XXII

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When you were young repercutía a todo volumen en el vehículo. El conductor cantaba la letra con fervor, movía la cabeza al compás de los acordes del rock y aquello que por un momento creyó lejano, esta vez estaba más cerca. Era por ello que la adrenalina de su cuerpo no se disipaba aunque fuera tan temprano y que haya dormido incómodo en un sofá.

Marcus estacionó fuera del edificio de Theodora y satisfecho de al fin localizarla, apagó la música y descendió de su Audi TT encaminándose a la pelirroja que en cuanto lo vio estrechó los ojos, pero no dejó de mirarlo y fumar con aparente naturalidad. La mocosa había sacado a relucir aquello que la movía: el interés; pensaba el moreno mientras se acercaba a ella.

—¿Qué demonios haces aquí? —espetó en cuanto él comenzó a subir las escaleras. Marcus escondió su fastidio y, quitándose las gafas de sol, la contempló sin mostrar algún tipo de sentimiento.

—Es imperativo que firmes el documento, Theodora —dijo de manera clara.

La joven arqueó la ceja fingiendo que no le dolían aquellas palabras, pero lo cierto era que quería llorar en la soledad de su habitación como estuvo haciendo los últimos días. Estaba agotada mentalmente de crear supuestos y verlo a Marcus, con todo lo que representaba, le generaba aún más frustración y sentimiento denigrante.

—¿Por qué no viene él a decírmelo? ¿Es tan malditamente cobarde que tiene que enviar a todos sus putos abogados y ahora a ti, su perro faldero? Firmaré, pero con él frente mío.

Marcus agachó la cabeza sonriendo al saber que ya había ganado, amaba las victorias y, tratando de mostrar seriedad, volvió a mirarla.

—Al menos lo veo a diario —puntualizó—, algo que, evidentemente, quieres hacer. Ya me enteré de que fuiste a su edificio —comentó logrando que ella se sonrojara. Ella se preguntó si fue Leo o Thomas lo que le comentaron de su visita a la cual se la denegaron con una enorme incomodidad—. No hablará contigo, ni mucho menos te verá. Si quieres terminar con esto por las buenas, será mejor que firmes.

—¿Acaso me estás amenazando? —inquirió estupefacta—. Escúchame, maldito hijo de puta —exclamó levantándose—, si quiero verlo es solo para patearle su patético trasero por mentiroso y arrogante.

—Interesante... —masculló Marcus sin inmutarse por la rabia que la joven destilaba—. Y bastante hipócrita, debo decir. Aunque, sé con énfasis que Anthony nunca te mintió. No es normal que cuente que es, digamos... ¿El dueño de este edificio? —dijo mirando la construcción—. No, no lo creo. No es rentable. Aunque, para estar seguros, deberé revisar; tiene tanto que perdimos la cuenta. Y no te estoy amenazando, tengo cosas más importantes que hacer que perder el tiempo con una jovencita que apenas aprendió a mirar a los lados antes de cruzar. Solo firma, ¿quieres?

—Me lleva... —profirió la pelirroja tremendamente enfurecida.

—Déjalo en paz. Él no hablará contigo. No obtendrás nada y cualquier intento de extorsión irás inmediatamente a prisión. Deja de ir a su departamento y ya deja de llamarlo. ¿Fui claro?

—Muy.

—Perfecto. Los abogados vendrán, otra vez, mañana. Que tenga una excelente vida, señorita.

—Dile a Anthony que se muera y se pudra en el maldito infierno.

—¡Se lo diré! —exclamó bajando de las escaleras.

—¡Y tú también! —gritó cuando vio que abordaba el impecable Audi blanco deportivo.

Theodora esperó que el auto se perdiera de vista para exclamar un grito frustrado y ponerse a patear la pared con ahínco. Tanta era la rabia que la estaba consumiendo que no se conoció.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora