Capítulo Quince 🌙

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—Despierta, chst, oye ya despierta.— unos dedos punzantes se entierran en mis costillas derechas.

—No— digo ahogando un gemido de molestia y dándome vuelta.

—Sí, debes despertar.— ¿quién carajos está en mi puto cuarto?

Abro los ojos sobresaltada al no reconocer la voz masculina que me jode.

—¡Carajo!— digo en un intento de respirar con normalidad y llevo mis manos hacia mi cabeza. —Que susto me has dado.

—¿Tan feo soy?— bromea sentándose en el borde de mi cama.

—¿Qué? ¡No! Me refiero a que no estoy acostumbrada a despertar con un chico a mi lado.

—Ya sabía que soy hermoso, pero no hacía falta que lo digas.

—Eso no ha salido de mi boca.— lo observo con una ceja elevada.

Es muy probable que me encuentre con los cabellos alborotados y lagañas en los ojos, pero no me importa.

—¡Mierda, la hora!— saco mi teléfono celular de abajo de la almohada con brusquedad. —Hoy no será un buen día...— murmuro entre dientes.

—¿Por qué? Aún es temprano.

—Sí, pero cuando despierto asustada, mis días son una completa mierda y mi humor es insoportable.

—¿Y yo debo quedarme contigo, así? Pobre de mí...

—No, puedes ir a tu casa y volver mañana cuando ya se me halla ido el mal humor.— me encogo de hombros.

—Claro que no.

—Al menos debía intentarlo.— me arrastro hasta la orilla de la cama.

Me encuentro en un debate mental demasiado intenso, me quedo aquí y le invento alguna excusa a Brandon... o le cumplo y asisto al entrenamiento. ¡Ay qué difícil! No me lo pienso y salgo de mi adorada cama. Sé cuán importante son los nacionales y cuánto trabajo le ha costado para llegar a ser el entrenador que hoy por hoy es.

—Estúpida moral.— camino hasta el baño con los ojos prácticamente cerrados. —Un sábado levantándome a las siete de la mañana.  ¡Qué estupidez!

—Ya deja de renegar, tienes un compromiso.— me sermonea Duncan.— Cuando acabes baja a tomar el desayuno.— abre la puerta del cuarto y da un paso hacia el exterior, pero una idea se me ocurre y lo detengo.

—Oye, Duncan, ¿no quieres darte una ducha conmigo? No alcanzo a enjabonarme la espalda...

No sé si es mi imaginación, o de verdad se encuentra entre aceptar mi propuesta o hacer lo correcto. Finalmente, y luego de unos segundos, toma su decisión: —No, te espero abajo.— y sale por la puerta como alma que lleva el diablo.

Cuando acabo de asearme, me visto y bajo para desayunar. El reloj marca las siete y seis minutos por lo que maldigo internamente demasiadas veces. ¡Maldito Brandon! ¡Malditas nacionales! ¡Maldita moral! ¡Todos son unos malditos! Yo en este preciso instante podría seguir durmiendo, ¡pero no! Y aquí me encuentro, sentada esperando mi desayuno un sábado a las siete a.m, ¡a las siete a.m!

—¿Qué estado haciendo?— dice sacándome de mis pensamientos.

—¿Qué?

—Haces muecas y gestos raros, arrugas la frente y tu mano está hecha un puño.— elevo una ceja y me presto atención. Tengo el ceño fruncido, la nariz arrugada y mis manos sí están hechas un puño.

—Oh, no me he dado cuenta.

—¿Otra vez hablabas sola?— nuevamente me desconcierta.

—¿Qué?

Rompiendo LímitesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora