IX

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—Maldita idiota —masculló dejándose caer sobre una gran roca mohosa—. ¿Qué demonios me pasa en la puta cabeza? —blasfemó.

Theodora había logrado escabullirse del grupo cuando todos estaban muy ocupados armando la mesa para servir los aperitivos. Luego de la charla con Ryan y Anthony, la incomodidad no se desprendía de su cuerpo, por lo que sabedora de necesitar tiempo a solas, decidió buscarlo en cuanto pudiera.

No pensaba dar paso a las lágrimas porque no se sentía culpable de haber golpeado a aquel sujeto, pero sí se sentía repulsiva. Ella no solía ser así, hacía tiempo que no golpeaba a nadie y las veces que ocurrieron siempre fueron en defensa de los suyos. Cuando a ella la insultaban o golpeaban no importaba porque sabía que, en cierta forma, lo merecía, pero no entendía por qué a ellos también les sucedían esas cosas. Solía pensar en ello y, sencillamente, concluía en el absurdo de que las injusticias se repartían en todas partes.

La joven soltó un suspiro y contempló la naturaleza que la ocultaba; se había internado en las profundidades del bosque para no ser hallada y tampoco oír los jolgorios de los demás.

Se insultó una vez más por haber creído que, precisamente ella, iba a tener un fin de semana especial. Ni siquiera había impresionado a Anthony; solo lo había espantado con semejante brutalidad que él seguramente desaprobaría fervientemente. Debió haberlo sabido, debió quedarse en la ciudad y no pedir los días en el bar; ahora estaría tranquila, con dinero y se mantendría ocupada.

Tarareó una canción negando a que los conceptos que la construían la abordaran en ese momento, no era la ocasión propicia estando lejos. La joven no pensaba arruinarle el día a nadie solo porque ella se sentía nefasta. Se preguntó si Anthony continuaría siendo su amigo o a partir de lo sucedido tomaría distancia y, frente a cualquier decisión que tomara, no supo cómo debía reaccionar.

Theodora sabía que le debía una verdad, y sabía también que aquella honestidad podría ser la desencadenante para que él optara irse para siempre; pero saber eso solo hacía que se negara a decírselo porque, aunque a ella le pareciera apresurado hasta pensarlo, debía admitir que se sentía en paz cuando estaba con él. Sentía que podía a llegar a ser buena.

Arrancó un poco de musgo de la roca y lo trituró en sus dedos, haciendo que el verdín los manchara. Ese acto la hizo reflexionar, ya que ella tal vez era lo que hacía con las personas: herirlas hasta quitarles su ánima. Así pasó con su madre, luego con Patrick... ¿Haría lo mismo con Anthony?, pensaba.

Definitivamente, la joven estaba convencida de que la multiplicidad de errores que cometió en sus cortos años, eran los que le estaban devorando el juicio. Ella sabía que fue maltratada de niña, pero también reflexionaba y concluía que ningún hecho de los siguientes que se desencadenaron tenían que ver con eso. Ella era mala por naturaleza, quizá su madre no tuvo oportunidad de corregirla y se agotó. Para Theodora, era el único modo de entenderlo.

Prendió un cigarrillo y comenzó a fumarlo pensando en eso. Ella se había cansado de culpar a todo el mundo por cómo era y nunca había considerado su mala naturaleza. Estrechó los ojos mirando un punto inescrutable y, encogiéndose de hombros, se maldijo una vez más.

—¿Theodora?

—¡Demonios! —gritó a la vez que tomaba su mochila.

—Lo lamento, no quise asustarte —dijo Anthony aproximándose y enseñándole las manos—. Lo siento, ¿estás bien? ¿Te hiciste daño?

—No, qué va —masculló dejando la mochila nuevamente en la roca. Tomando su posición cómoda, continuó fumando mientras observaba como se acercaba—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora