15.- Estrellas fugaces

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Un juego de vencidas entre Illumi y otro sujeto era presenciada por los demás hombres de alrededor.

Kuroro tomó dos tarros de cerveza de raíz y le dió uno a Kurapika quién se lo bebió cómo si fuera un vaso de agua.

Kurapika: ¿qué? ¿crees que un chico de primera clase no bebe?

Ambos rieron disfrutando del momento hasta que un borracho de malos pasos empujó a Kuroro haciendo que derramara su cerveza sobre el rostro y ropa del rubio, el azabache empujó fuera al ebrio y preguntó a Kurapika si estaba bien.

Kurapika: no te preocupes (sin parar de reír)

Kurapika observó cómo Illumi ganaba fácilmente y mientras celebraba le quitó el cigarrillo que llevaba en la boca para fumar y arrojarlo lejos.

Kurapika: ¿Así que se creen muy fuertes? quiero que hagan esto.

El rubio ya totalmente ebrio levantó su tradicional vestimenta Kuruta dejando ver sus pies que ya no tenían zapatos porque los perdió en el baile y comenzó a elevarse para ponerse de puntillas, la impresión hubiera terminado ahí de no ser porque sus ojos escarlata se volvieron el centro de atención fascinando a todos los que lo veían.

Kuroro nuevamente estaba impresionado con lo maravilloso que era Kurapika, pero la borrachera no dejó al chico durar más de cinco segundos en ese estado y cayó sobre Kuroro quién lo sostuvo en sus brazos en medio de aplausos, a ninguno de la tercera clase le importaba tener un Kuruta cerca, al contrario, siguieron celebrando y tomando como si nada, incluso algunos sentían que solo estaban alucinando, Kurapika se sintió querido y aceptado, casi quería llorar de felicidad, esas personas eran increíbles.

Kurapika: hace tanto que no hacía esto.

La emoción alegre y eufórica de Kurapika lo había llevado a su estado escarlata, cosa que no pasaba desde hacía años, su sonrisa volvió y su alegría también.

Theta bajaba las escaleras de la tercera clase donde hacían dicho baile, enviada por Tserriednich para seguir a Kurapika logró encontrarlo y para la mala suerte del rubio, lo atrapó en ese lugar mientras se abrazaba con entusiasmo a Kuroro.

El rubio ni siquiera se dió cuenta y siguió celebrando y bailando junto a Kuroro, Hisoka, Gon y el resto, pasando la mejor fiesta de su vida con el mejor hombre que había conocido.

Horas más tarde caminaban aquellos dos locos cantando canciones infantiles disfrutando de la noche que les regalaba el océano, el cielo y la suave brisa nocturna.

Todo hubiera sido más perfecto si no llegara la hora de despedirse, cuando estaban frente a la entrada de la alta clase, esa que dividía sus mundos y sus vidas.

Kurapika: (desaparece su sonrisa y se quita el abrigo negro que Kuroro le había prestado) aquí estamos.

Kuroro: (tomando su abrigo) así es.

Kurapika: no quiero volver (dirige sus ojos al cielo) mira eso, ¡tan vasto e interminable! (gira alrededor de uno de los conductos cilindros de acero) son muy pequeñas (refiriéndose a las estrellas) los ricos se creen gigantes, ni siquiera son polvillo en los ojos de dios.

Kuroro: hubo un error, tú no eres uno de ellos. Te entregaron en la dirección equivocada.

Kurapika: (ríe a carcajadas) es verdad (observa algo en el cielo) ¡mira! ¡una estrella fugaz!

Kuroro: (mira el paso de la estrella junto a él) esa fue larga. En mi ciudad decíamos que cada vez que se ve una, es un alma que sube al cielo.

Kurapika: me gusta eso, ¿deberíamos pedir un deseo?

Kuroro: ¿Porqué? ¿Qué desearías tú?

Kurapika: (desliza sus ojos sobre las brillantes obsidianas de Kuroro) algo que no puedo tener.

Las ganas de Kurapika por decirle lo mucho que deseaba estar con él y a la vez recordar que toda su vida estaba en contra de aquello lo entristeció, no tuvo más que despedirse de él, deseo buenas noches y entró por aquella puerta, esa simple puerta de madera que los separaba como si fuera una muralla.

La barrera del clasismo.


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