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El licenciado quedó petrificado observando como la silueta de su amada se perdía entre la naturaleza y comenzó a sentir una extraña opresión en el pecho seguido de la dificultad para respirar.

Al percatarse que había arruinado todo acercamiento por dejarse conducir por la pasión depredadora, el sentimiento repulsivo y la culpa, aquella manifestación que conocía con ahínco, se presentó justiciera clamando gracia y venganza por creer que la había superado.

Carraspeando y sintiéndose mareado, tomó sus objetos y fue tras ella. Al menos se aseguraría que llegara a salvo para luego dejarla en paz. Había entendido que lo quería lejos, pero había aprendido hace tiempo a no dejar solas a las personas luego de un pleito. Pensar que a Theodora le pasara cualquier cosa, lo arrastraría al abismo más hondo del infierno y significaría solo su muerte. No podría soportar una culpa más en su psiquis; por lo que, dejando de lado su estado anímico, corrió tras ella.

—¡Creo que te lo dejé bien claro, Anthony! —gritó ella cuando escuchó sus pasos. Él no dijo nada, solo se mantuvo a una distancia prudente, pero lo suficiente cerca para protegerla de cualquier peligro—. Ya deja de seguirme, maldición —espetó dándose la vuelta.

El licenciado detuvo su andar y bajó la cabeza, amilanado, por la intensidad de sus ojos oceánicos que lograban ahogarlo cuando se lo proponía. Tragó con fuerza y buscó el habla para al menos justificar el avasallamiento que estaba cometiendo contra su deseo.

—Pro-prometo dejarte sola en cuanto lleguemos al claro —aseguró con dificultad.

—No puedo pensar si te tengo cerca —puntualizó para luego continuar su andar.

Anthony no entendió el por qué, pero se ruborizó. Soltó un suspiro y continuó caminando tras ella tratando de pensar en cómo hacer para recuperar su amistad y no en la manera en que Theodora caminaba moviendo sus caderas.

Comenzó a dolerle la cabeza al no entender el sinfín de sentimientos colapsados que estaba experimentando: desde pensamientos trágicos hasta el deseo mismo, eso era lo que su musa lograba manifestar en tan solo segundos.

—Escucha, licenciado —dijo la joven no deteniendo el paso—, espero que no le cuentes a nadie lo que pasó entre nosotros.

—Por su-supuesto que no —exclamó enfático. Anthony jamás compartiría algo tan íntimo con alguien, nunca revelaría la confianza que significaba; él atesoraba mucho ese tipo de entrega.

—No pienses que soy una fácil solo porque me abrí de piernas en el primer beso —masculló.

Él, tremendamente sorprendido, no pudo verle la expresión porque le daba la espalda y caminaba cada vez con pasos más firmes.

—Aguarda, Theodora —pidió corriendo tras ella, quien se detuvo para enfrentarlo. Al notar que sus ojos estaban colapsados en lágrimas, su corazón se precipitó—. No pensaría así jamás de una dama, mucho menos de ti.

—Yo no soy una dama —masculló para limpiarse los ojos con las mangas de su chaqueta.

—Lo eres. No tengo ningún mal pensamiento hacia ti, lo prometo —aclaró estirando la mano para limpiar la lágrima que se fugó de sus hermosos ojos, pero, al notar su error, dejó caer el brazo.

—Te dije un montón de mierdas, no puedes pensar cosas buenas de mí. No me jodas, Anthony —siseó para continuar su andar.

—Estás enfadada conmigo, lo entiendo —puntualizó cerca, siguiendo nuevamente sus pasos y esperanzado porque ella le hablaba y, sobre todo, porque no mencionaba nuevamente con culminar la amistad.

—No estoy enfadada contigo, sino que conmigo —dijo soltando un suspiro—. Soy un desastre, Anthony. Es en serio, no estoy de bromas ni exagerando. Quiero protegerte y tú me sueltas cosas como que estás enamorado. ¿Quién carajos se puede enamorar de mí? O estás demente o estás mintiendo. —Su tono fue en aumento cargado de frustración y el licenciado sonrió al ver que también gesticulaba al aire.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora