Dios proveerá. - Parte 1.

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La fogata ardió con furia cuando otro pedazo de madera vieja cayó en medio. El polvo volaba cubría cada rincón y el orden propio de un lugar santo había sido perturbado completamente. En el centro de la iglesia de piedra y arquitectura antigua, Gabriel y Lucifer habían conseguido una banca sana para sentarse a un lado del fuego. El vacio recinto solo poseía un pequeño altar, tallado en la roca, con una mesa enfrente. Las velas usadas de todos los tamaños rodeaban a tres ángeles rotos. Una cruz de plata reposaba entre ellas.

Castiel apartó el polvo, reluciendo el plateado, y repasando los detalles del cincelado. Era sorprendente que algo así estuviese allí, siendo de tanto valor; pero no imposible para Dios. Cargó la cruz hasta su lugar en la banca, ensimismado en el objeto.

- ¿Qué es eso? – Interrogó Gabe, tomando la cosa de las manos del ángel.

- Bonita, ¿No? – Dijo, orgulloso como si el mismo la hubiese forjado.

Gabe no quería negarlo en la cara del menor, pero lo pensó.

- Tira esa cosa. – Alentó Luci, arrogando ramitas al fuego.

El castaño estuvo a punto de obedecer, sin darse cuenta, pero Cas le quitó el crucifijo.

- ¿Por qué? – Reclamó a ambos. – Yo la encontré.

- Soy Satanás, Cassie.

- Nosotros no adoramos a Daddy. – Completó el arcángel menor.

- Pues yo sí, no tienen por qué obligarme a pensar como ustedes. – Objetó el ángel, fijando su mirada en el fuego.

- ¿En serio? Eres un ángel caído, Cas. – Recordó el mayor. – Y técnicamente, su enemigo.

- Nos abandonó, Cas. Acéptalo.

A esas razones le siguieron otro millón, llenando el silencio de Castiel. Él menor los dejó hablar, expresarse sobre lo estúpido que pensaban que era por seguir creyendo en un padre así. Finalmente se callaron, notando que el otro parecía ignorarlos, pero no era así.

Aceptando todo lo que sus hermanos pensaban sobre él, Castiel tomó su crucifijo y salió de allí, hacia el patio interno de la iglesia.

La noche le recibió, repleta de estrellas. Hacia algo de frio, y a lo lejos podía escuchar un búho. Tomó asiento en un pilar que había caído, atravesando el jardín. La plata brillo a la luz de la luna, y era incluso más bella que antes.

Se preguntó porque estaba allí, si fue un error decidir huir con sus hermanos. Cuando el cielo le desterró, rogó a su padre no convertirse en eso que eran ellos, pero el camino fue trazado una vez más. Había rogado perdón tantas veces, perdido la esperanza, suplicado ayuda... Nunca dejaría de creer en su padre.

Los humanos le habían enseñado que, más allá de lo que los demás nos den, lo que reconforta el corazón es lo que nosotros entregamos. Cada día amaba a Dios, aun si él no lo hacía, porque se sentía bien saber que aun en la fantasía alguien cuida de ti. Aprendió tanto de la fe humana que se sentía como un devoto más.

- Perdónalos, Padre.

Tres Hermanos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora