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—La gente cree lo que quiere creer, por mucho que les pongas delante la verdad. O quizá la verdad de cada uno es diferente.

—Quieren llevarse a los niños de vacaciones durante una semana...

—¿Y has dicho que sí?

—Se han quedado desolados al saber que esa mujer no era Ámbar... igual que Fede. Todos necesitan descansar, divertirse un poco. Sí, les he dicho que sí. Se marchan mañana. Siento no haber podido avisarte con antelación.

—No te preocupes por mí. No pasa nada.

—Sí pasa —replicó él—. No es justo que me hagan sentir culpable, pero no puedo hacer nada.

—Porque creen lo que necesitan creer. Mira Simón... se marchó hace tres años y aparece ahora como si no hubiera pasado nada. Como no he vuelto a casarme, cree que sigo enamorada de él.

¿Y es así?

Luna lo miró, ladeando la cabeza.

Si no sabes la respuesta a esa pregunta, es que eres ciego.

—Los sentimientos pueden renacer cuando ves a la persona a la que quisiste una vez.

—¿Eso es lo que crees? Bueno, claro, tú te mudaste a Pescara para estar cerca de esa mujer...

—Para encontrarla —la corrigió Matteo—. Y lo hice por desesperación. Mis suegros me estaban destrozando la vida. Y luego te vi e incluso a distancia supe que estaba metido en un buen lío.

—Yo nunca he sido el tipo de mujer que «mete en líos» a los hombres —sonrió Luna, mordiéndose los labios con gesto seductor.

—¿No? Será porque no has querido —murmuró Matteo, acercándose un poco más.

—No puedo hacer esto si sigues casado en tu corazón.

—No —contestó él, sacando unos papeles del bolsillo—. Conocerte me ha hecho reconocer la verdad. No puedo agarrarme a un recuerdo para siempre. Una parte de mí querrá siempre a Ámbar, pero ella se ha ido. No puedo seguir viviendo media vida sólo porque mis suegros y uno de mis hijos se niegan a aceptar la realidad. Vivir una mentira no sirve de nada. No la devuelve a la vida.

¿Qué son esos papeles?

Voy a pedir el divorcio.

Luna lo miró, perpleja.

—Por eso trajiste regalos para los niños. Porque te sentías culpable.

—Sí, por eso. Pero no hay un calendario para nosotros, Luna. Está pasando, hagamos lo que hagamos. Podemos ignorarlo y lamentarlo después o hacer lo que los dos queremos y aceptar las consecuencias.

Ella lo miró con anhelo en sus ojos brillantes. Y Matteo nunca se había sentido más fuerte, más contento de ser el hombre de su vida. Al menos, en aquel momento de su vida.

Yo quiero aceptar las consecuencias —siguió—. Te deseo tanto...

Matteo —a Luna se le quebró la voz y cerró los ojos mientras se inclinaba hacia él—. No me hagas esperar más.

Luna lo había esperado. Aunque lo había sabido desde la primera noche, esas palabras serían un tesoro para él hasta el día de su muerte.
Tiernos y un poco torpes en su primer beso, se dieron un golpe en la nariz y rieron después, nerviosos.

—Ven aquí —murmuró Matteo, enredando los dedos en su pelo.

Sabía que aquél iba a ser el beso de su vida.
Apretándola contra su pecho, buscó su boca, esperando, adorando el gemido impaciente que escapaba de los labios de Luna.

—Matteo...

La besó, tierno y hambriento a la vez. Y sintió que su alma se limpiaba de todo el dolor de aquellos años, que el deseo compartido lo hacía olvidar por fin. La generosa respuesta de Luna lo llenó de dulzura y de urgencia. Ella lo besaba suavemente, pero cuando el beso se hizo más apasionado, no se apartó; enredando los dedos en su pelo, se apretó contra él como si necesitara su calor. Los suaves suspiros que salían de sus labios eran una silenciosa súplica.

—Matteo... Matteo... —murmuraba, metiendo las manos bajo su camisa.

Cuando decía su nombre así, decía mucho más que eso y el poco control que Matteo ejercía sobre sí mismo en aquel momento desapareció. La devoró como un hombre hambriento y ella lo siguió todo el camino, gimiendo y arqueándose hacia él con la pasión que había visto en sus sueños.

En su limitada experiencia, los hombres querían tocar y acariciar íntimamente mucho más que las mujeres. Pero la pasión de Luna igualaba la suya. Sus caricias lo volvían loco, el roce de su lengua lo hacía perder la cabeza con el deseo de tenerla.

—He tenido que echarle de casa...

—¿Qué?

—Simón me tocó, me besó... y yo sólo quería que se fuera —mientras hablaba, Luna lo besaba en la cara, en el cuello—. No eras tú, Matteo, no eras tú.

—¿Le has hablado de nosotros?

—No, ¿Qué iba a decirle? No había mucho que contar.

—Pero ahora sí lo hay. ¿Sigue en el pueblo?

—Dijo que se quedaría unos días... por si cambiaba de opinión.

Otra ironía. Él llevaba tres años buscando a su mujer. El ex marido de Luna volvía, pero ella no quería saber nada.

—Cuando vuelva, háblale de nosotros.

—¿Y qué debo decirle? ¿Qué no podemos dejar de tocarnos aunque sabemos que no hay futuro para nosotros?

—¿Eso es lo que crees? ¿Que es esto y nada más?—replicó Matteo, sorprendido—. Yo no te utilizaría después de lo bien que te has portado con mis hijos.

—¿He dicho que estuvieras utilizándome? Soy yo quien se está portando como una tonta. Tengo mis razones para no hacer esto y, sin embargo, aquí estoy.

«Esto», había dicho. «Esto», como si los besos y las caricias que habían compartido fueran una enfermedad contagiosa.

—¿Y por qué has venido esta noche?

—Tú sabes por qué. No voy a mentir por orgullo. Estoy aquí porque no podía pensar en otra cosa después del beso de esta tarde. Pero no hay futuro para nosotros. Tú no estás divorciado todavía, no eres viudo... Y yo...

—Te he enseñado los papeles. Estaré divorciado en dos o tres meses. No te estoy utilizando, Luna. Te quiero en mi vida, no sólo en mi cama. Te quiero a ti, no quiero otro hijo.

Pero yo sí, Matteo.

—¿Estás diciendo que no soy suficiente para ti? ¿Que mis hijos no son suficiente?

—No lo entiendes. Soy yo. No es sólo un deseo frívolo... es una parte profunda de mí que no puedo cambiar. No puedo enamorarme de ti... al final, sólo te haría la vida imposible. Tus hijos se merecen algo más que lo que yo puedo ofrecerles. Tú te mereces algo más que una mujer que no puede tener hijos pero siempre querrá tenerlos —suspirando, Luna se puso en pie—. Lo siento, Matteo. No debería haber venido. Podemos hacerle daño a demasiada gente.

—¿Por qué?

Aunque quisieras algo serio conmigo, no va a pasar. Yo no voy a dejar que pase.

Matteo la vio alejarse hacia su casa, con paso decidido. Lo había dicho en serio.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora