre siempre hay un momento para florecer.
Desde su secuestro, hace exactamente una semana, se siente diferente. Tal vez se siente mucho peor que antes. Las espinas de su tallo quedaron expuestas; sus mentiras se salieron de control. Si los de su pasado se preguntaban su paradero desde hace años, los de su presente no saben por dónde empezar a preguntarse cosas sobre su vida. Ahora su realidad quedó expuesta ante los desconocidos de su verdadera identidad. Pero ¿por qué fingir ser alguien que no es? ¿Por qué ocultarse? ¿Por qué mentir?
Milán espera que se lo cuente todo. No la obligará aunque se siente enojado y quiere respuestas. ¡A la mierda los códigos! ¡Él quiere saber todo sobre ella! Y no le importa saber lo malo porque ya él conoce su peor versión. A su lado no se encuentra Eva sino la serpiente del mal. Ya él probó su veneno y, aun así, sigue con ella.
Él, que se ha mostrado tal y como es. Y ella, que le oculta su corazón.
—Miren qué hermosas flores —alude Marianela que se ha unido a ellos—. Amo tanto cultivar las flores desde mi propio jardín.
Y es que de allí salen todas las flores que se venden en la floristería. Lo más cuidado y preciado de la casa de Marianela es su jardín. Allí incluso tiene a sus propios jardineros como trabajadores. Su casa es muy rural y viva.
—Yo amo tanto estar aquí —comenta Evaluna entre suspiros.
Cuando a Evaluna le dieron atención médica le recomendaron descansar para que se recuperara, y al declarar lo acontecido del secuestro en la policía Marianela insistió en darle alojamiento en su casa. Milán mandó a poner más seguridad en su edificio, desde reparar la puerta de su departamento que él mismo había roto, hasta la puerta trasera de emergencia de la recepción en planta baja que el raptor había usado para escapar y el portón principal de entrada común. Nuevas puertas y máxima protección. Aunque aquel lugar seguía siendo inseguro Evaluna quería seguir viviendo allí.
Los señores González le pidieron a Eva volver pero ella aún no se sentía lista. Por eso se quedó mientras tanto donde su jefa aunque Milán también le había ofrecido lugar en su casa. Y Evaluna se negaba a un guardaespaldas. Pero su amigo con derecho se prometió a cuidarla mejor que incluso uno de ellos. El demente podría estar preso pero aquello no significaba que no hubiera más malintencionados acechando su vida.
—Tienes esta preciosidad solo para ti —le señala Milán a Marianela.
—Sí, es bonito despertar y abrir las cortinas de mi ventana para mirar hasta aquí —responde ella admirando su jardín—. Al menos mi esposo, desde donde quiera que esté, se debe sentir feliz de que cuido su mayor tesoro.
Evaluna mira a su jefa con detenimiento. Sabía que era viuda, pero nunca la había escuchado decir algo de su marido.
—¿Y no tuvieron hijos? —pregunta Milán de golpe. Y tal vez la pregunta está de más.
Marianela le responde con una triste mirada. ¿También habrá perdido a un hijo?
—Me duele hablar de esto, pero nunca pude ser mamá. Lo intentamos muchas veces pero tristemente nunca fue exitoso el proceso —responde cabizbaja.
A Evaluna se le encoge el corazón y se le escapa una lagrimilla que antes de resbalar por su mejilla limpia. No sabía que ella tampoco...
—Lo siento tanto —dice Milán apenado.
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Entre lunares y pieles ©
RomanceCuerpos perdidos en universos opuestos. Una mujer con sueños rotos y un hombre con metas exitosas. Ella volvió del infierno. Él cayó del cielo. Solo una coma detiene sus vidas en un paraíso lleno de pecados. Él no se llama Adán, pero el nombre de el...