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—Sí, por supuesto. No sé por qué lo he preguntado —se disculpó ella—. Bueno, voy a poner un mantel en la mesa para que los niños no la manchen con la plastilina. Vuelvo enseguida.

La distancia entre ellos era como el universo o como una paradoja del tiempo. Estaba ahí, pero no estaba.

—No hace falta. Voy a llevarme a los niños —suspiró Matteo—. Usted ya ha hecho más que suficiente.

—Pero se lo prometí. Puede usted jugar con nosotros si quiere...

—Tengo que seguir buscando a Fede...

—Usted mismo ha dicho que volverá cuando quiera hacerlo. Venga, juegue con los niños.

Matteo asintió con la cabeza. La mujer reservada desapareció y, de nuevo, Luna se convirtió en la chica alegre y sonriente que jugaba con los niños como si fuera uno de ellos. ¿Tan controlados tenía sus sentimientos?, se preguntó Matteo. Ojalá pudiera él hacer eso.

—Puede usted jugar con esa plastilina verde...

—No me apetece jugar con plastilina —la interrumpió Matteo que, inmediatamente, la miró con expresión lastimera—. Perdone, es que estoy preocupado.

—No sería humano si no lo estuviera. Sé que ahora mismo no lo cree, pero es usted un buen padre. Es evidente que quiere a sus hijos. Y Fede volverá a casa, ya lo verá.

—Mire, yo no...

—Lo sé, lo sé. Tampoco a mí me gusta que se metan en mis cosas.

—Es que siempre parece haber alguien diciéndome lo que tengo que hacer o no...

—Lo entiendo —sonrió Luna—. Yo también he pasado por eso.

—Sí, en fin, creo que es mejor que nos vayamos.

Ella asintió con la cabeza.

—Estaré atenta por si veo a Fede. Y si viene por aquí, llamaré a Reinaldo.

Matteo iba a darle las gracias por su ayuda, pero de repente imaginó a Luna sola, buscando a su hijo porque no tenía nada mejor que hacer un domingo por la noche... o cualquier otra noche.
Por primera vez en mucho tiempo, se preguntó si la tranquilidad de estar solo podría reemplazar el calor de unos bracitos alrededor de su cuello. Si merecía la pena levantarse y cocinar para uno solo a cambio del silencio. Parecía tan sola... Pero no había dicho una sola palabra sobre eso.

—Adiós, entonces.

Por impulso, Matteo tomó su mano.

Gracias por todo, Luna.

Ella no contestó, pero su expresión lo decía todo. Quería que se llevara a sus hijos y se fuera de allí. Quería que la dejase sola en aquella casa; una casa hecha para las risas, para el calor familiar y el amor en la que vivía una mujer solitaria con unos ojos esmeralda cargados de tristeza... De repente, Matteo decidió que no quería irse.

Me gusta tomar una copa de vino en el jardín cuando los niños están dormidos. Y me gustaría que me acompañases esta noche...

Luna lo miró con los ojos llenos de furia.

Señor Balsano, no le conozco de nada, pero sé que tiene usted una esposa, donde quiera que esté.

Aquella furia, aquella terrible e injusta acusación cuando estaba muerto de miedo por lo que le podría haber pasado a Fede fue demasiado para Matteo.

Mire, puede que no haya ganado el premio al padre del año, pero al menos podría usted descargarme de la acusación de adulterio. No suelo hablar de mis cosas privadas con extraños mientras mis hijos están escuchando... —Matteo se volvió y comprobó que los niños, totalmente concentrados en la plastilina, no estaban atentos a la conversación—. Especialmente porque Fede necesita creer que algún día su madre volverá a casa. Pero en tres largos años Ámbar no ha usado su tarjeta de crédito, no ha tocado la cuenta del banco, no ha sido vista en ninguna parte... Aunque me dejase a mí, era una madre y una hija maravillosa, pero no se ha puesto en contacto ni con sus hijos ni con sus padres. Hace un año, la policía de Ortona me informó de que, en su opinión, Ámbar ha muerto.

Luna se llevó una mano al corazón.

Lo siento... —empezó a decir.

Y para que lo sepa, la oferta era una manera de darle las gracias por haber sido tan encantadora con mis hijos. Quería ofrecerle... amistad. Nada más. Piense lo que piense de mí, no soy tan ruin como para coquetear con una mujer a la que acabo de conocer.

—Mire, no quiero que me dé las gracias por nada... Matteo. ¿Podemos volver atrás unos minutos? Me encantaría tomar una copa de vino contigo...

Y así, de repente, la furia de Matteo desapareció. Recordando todo lo que había hecho por él aquel día, lo cariñosa que había sido con sus hijos...

¿Amigos? —sonrió ofreciéndole su mano.

Sí, claro.

Luna no podía mirarlo y le temblaba la mano. ¿Qué podía decir?

—Luna...

—¿A qué hora debo acudir? No me gustaría ir demasiado temprano y disgustar a Fede.

Federico. Había perdido allí quince minutos mientras podía haber estado buscando a su hijo.

—Alrededor de las nueve —contestó Matteo—. ¡Niños, tenemos que irnos! Hay que encontrar a Fede.

Los niños se levantaron de inmediato. Nunca discutían sus órdenes cuando Fede había desaparecido porque sabían que lo importante era encontrarlo. En ese momento sonó el teléfono y Luna levantó el auricular mientras les decía adiós con la mano...

¡Matteo, espera! Han encontrado a Fede.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora