XI

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—Esa carne asada estaba deliciosa —manifestó Theodora dejándose caer entre las piernas de Anthony, quien de inmediato reacomodó su postura y apretó la mandíbula para controlar la lujuria que estaba sintiendo desde que la vio en la tarde.

El atuendo que llevaba su musa difícilmente podía considerarse así, ya que no dejaba nada a la imaginación y estaba haciéndolo perder el juicio más de lo normal. Pero no solo a él, sino a los depredadores que la contemplaban al acecho esperando la oportunidad para acercarse y poder reclamar al menos un momento su atención.

Anthony jamás había experimentado unos celos tan enormes como los que sintió al verla rodeada de los dos jóvenes, amigos de Lidia, que no pararon en toda la tarde en hacerla reír y contarle anécdotas, incluso estando ella con él.

—Apenas has comido —murmuró con dificultad, apreciando como su diminuta blusa se había alzado aún más, dejando al descubierto su níveo y plano estómago, su pequeña cintura y sus abundantes caderas.

Theodora era sin duda una mujer extremadamente curvilínea, y Anthony no se había percatado de ello porque siempre utilizaba ropa holgada que ocultaba semejante maravilla. Saber eso no solo le dificultaba su tarea de mantener sus pensamientos lujuriosos a raya, sino que ahora entendía la mirada voraz que le dedicaban los hombres. Él se había destinado a adorarla en esencia y no se había detenido en alabar su magnífico cuerpo y belleza escultural. Se sentía realmente idiota por no haberse percatado antes.

­—Pero si he comido a montones —masculló alzando la mirada para verlo.

—Has bebido mucha cerveza y has ingerido poca comida —puntualizó. Ella le arqueó una ceja para luego separarse creando una brecha espacial que a Anthony incomodó—. Ven —pidió tendiéndole la mano. Pero ella se cruzó de brazos y negó en gesto para luego ignorarlo y darle la espalda.

El licenciado observó con total libertad como su cabello rojo y rebelde había sido alzado en una alta coleta; y las llamas del fogón enviaban sombras haciendo un contraste magnífico en sus ondas, resplandeciendo aquel color que lo enloquecía. Sus pequeños hombros estaban firmemente tiesos a causa de la tensión que él le causó, aunque le dio gracia como se mantenía recta a pesar de la incomodidad que significaba estar sentada como lo estaba.

Anthony descendió la mirada y su miembro, a quien ya no podía controlar a causa de la lujuria que su musa le despertaba, palpitó indómito al ver la diminuta cintura y el deslumbrante trasero que era contenido por esas mallas endemoniados. Soltó un suspiro y se removió incómodo al saber que bajo de esa prenda solo llevaba unas bragas diminutas de tirantes que, además, podía percibirlas, ya que la tela parecía transparentar a causa del refulgir del fuego.

Se obligó a apartar la mirada y ser prudente porque estaban rodeados de personas que hablaban entre sí, debía comportarse. Volvió a observar a los dos sujetos y los encontró mirándola mientras hablaban entre ellos. Anthony frunció el cejo molesto imaginando las groserías que estarían fantaseando con su musa.

Sintiéndose extremadamente posesivo como jamás imaginó y que siempre criticó, se aproximó a ella por detrás, apreciando por un instante su aroma a jazmín, para susurrarle cerca del oído:

—Vuelve a mi regazo, estarás más cómoda. —Anthony oyó el leve gemido que fue proferido de esos labios rubíes y sus ojos azules pronto lo miraron. Tuvo que apretar la mandíbula y los puños con fuerza para mantenerse en su lugar y no tomarla allí mismo. Sus bocas estaban a escasa distancia y ella solo empeoró su situación al humedecerse los labios con esa lengua pecaminosa—. Deseo besarte —manifestó ahogado en calor y lujuria. Ella se ruborizó y bajó la mirada haciendo que sus largas pestañas sombrearan sus pómulos.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora