XXIX

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Theodora, enfurruñada, apretaba el mando con ahínco sin pretensión de contemplar nada y Ryan, a su lado, bebía cerveza ocultando una risa que amenazaba con escapar en cualquier momento.

El rubio se preguntaba cómo Anthony seguía con vida, sin duda la pelirroja debía amarlo. Porque a pesar de que Theodora había soportado las peores vejaciones provenientes de individuos con ética dudosa, ella se mostraba brava cuando alguien la hacía enfadar. Anthony, en pocas semanas, hizo enfurecer a la joven en diversos grados y, esa mañana, fue la fulminante.

Ryan, deseoso de hostigarla, acercó el botellín de cerveza a ella con afán de convidarle.

—Ten, así ahogas lo patética que quedaste frente a todos —dijo intentando ser serio. La pelirroja le lanzó una mirada furiosa y le arrebató la bebida ingiriendo con celeridad.

Recordó su intento fallido de mostrarse contemplativa con él cuando, en el receso, lo vio inspeccionando los salones y apuntando en una libreta tan pulcra como su persona. Theodora se había acercado ignorando la reprimenda de su amigo y, se atrevió a tocarle el brazo en pleno corredor atestado de alumnos, docentes y personal académico que podrían haber inferido cualquier cosa. Anthony, primero la miró con el cejo profundizado, pero luego con una expresión de asombro en conjunto con un rubor prominente.

—Se-señorita Anderson —había dicho y luego carraspeó apartándose de ella—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Tenemos que hablar —murmuró terminante—. Me debes una explicación —puntualizó en un siseo-

—S-sí, lo sé, pero a-aquí no es...

—Rector. —La presencia de una mujer extremadamente sofisticada, había dejado a la joven muda de la impresión—. Interactuando con los estudiantes, qué simpático —dijo evaluándola con una sonrisa—. ¿Vamos a su oficina? —señaló mirándolo con coquetería. Anthony asintió y, luego de lanzarle una breve mirada a ella y despedirse, se retiró con la morena deslumbrante que caminaba tan cerca que sus brazos se rozaban.

Theodora bufó al recordar semejante escena y se levantó del sofá dispuesto a encararlo y a acabar una vez con ese bucle sin fin.

—Voy a la biblioteca —murmuró, pues sabía que su amigo no sospecharía.

—Anochecerá pronto —señaló incrédulo.

—Hay un café literario, Dereck me invitó —mintió sin problemas, pues fue directo a la habitación a cambiar sus prendas.

—Llévate mi coche, no voy a usarlo.

Gracias a la paga prominente que Bernard le facilitó esa semana, la pelirroja pudo adquirir nueva indumentaria que la hacía ver sofisticada y adulta: una elegante falda lápiz negra que apenas le rozaban las rodillas, tacones negros y camisa blanca fueron los encargados de realzar su belleza y magnetismo. Pintó sus labios rojos y rizó sus pestañas. Decidió dejar su cabello suelto y algo alborotado, pues sabía que era como al licenciado le gustaba. Tomando su bolso de mano negro nuevo, se corroboró en el espejo del aseo y luego de aplicar un poco de su perfume favorito, salió al encuentro de Ryan quien la observó boquiabierto.

El rubio se obligó a apartar la mirada de su amiga y, atormentado, recordó que ella jamás lo amaría como hacía con Anthony. Cuando ese pensamiento se presentó, frunció el cejo confundido, pues creyó que ya la había superado. Pero verla fue su abismo y le recordó lo impactante que Theodora era, no por su increíble belleza y figura, sino que ella era el claro ejemplo de valentía, fuerza y poder que Ryan tanto admiraba.

—Gracias por el coche —dijo tomando las llaves que descansaban sobre la mesa, haciendo repercutir sus altos tacones en el suelo.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó fingiendo indiferencia mientras observaba la pantalla sin realmente verla.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora