Emanaba desde el bosquejo un cándido color de desesperanza y con la suspicacia que lo caracterizó alguna vez, aspiró el nuevo aroma y dejó que lo poseyera; aunque, de esa forma, el niño ya estaba con la sentencia firmada. Si bien no era algo nuevo, comprendió en ese momento de qué se trataba al mirarla: gozaba del infortunio y él fue solo un espectador donde la esperanza lo abandonó dejándolo lánguido y eternamente efímero.
Algo en él se truncó en cuanto contempló a la persona más importante ser realmente humana. La creía maga, hada, estaciones y sonrisas; pero todo perdió brillantez una vez que sus lamentos se tornaron abstractos, bestiales y confusos.
Anthony la observó con una sapiencia no apta para un infante, con un entendimiento que hizo entornar a sus verdes iris y con un semblante digno de ser cuestionado. Estaba de pie con su camiseta roja y sus pantalones cortos, no había zapatos que adornaran sus pies que solo conocían de hierba, aire y lodo. Tampoco había lágrimas en sus enormes ojos. Solo cuerpo petrificado que observaba y que no podía hablar.
La veía bailar. Danzaba esa melodía cómica y grosera que no se adecuaba al panorama. Los brazos níveos de la dama se agitaban con sutileza en lo alto, donde sus dedos señalaban un punto finito que jamás encontró.
Los gritos del otro menor repercutían con aspereza en el estrecho espacio, rompiendo la exacerbada manía de carecer de responsabilidad. El infante, casi desnudo, se encontraba sentado en el sillón destartalado, completamente asustado y mirándolo con énfasis para ser salvado mientras sus gritos y lágrimas hacían del espacio un reducto aciago.
Anthony miraba sin repulsión por abarcar todo. Fue ese día que conoció la demencia y aprendió lo efímero. El alma de la mujer con cabello cobrizo se despedía, manifestándolo en cada movimiento, y nada de lo que fue quedaría materialmente, solo en el juicio escurridizo de la niñez. Cada gemido angustioso en medio de la música y cada una de las palabras que le dedicaba a alguien que ya no estaba, hicieron honor en su comprensión; porque, invariablemente, esas dicciones se amoldaron en él y lo dejaron con la incógnita que perduraría por siempre.
El licenciado en letras despertó y abrió los ojos como un animal acorralado.
El miedo destilaba dictamen en cada una de sus partes dejándolo inmóvil, petrificado y mudo. La respiración se convirtió en una alerta cuando detectó su fin; el sentimiento era calamitoso y su corazón no lo resistiría. Lo único que en ese momento le quedó fueron las lágrimas que dibujaron andenes rotos que surcaron su rostro. Observó con miedo el cielo raso en espera de la muerte y lamentó, en ese preciso momento, no haber contemplado a su musa una vez más.
Su cuerpo no respondía y su respiración se alteraba a ritmo peligroso. El lamento angustioso estaba en lucha con sus labios que no se abrían para dejarlo en libertad, sus manos no eran capaces de apresar absolutamente nada que le diera algo de estabilidad y sus piernas, férreas, se negaban a salvarlo.
La respiración, eso que era tan importante para él por su valor estético, se convirtió en fuertes espasmos que sus fosas nasales no digerían ni querían procesar. Perdió toda credibilidad de autónomo en esos eternos minutos donde escuchaba las manecillas del reloj contarle lapidariamente que el tiempo, en ese momento, era escurridizo de las reglas.
El miedo estaba escalando tan dictador que, en verdad creyó, sucumbiría. Lo acaparó abrazándolo tan raudamente que lo dejó entumecido al sofá donde, sin esperarlo, se había dormido. Pero aquello que lo sostuvo inmóvil al fin lo liberó, y sus lágrimas rodaron con más énfasis en cuanto pudo mover sus falanges y sostener con fuerza el libro que había estado leyendo. La odisea había durado unos minutos y fueron lo suficientemente infames para destrozar su compostura.
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Estimada confusión (Parte I )
Romance《Y he aquí el estado inocuo de tu alma que no sabe dónde morar, pero será recibida con un sendo abrazo de suspiros y enredos de mi corazón aún puro, que es tuyo amada. Mi alma clama por recorrer los caminos junto a tu sombra. 》 Theodora Anderson es...