El tibio tiempo fue prudente en detenerse, piadoso en ampararlos y elocuente para guiarlos. En el momento que los amantes se contemplaron abstraídos, toda desdicha se difuminó, quedando solo los albores de un amor poético.
Anthony, subyugado, dejó conducir su mano a la mejilla de su amada que, clamorosa, exhalaba suspiros que proclamaban entrega y él no podía aún descubrirse tan afortunado. Con la lujuria anhelante, aquella que lo perseguía de hacía semanas privándolo de admirarla con la elocuencia que ella merecía, prosiguió a guardar en su recuerdo bosquejos del momento íntimo que estaban compartiendo.
Theodora, incapaz de pronunciar alguna palabra, dejó guiar su cuerpo que le pedía proximidad al hermoso hombre que la observaba como si fuera lo más invaluable que alguna vez vio. Movida por ese sentimiento de gracia, se aproximó a él tímida, depositando sus manos lentamente en su pecho y acercando su rostro en la espera de ser besada. Había tantos secretos de la carne que la joven desconocía que, sin prudencia, se dejó guiar por sus instintos y deseos que le reclamaban la urgencia de ser salvaguardada.
Él la tomó delicadamente del rostro, guardando la respiración, al sentir el calor agobiarlo cuando fue tocado por ella sensual e inocentemente. Comprendiéndose un verdadero honroso, depositó los labios sobre los carnosos rubíes profiriendo un gemido al encontrarla tan dulce, mágica, verdadera.
Anthony pretendía ser cuidadoso, lento y llevar un ritmo acorde a tan glorioso ser, pero su musa, con aquel carácter indómito y preponderante que la caracterizaba, rompió con cada intensión que se propuso cuando su respuesta fue brutalmente lujuriosa.
Se prendió a él necesitando fundirse entre sus brazos, ser consumida por sus labios y que su fuego, aquel que anidaba en lo más íntimo, fuera menguado por sus caricias voraces y enérgicas. Anthony tenía todo lo que Theodora deseaba, era exactamente la medida justa de sus deseos más profundos y salvajes. Ella, siendo una joven de carácter estridente y que no conocía demasiado de las relaciones humanas, no tuvo problemas en dejarse guiar por lo que su cuerpo pedía. Y su piel lo necesitaba, con tanto ahínco como respirar.
El licenciado con manos temblantes se apresuró en atraerla a su cuerpo en medio de besos húmedos, gemidos y jadeos. La curiosidad de Theodora por descubrirlo no menguaba sino que se acentuaba recorriendo cada parte de su pecho cubierto por la camisa que en el momento resultaba inadecuada.
Desesperado, se separó un poco arrebatándole la enorme playera, dejándola solo en short y en sostén negro; su piel de porcelana impoluta llevaba cicatrices que había descubierto con anterioridad, pero, resuelto a curarlas, se apresuró en besar cada una de sus marcas haciéndola gemir mientras lo tomaba del cabello con fuerza.
Anthony la sostuvo de la pequeña cintura en todo proceso, lamiendo la piel con sabor a pecado y jazmín. Acarició su espalda, tomó su trasero y ella gimió más. Él estaba a punto de estallar por solo escucharla con esa voz melodiosa proclamar jadeos en consecuencia de sus caricias. Se tornó más osado soltando el sujetador que cobijaba a sus exuberantes senos, y se apartó lo suficiente para que la prenda se deslizara silenciosa por su cuerpo que se erizó comprendiendo su desnudez.
La joven, avergonzada de que él la viera, se ruborizó furiosamente, pero al ver su expresión asombrada se sintió hermosa atreviéndose a quitarle también la camisa. Sentir su piel desnuda contra la de ella era algo que ambos estaban deseosos de hacía tiempo y, al saberse que estaban a punto de experimentarlo, ambos se apresuraron haciendo saltar los botones que cayeron al impoluto piso blanco repercutiendo en el aseo.
Anthony de inmediato la levantó del trasero estampándola contra la fría cerámica que, en contraposición con su piel caliente, a la joven hizo exclamar. Ambos sintieron la necesidad de apreciar el momento en que sus pechos se encontraron y, Theodora, prendiéndose de su ancha espalda, exclamó un grito al sentirlo tan vigoroso contra su intimidad.
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Estimada confusión (Parte I )
Romance《Y he aquí el estado inocuo de tu alma que no sabe dónde morar, pero será recibida con un sendo abrazo de suspiros y enredos de mi corazón aún puro, que es tuyo amada. Mi alma clama por recorrer los caminos junto a tu sombra. 》 Theodora Anderson es...