XXXIII

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Ryan miraba a Collins analíticamente y cada vez que estaba por abrir la boca se detenía, pues no sabía cómo abordar el tema. El hombre, con una expresión inescrutable y la mirada ocupada en el tránsito de la noche, ignoró al muchacho que no había dejado de observarlo en todo momento. Su vista solo era desvinculada de su atención para contemplar por el espejo retrovisor a su empleador quien, hablando con la señorita, se lo veía feliz y relajado como no lo había visto en los días que hacía que estaba en su compañía.

—Está bien, tengo que preguntarlo, ¿no te aburres? —Soltó Ryan, quien sentado de copiloto observaba sin disimulo al conductor.

—No. —El rubio frunció los labios por aquella amena respuesta y, estrechando los ojos, asintió.

—¿Estás armado?

—Por supuesto.

—¡Oh! ¡Genial! ¡¿Me enseñas el arma?! —exclamó sorprendido, pero solo bastó una gélida mirada para que sus expectativas se difuminaran—. ¿Qué se siente ser custodio? ¿Estuviste en la guerra?

—Por el amor de Dios —exclamó Theodora fundida en el pecho de Anthony—. Ya deja de preguntar idioteces y deja al hombre en paz. —La risa de la pareja relajó a Collins que, nervioso, no sabía cuánto debía o no responder a las incógnitas del joven atractivo que lo distraía de su misión.

—Solo tengo curiosidad —murmuró a la defensiva sintiéndose un niño.

—Collins está capacitado para muchas situaciones de riesgo. Si él gusta, puede contarte, pero no lograrás ahora nada, pues es muy serio —aclaró Anthony. El rubio asintió y, de reojo, observó una vez más a aquel corpulento sujeto que lo había intimidado a gran escala.

—¿Collins es tu apellido o nombre?

—Apellido. —El conductor, entonces, se atrevió a mirarlo solo un breve momento y, encontrándolo en extremo atractivo, apartó la mirada de inmediato. Fue imperceptible, un momento fugaz, pero solo eso bastó para que el sujeto se sintiera confundido—. Ned es mi nombre —susurró no sabiendo por qué le decía eso.

—¿Ned? ¿Solo Ned? —inquirió confundido y, luego de repetirlo varias veces haciendo que todos en el vehículo se irritaran, exclamó—: No te va para nada. —Y lanzó una carcajada que retumbó en el estrecho espacio. El conductor, gracias a los años de entrenamiento, se mantuvo serio, pero lo cierto es que quiso reír también—. Licenciado, no tenemos en el taller cosas de ricos... Lo menciono por tu inmaculado trasero de millonario.

—¡Ryan! —reprendió Theodora ya cansada de oírlo. Si no fuera porque estaba muy cómoda en los brazos de su amado, le hubiera asestado un fuerte golpe en la nuca.

—Mi trasero no tiene problemas de sentarse donde sea —señaló Anthony—. Gracias por preocuparte. —El muchacho asintió conforme y la joven no soportaba las ansias de reír al oír al estricto rector decir semejante declaración—. Aunque —susurró en el oído de la joven solo para ser oído por ella—, su hermoso trasero, señorita, ¿tendrá inconveniente de posarse en mi regazo?

Theodora ocultó la cabeza en el torso de él realmente mortificada, pero la sonrisa enorme que ocupaba su rostro era prueba de que su comentario era demasiado tentador y divertido para ignorarlo.

—Ninguno, pues mi trasero lo extraña, licenciado —susurró aún oculta.

Él, con un pensamiento demasiado gráfico, comenzó a sudar y fue imposible controlar la excitación que su cuerpo evidenció. La joven, mordiéndose el labio al notar cómo él se removía incómodo, se catapultó a susurrarle al oído:

—Tal vez decida portarme mal. —Y besó su cuello haciéndolo gemir, solo que ocultó lo evidente con un carraspeo.

Anthony la aprisionó de la cintura con fuerza, odiando aquellas prendas que utilizaba y le impedían la contemplación total de su cuerpo. Pero, sabedor de que restaba un largo momento con personas conocidas, aceptó que era lo mejor para controlar su libido.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora