V

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Refugiarse de sus pensamientos fue lo oportuno para el momento porque al estar su situación tan comprometida y al borde del abismo no necesitaba atosigarse más. Generalmente, minimizar los hechos hacía que las circunstancias fueran llevaderas, además, acostumbrada como estaba de no demostrar lástima alguna, se repitió tantas veces esas palabras que comenzó a creerlas. Ya no había nada que ella no fuera capaz de sortear y a lo único que temía era a estar en silencio con sus pensares.

Luego del respiro contundente que devino en consecuencia a su decisión, supo que si su intención era continuar a pesar de los hechos, de nada le serviría autocastigarse. Pero, consecuente como lo era, le fue imposible no analizar y enfatizar en decisiones que la alteraron al punto de luchar con pensamientos contradictorios diarios.

Theodora la primera semana durmió en la calle. Eso la llevó a no poder ir al colegio por la sencilla razón de que tenía hambre y no tenía ni el dinero ni la fuerza de voluntad para tomar el subte que necesitaba para llegar.

La habían despedido del restaurante, donde le habían dado asilo para que durmiera, porque Susan fue a increparla en plena hora pico, y eso sucedió a solo dos días después de que ella se largara de la casa. El alboroto que se armó fue tanto que algún cliente, seguramente, alertó a la policía. La consecuencia fue su despido y, a raíz de eso, se encontró en la acera con algunos billetes, su mochila y la incertidumbre de no saber dónde ir.

Pero esos hechos no eran nada comparables a lo que tuvo que hacer hasta que ella mejorara: había optado por ignorar a Ryan. No respondía sus llamadas y desconocía si fue a buscarla a la casa. El motivo era claro —al menos para ella—: la noche en que Susan le habló de aquel modo, hizo que Theodora pensara en todas las veces que descargaba la tristeza con su amigo. No en palabras, sino en actitudes y en sus modos de presentarse; esa tristeza teñida de fingidos actos desesperados por mantenerlo cerca lo había, de cierta forma, salpicado. La joven lo notó la noche del porche en donde identificó ojos melancólicos que a él debían de serle ajeno.

El abuso psicológico que descubrió fue tan inquietante y mortífero que no le quedó más opción que huir, no solo de su casa sino que de Ryan también. Estuvo varios días con arcadas y malestar al haber contemplado esa violencia que ejecutó con él. Si bien su amigo tenía algunos defectos, nada se comparaba a los que ella presentaba.

Sabía que él se merecía algo mejor y que también le debía una explicación, pero aún no encontraba la forma de poder decirle que ella era una persona violenta y que hasta que no se restaurara lo mejor era terminar con la amistad. Estaba segura de que su amigo le insistiría haciéndola creer de lo contrario y, en la desesperación de encontrar al menos algo bueno en ella, le creería. No se podía permitir semejante acto de irresponsabilidad hacia la única persona que quería tanto y por ello optó por el silencio. En algún momento lo vería, ya que las clases estaban lejos de acabar y era donde lo encontraría, pero debía prepararse para eso.

Theodora lloró todas las noches extrañándolo con ahínco. Cierto día, el tercero que no comía nada, se encontró caminando hacia la casa de él, pero al percatarse de semejante descuido volvió sus pasos hacia el comedor barrial. La intención era al menos verlo y procurar que esté bien. Ellos nunca habían estado sin comunicarse tanto tiempo y sabía que él se preocuparía por ella, sobre todo al solo tener incertidumbres. Eso también le pareció irresponsable, pero no tanto como para que desistiera de su decisión.

Al cuarto día de penurias, se presentó a la biblioteca. Devolvió el libro que se había llevado sin permiso y Derek, al verla traspasar el umbral, solo negó en gesto ante la pregunta no formulada acerca de su postulación. A Theodora aquello le dio coraje y se encogió de hombros restándole importancia, pues a esas alturas ya se había dado por vencida. Estaba a punto de preguntarle si tenía algo para comer o un poco de dinero hasta que ella pudiera devolverlo, pero optó por guardar silencio y largarse rápido.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora