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—¡Tío Gary, ya estamos aquí! —gritó Franco—. Hemos venido a buscar a Fede.

El tío de Luna salió al patio donde guardaba un montón de chatarra.

—Hola, pequeño —lo saludó, con el tono de un viejo pirata—. Ah, señorita Fiorella... ¿Cómo está la niña más guapa de Pescara?

—Bien —sonrió la niña.

—Te he llamado por teléfono, pero no contestabas —dijo Luna entonces—. ¿Está Fede aquí?

Gary asintió con la cabeza.

—Llegó hace media hora, pero me dijo que su padre le había dado permiso. Ya veo que no es así —dijo, suspirando—. Está de mal humor, Luna. Ni siquiera deja que yo le ayude. Sólo quiere poner tornillos en una pieza de metal... ¿Qué te parece si lo llevo a su casa a la hora de cenar?

Luna dejó escapar un suspiro.

—Ven a cenar tú también. Puede que eso ayude.

—Esta noche hay un partido de los Swans. Podría quedarse a cenar conmigo... Es viernes, así que no tendrá que hacer deberes.

—No sé, se lo preguntaré a Matteo.

—Le sienta bien estar aquí, Luna —dijo su tío en voz baja—. Y a mí también. Tenemos un par de proyectos en mente...

—Lo sé, tío Gary.

—En cierto sentido, es demasiado mayor para su edad. En otros, es muy niño. Creo que somos almas gemelas.

—Yo diría que sí —se rió Luna.

Media hora después, Luna volvía a casa con los niños. Pero Fede no iba con ellos.

—¿Dónde está Fede? —preguntó Matteo.

—Mi tío Gary y él están trabajando en un proyecto —contestó ella—. Lo ha invitado a cenar y a ver un partido de los Swans... si no te importa. Lo traerá después del partido.

Matteo lo pensó un momento y después asintió con la cabeza.

—¡Papá, Lu me ha llevado a ver un museo de muñecas! —gritó Fio.

—¿Un museo de muñecas?

—Sí, es de una amiga mía. Lleva años recogiendo muñecas viejas y arreglándolas hasta que quedan como nuevas. Ahora tiene un museo en casa.

—¿Quieres ir conmigo mañana a ver las muñecas, papá? —preguntó Fio.

Fiorella quería estar con él. Lo estaba invitando... Matteo tuvo que tragar saliva, emocionado.

—Es una cita —asintió, solemnemente.

—Lu, tengo hambre —dijo Franco entonces, con la expresión angelical con la que siempre conseguía todo lo que quería.

Riendo, Luna le ofreció su mano.

—Vamos a cenar entonces. ¿Qué tal hamburguesas con papas fritas?

—¡Sí! —gritó el niño, antes de entrar corriendo en la casa.

Unos segundos más tarde, después de una ligera vacilación, Fio lo siguió.

—¿Entonces te parece bien que Fede cene con mi tío?

—Sí, claro. Si eso lo hace feliz.

—Está mucho mejor que al principio, ¿No te parece? Su profesora me ha dicho que en clase se porta mejor y cada día es más dulce con sus hermanos. Dentro de nada se pondrá a trabajar contigo en la casita, ya lo verás.

«No a menos que encontremos a Ámbar», pensó Matteo.

Pero no podía culpar a Luna por no entenderlo. Federico empezaba a portarse de forma normal con los demás, pero sólo volvería a confiar en él si Ámbar regresaba a casa... y Matteo había dejado de creer que eso pudiera pasar. Federico lo culpaba por la desaparición de su madre y, a menos que ocurriera un milagro, no había forma de cambiar eso.

—Sé que tú quieres algo más —siguió Luna—. Quieres que se cure, que acepte lo que ha pasado, pero es un niño.

—Ya sé que es un niño. Y sé también cuánto puede hacerte sufrir un niño —replicó él, amargado.

—Quieres que deje de estar resentido por perder a su madre, pero tú eres su padre... ¿A quién más podría culpar? Fede te quiere, Matteo. Y lo tienes a tu lado. Eso es un milagro.

Matteo se dio cuenta entonces de que estaba temblando.

—¿Te encuentras bien?

Perdiste a Ámbar, sí, pero sigues sin apreciar lo que te ha regalado la vida. Hay miles de personas que esperan años y pagan una fortuna por tener lo que tú tienes... una familia. Tienes tres hijos maravillosos que te adoran a pesar de los problemas. Yo daría la vida por tener eso.

Después, Luna entró corriendo en la casa, dejándolo atónito. Pero tenía razón. Tanta razón que se sintió avergonzado. Sus hijos eran un regalo del cielo y haberse mudado a Pescara y contar con la ayuda de Luna era un milagro. Su vida, a pesar de todo, era una bendición. Pero lo que de verdad lo había afectado era cómo lo había dicho Luna. Había tal pasión en su voz...

Por primera vez la veía no sólo como una mujer, sino como una persona: una persona cuya empatía y fuerza se debían a una pérdida tan profunda y tan dolorosa como la suya. Durante todo aquel tiempo Luna había estado preocupándose por él, pero él no la había escuchado siquiera. Estaba tan asustado que se había perdido todas las señales.

En aquel instante, con los niños despiertos, no era el momento de hablar. Pero la primera pieza del rompecabezas se había colocado en su sitio y, a juzgar por la angustia que había en su voz, Luna necesitaba hablar con alguien.

Desesperadamente.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora