XIV

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Las primeras dos semanas luego del bosque, Theodora estaba sumida aún en los pensamientos apacibles que Anthony logró despertar en ella. La joven era portadora de otro semblante, se la veía más relajada e incluso disfrutaba hasta de las ambivalencias que antes la desquiciaban. Hablar telefónicamente con él le resultaba tan relajante que se encontraba como una boba caminando por su pequeña habitación, sonrojándose e, incluso, suspirando en silencio con cada palabra romántica que él le dedicaba.

Theodora estaba enamorada y Ryan aprovechaba eso para jugar videojuegos en su tiempo libre, poner música y reír a montones, ya que a ella parecía no molestarle absolutamente nada. Amó ver a su amiga así, incluso a veces quedaba absorto contemplándola mientras ella leía o cocinaba vislumbrando varias veces como el rubor copaba sus mejillas producto de recuerdos íntimos, y eso al rubio lo hacía carcajear porque Theodora enamorada era en verdad una boba.

Pero la joven, a pesar de saber que su tolerancia prácticamente había dado un vuelco, a veces la atormentaban los pensamientos infames que le reclamaban, glorificándose, que aquello no iba a durar mucho, ya que ella era portadora de una verdad que no podía ignorar. Frente a eso había decidido en cómo desenvolverse con las circunstancias en que estaban envueltos y la primera conversación que mantuvo con Anthony cuando se conocieron le había revelado la salvación: menos es más. Por ello, a pesar de que parecía sencilla aquella aseveración, lo cierto fue que era complicado mantener una postura prudente y cauta.

El secreto cada vez se estaba tornando más grande, desquiciante y sobrecogedor hasta llegar, a veces, a asfixiarla. No podía siquiera hablarlo con su amigo porque él desconocía completamente la diatriba en la que se encontraba. Decidir no frecuentarse en lugares públicos con Anthony estaba costando porque él la invitaba todos los días a hacer algo, ya sea para desayunar, almorzar o cenar, aunque los horarios fueran irracionales debido a su trabajo y, sin mencionar, que ella debía ir al colegio. La joven debía manifestar excusas que cada vez se estaban agotando y, gracias a la intuición del licenciado, él dejó con los días de invitarla.

Faltaban solo tres meses para la graduación y no quería echarlo a perder, además que los exámenes estaban todas las semanas reclamando atención y asistencia. Ryan los últimos días se la pasó estudiando, bebiendo café, trabajando y hablando telefónicamente largo rato con Sara. Theodora, por otra parte, cuando no trabajaba o asistía al colegio, dedicaba su tiempo a buscar otro empleo. Necesitaba hacer un cambio y dejar así margen a su cotidianeidad para que fuera más ordenada y, sobre todo, para que le brindara un salario acorde.

Cuando se lo comentó a Anthony en una de las tantas llamadas que hacían a lo largo del día en los momentos que tenían disponible, él, amablemente, le sugirió un lugar al que podía presentarse. Pero Theodora, reacia a aceptar ayuda, decidió ignorar su sugerencia, aunque agradeciéndole enfáticamente. De todos modos, el licenciado le había enviado un correo con especificaciones y un texto realmente sentido y alentador.

—¿Crees que debería intentarlo? —había preguntado a Ryan una noche mientras calentaba la cena a un horario extravagante.

—Sí. Ni siquiera lo pienses. Hay oportunidades que solo se presentan una vez —masculló leyendo sus apuntes recostado en el sofá.

—Ya, pero estoy segura de que el lugar es tan suntuoso como él —señaló mirándose mecánicamente para luego hacer un gesto.

—Podrías al menos ir a ver de qué se trata, Theo —murmuró.

Y eso le dio el convencimiento necesario para al menos considerar la oferta de Anthony.

El invierno se estaba yendo y aunque el clima aún pedía abrigo, ciertos jóvenes ya se paseaban por el instituto con indumentaria más holgada. Theodora observaba eso mientras componía los anteojos de sol que ocultaban las ojeras que estaba teniendo porque lo cierto era que trabajar tanto y en horarios terribles le estaba quitando el descanso. Había pensado seriamente en ingerir alguna píldora para encontrar algo de sueño, ya que llegó a preguntarse cómo aún su cerebro seguía funcionando.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora