—Creo que aquí hay alguien que tiene mucha hambre —estaba diciendo en ese momento, mirando a la niña. Fio no se sacó el dedo de la boca, pero asintió con la cabeza, sonriendo.
Luna se dio la vuelta para abrir la despensa, la coleta moviéndose con ella. Tenía el pelo castaño, muy brillante. Su figura, cubierta por unos pantalones vaqueros y una camiseta de color morado, era normal, con algunas curvas, pero sin ser esbelta o voluptuosa.
No había nada espectacular en Luna Valente; era una mujer normal. Pero cuando miraba a Fio, su sonrisa, tan tierna, la convertía en algo más que hermosa.
Verla con sus hijos le hacía algo no sólo a su cuerpo, sino a su corazón. Como un tirón suave, cálido. Y, sin embargo...
Matteo sacudió la cabeza. No le gustaban aquellos pensamientos. No había estado con una mujer desde la desaparición de Ámbar tres años antes y no quería que su cuerpo despertara de esa somnolencia. Era una complicación que no necesitaba.
Se había mudado a Pescara buscando un cambio y lo había conseguido. Pero estaba viviendo al lado de una mujer que le resultaba atractiva. Y lo peor era que aún no le había dicho una sola palabra. ¿Qué pasaría cuando se conocieran? Y si Fede se daba cuenta de esa atracción...
«Tranquilízate, Balsano. Puede que ni siquiera le gustes».
No era tan tonto como para creerse un imán para mujer alguna. Seguía intentando levantar un gabinete de arquitectura después de vender el que tenía en Ortona para pagar deudas... la mayoría de las cuales había descubierto cuando Ámbar se marchó. Y tenía tres niños con los que cada día le resultaba más difícil luchar. Si se hubiera dado cuenta antes de la angustia de Ámbar...
—¿Sabes una cosa, Fiorella? —estaba diciendo Luna entonces—. Ya es casi la hora de comer. Creo que es hora de hacer los espaguetis.
—¡Sí! —gritó Franco.
—¿Y luego más galletas? —murmuró Fio.
—Luego más galletas —contestó Luna—. Pero tendremos que decirles a sus padres dónde están. Fede debería ir a...
—Mi madre está muerta —la interrumpió Fio, sin expresión, como si fuera una realidad por todos conocida.
Matteo, sabiendo lo que estaba a punto de pasar, cerró los ojos.
—¡Mamá no está muerta! —gritó Fede—. Estaba triste y se marchó por un tiempo. ¡Pero volverá!
Fio miró a su hermano, con sus enormes ojos avellanas llenos de un mundo de tristeza.
—¡Y nos encontrará, boba! —siguió Fede—. ¡Aunque no estemos en la misma casa nos encontrará! Los abuelos saben dónde estamos y ella dijo que volvería.
—No tenemos mamá —suspiró Franco, mirando a Luna.
—¡Porque tú la hiciste salir corriendo, idiota! —replicó Fede, levantándose para salir corriendo. Digno hijo de su madre. Cuando las cosas iban mal salía huyendo...
Matteo llamó a la puerta antes de que su hijo pudiera desaparecer como era su costumbre.
—¿Hola? Veo que mis hijos han encontrado comida gratis —había intentado hacer una broma, pero el ambiente en la cocina no parecía precisamente alegre.
La mirada de Fede era una clara acusación. Sabía que estaba a punto de ser castigado y el ataque era su forma de defensa.
El dedo de Fiorella desapareció dentro de su boca. La niña volvería a esconderse, como hacía siempre. Y Matteo no sabía cómo solucionarlo. Le daba un susto de muerte cada vez que desaparecía y si intentaba hacerle entender que no estaba enfadado, sólo asustado, la pobre niña se ponía a llorar amargamente.
«Siento ser tan mala, Papá. Por favor, no te vayas como mamá».
—Entre, señor Balsano, tome una galleta —lo invitó Luna, sin dejar de sonreír. Aunque con la mirada parecía decir «ayúdeme»—. ¿Quiere un café? ¿O una taza de chocolate?
—Mi padre hace el peor chocolate del mundo —dijo Fede—. Lo hace con tanta leche que no puedes encontrar el chocolate por ninguna parte.
—Entonces lo mejor es que le enseñe a hacerlo, ¿No? ¿O es de los que tiran la leche? ¿No será Balsano el torpe?
Fio soltó una carcajada...
Matteo habría querido abrazar a Luna. No, dejar que ella lo abrazase y apoyar la cabeza en su hombro. Su niña estaba riendo de nuevo y él querría gritar de alegría.
—En realidad, me llamo Matteo Torpe Balsano.
—Encantada de conocerlo, Matteo torpe Balsano. Pero siéntese, por favor. Yo soy Luna Valente.
Como si hubiera usado una varita mágica, los niños parecían haber olvidado la conversación de unos segundos antes, como si hubieran sido transportados a un sitio donde no había dolor.
Sus hijos se habían vuelto normales desde que entraron en la cocina de Luna.
Y mirándola, también él se sentía un hombre normal por primera vez en mucho tiempo.
—Encantado de conocerte, Luna Hábil Cocinera Valente.
Los niños rieron de nuevo. Sus hijos estaban riéndose, como si fueran niños normales.
Mientras se sentaba en la sencilla silla de madera, notó el olor a vainilla, a chocolate, a cera para muebles, a aire fresco. En las paredes había posters, calendarios y dibujos hechos por niños. Y en la habitación de al lado, una espesa alfombra de colores que parecía estar pidiendo a gritos que los niños la usaran.
Quizá tenía hijos y estaban con su padre en aquel momento, pensó. Sí, Luna debía de ser madre. Ninguna guardería de Pescara era tan acogedora como aquella casa. Tenía el aura y el aroma de una madre. Un aura a la que los niños respondían de forma inconsciente. Los tres miraban a Luna fascinados, como si fuera a desaparecer si dejaban de mirarla. Especialmente Fio y Franco, ninguno de los recordaba a Ámbar.
Federico era otra cuestión. Una mucho más triste. Aunque era evidente que le gustaban las galletas de Luna y su dulce manera de tratarlo, la tristeza que había en sus ojos no desaparecía nunca. La adorada madre a la que había intentado proteger de la depresión se había ido de casa para no volver jamás...
Pero siempre sería su madre. Fede seguía en guardia, protegiendo a la familia como Ámbar le había pedido que hiciera. Era un juramento sagrado para él. «Cuida de los niños hasta que yo vuelva, cariño».
En lugar de jugar con soldados de juguete, Fede era un soldado en una batalla real. Que su hijo tuviera que sufrir todo eso a los ocho años hacía que Matteo llorase lágrimas de sangre. Tantas noches en vela intentando encontrar la manera de solucionarlo, intentando entender por qué Ámbar se había ido... Que no hubiera vuelto nunca, que no hubiera vuelto a llamar al menos para interesarse por sus hijos...
Sólo una respuesta tenía sentido, pero... ¿Cómo iba a estar seguro? Si en tres largos años, mil cuarenta y cinco días, hubiera recibido una carta, una llamada de teléfono...
En el tercer aniversario de su desaparición Matteo no pudo soportarlo más y, después de vender la casa de Ortona, se mudó a Pescara. Pero venderlo todo para pagar deudas no había solucionado sus problemas.
Había comprado aquella casa muy barata, esperando que el cambio de ambiente y la separación de los obsesivos y eternamente tristes padres de Ámbar animara a sus hijos.
Ahora, a kilómetros de Ortona y sus tristes recuerdos, sabía que haría falta un milagro para que la pesadilla terminase.
Pero... ¿No acababa de presenciar un milagro? Allí, en la cocina de Luna Valente. Sus hijos estaban jugando alegremente por primera vez en tres años... y le daba pánico llevárselos a casa y enfrentarse a una realidad que era demasiado dolorosa para todos.
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Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDO
Fanfiction¿La amaba realmente... o sólo buscaba una madre para sus hijos? ❁ Fecha de publicación: 12.08.19 ❁ Fecha de finalización: 22.10.19 ❁ Historia adaptada. ❁ Todos los derechos y créditos reservados a su autora original.