Su juego, bajo sus reglas

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Emily

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Emily

Esa mañana pidió que me duchara y me vistiera con lo que ella eligió para mí. Habían dos baños, uno arriba, al que había subido con Max, y otro en el piso inferior. Hizo que fuera a este último. Me llevó y dejó ropa para mi. Bajo la ducha encontraba paz normalmente, pero esto no era normal, así que lo único que sentía eran nervios. Nunca podíamos saber que iba a pasar, mucho menos que nos depara la vida, y en esa situación todo era mucho menos predecible. Nadie tiene el control de lo que vive, sin embargo creemos poseerlo algunas veces. Yo no sentía tenerlo y ene se momento mucho menos. 

          Al salir de la ducha me vestí. El atuendo consistía en un vestido con finas rayas negras, un par de zapatos de charol pero esta vez blancos y medias del mismo color.

          Al terminar de ducharme me dirigí hacia el comedor, así me lo había ordenado, encontrándome con Max. Me senté en el mismo lugar que la noche anterior mientras que la mujer nos traía el desayuno al mismo tiempo que tarareaba alguna melodía, que en otro momento y por otra persona hubiese sido relajante, pero allí solo me resultaba escalofriante y deseaba que se detuviera. Pensé que ella iba a sentarse con nosotros, pero no fue así, solo sirvió y se retiró.

          —Siempre se va, sale para cuidar las flores creo, pero en un momento volverá —este niño tenía todo más que claro.

          —¿Hace cuánto estás aquí?

          —Una semana, creo —respondió mientras jugaba con el cereal de su tazón.

          —¿Y él?

          —¿Él quién? —preguntó mirándome extraño.

          —El hombre que me trajo.

          —No está nunca, viene a cenar y luego desaparece por todo el día, a veces por días —por un momento ninguno de los dos habló, pero luego repentinamente Max preguntó— ¿Nos iremos alguna vez?

          La verdad no sabía que responderle, no tenía nada claro en ese momento, no sabía donde estábamos, ni quienes eran estas personas, no estaba segura de nada y por más que hubiese deseado tener clara la idea de que si nos iríamos, no podía.

          ¿Cómo podríamos irnos? ¿Cuánto tardaríamos? ¿Realmente podríamos?

          En realidad, pensándolo bien, si estaba segura de algo. Saldríamos de allí y si no lo hacía yo, lo haría Max. Ese pequeño era tan solo un niño y, aunque la diferencia de edad no fuera tan grande, él tenía más vida por delante que yo, todavía le quedaba una infancia por vivir. Eso si su experiencia allí no había acabado con eso, si era así él la recuperaría, alguien allí fuera lo ayudaría.

          —Lo haremos —respondí.

          Para salir de allí debíamos tenerlo todo muy claro, saber más de lo que ellos pensaban que sabíamos, tener toda la información que pudiéramos, hacer un plan que tuviera en cuenta cada detalle. Pero, entre todos los problemas que teníamos había uno que me preocupaba más que todos, el mantener la calma.

     Debíamos mantener la calma, debíamos jugar su juego y bajo sus reglas. Jugaríamos a la familia lo suficiente para poder huir, por un tiempo esta sería mi familia, aunque sólo de pensarlo sintiera un gusto amargo en la boca esto no podía ser diferente.

      De pronto, la cerradura de la puerta principal comenzó a hacer ruido, era ella.

     —Mis amores, ¿terminaron de desayunar?

     —Si, madre —contesté mirando a Max, él solo miró hacia abajo con una casi invisible sonrisa.

          Me había entendido perfectamente y jugaría este juego conmigo, estaba segura.

La Familia [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora