XIII

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Anthony no paraba de reír al escuchar a su musa quejarse desde que abandonaron la cabaña para encaminarse al arroyo. Ryan hacía eco de sus quejas que estaba de acuerdo en cada una de ellas, ignorando que todo el grupo prácticamente sentían deseos de estrangular a ambos, pero no Anthony quien observaba al dúo caminar delante de él, enumerar las malas consecuencias por caminar tanto en un día tan caluroso.

—Ya estoy toda sudada, maldición —profirió su musa tomando su enorme playera de los lados pretendiendo que le entrara aire y Anthony no aguantó la carcajada—. ¿Cuál es la gracia? —inquirió dándose la vuelta para mirarlo enfadada.

—Nada, cariño —manifestó de inmediato sonriendo.

—¿Cómo puede ser que no transpires nada? Sabía que eras raro, pero no tanto —acotó arqueando las cejas.

—Estoy acostumbrado al ejercicio —aclaró sonriendo. Ryan se dio la vuelta a mirarlo y cuando el licenciado lo vio exclamó otra risa, parecía que en cualquier momento iba a resentirse—. Aguarda, Ryan. No te ves bien.

—¿Cómo carajos voy a estar bien? Esas frutas me quitaron la energía. —Anthony rio por su comentario absurdo porque, en realidad, estaba depurando todo el alcohol ingerido el día anterior—. Me quedaré aquí.

—Te acompaño —dijo de inmediato Theodora.

—Aguarden, tengo algo que los puede ayudar a ambos. No se den por vencidos tan pronto —dijo mientras rebuscaba en su mochila lo necesario.

—¡¿Qué demonios sucede ahora?! —exclamó alguien del numeroso grupo, ya que Lidia y sus amigos también habían decidido ir. Pronto una morena, Sara y Marcus se acercaron a ellos mientras los demás se quedaron a la espera para continuar la caminata.

—¡Ay! ¡Mi pollito! ¡Estás pálido! —exclamó Sara arrodillándose frente a Ryan. Anthony y Theodora se miraron brevemente tratando de ocultar una carcajada, pero no lo lograron.

—Ya cállense los dos, maldición —dijo quejándose el rubio—. Este con sus extraños desayunos, estoy seguro de que me envenenó. —El licenciado volvió a exclamar una carcajada en lo que preparaba el brebaje energético.

—No te pongas así, pollito —susurró Theodora—. ¿No ves que Anthony te está preparando un... lo que sea eso?

—Es un energizante con vitaminas, minerales, aminoácidos, extractos vegetales y, lo más maravilloso, un activo.

—No beberé esa mierda. Definitivamente, quieres envenenarme porque te molesto siempre. —Anthony no podía parar de reír, pero logró negar en gesto. Tapó el vaso y lo agitó brevemente para luego tendérselo.

—Confía en mí —pidió. Ryan lo miró estrechamente, pero aceptó la bebida y luego de olisquearla arqueó una ceja para beberla.

—Al menos tu veneno sabe bien —confesó.

—Quiero uno de esos también —pidió Theodora.

—Claro, cariño —acordó.

—Cariño —masculló Marcus, quien se encontraba un tanto distanciado, pero todos lo oyeron.

Theodora notó como Anthony apretaba la mandíbula para luego mirar a su amigo que se encontraba de brazos cruzados observándolos.

—¿Sucede algo, Marcus? —inquirió.

—Todo está bien —dijo de inmediato—. Solo nos preguntábamos por qué se detuvieron.

—Como ves, Theodora y Ryan no se sienten bien —aclaró lo obvio.

—Ya, puedo notarlo —manifestó—. Suerte que siempre traes todo en tu mochila —acotó.

A Theodora le molestaba que estuviera todo el tiempo señalando cuanto lo conocía, tenía ganas de gritarle en la cara que no era necesario tanto parloteo porque, al ser amigos, era obvio que sabrían más cosas el uno del otro. Parecía que Marcus le había declarado la guerra, pero ella iba a alzar bandera blanca; no le apetecían esos juegos absurdos.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora