21

1.3K 117 6
                                    

Luna supo que ocurría algo cuando Matteo apareció solo en la puerta de su casa a la mañana siguiente.

—¿Dónde están los niños?

—Con sus abuelos. Te lo dije anoche —contestó él, sin mirarla—. Perdona, voy a empezar a poner el suelo del porche, así que tengo que colocar barreras para que no pasen los otros niños.

—¿Y no me has traído a tus hijos para que les dijera adiós?

—Mis hijos necesitan escapar de aquí durante un tiempo.

—Comprendo —murmuró ella—. Pero los echaré de menos.

—Cuando vuelvan a casa contrataré a una persona que cuide de los pequeños —dijo Matteo entonces, su voz sonó tan dura como la madera que estaba usando para la barandilla.

—¿Te importaría decirme por qué?

—Sé que debo darte las gracias por lo bien que te has portado con ellos... pero no puedo dejar que les hagas daño.

—¿Yo? ¿Cómo iba a hacerles daño?

—Te quieren mucho, Luna —respondió Matteo—. Fio y Franco te ven como a una madre. Incluso Fede te adora, a pesar de todo. Pero tú has dicho que no puedes quererlos como se merecen...

—Yo no...

—Mira, Luna, ya han perdido a su madre y no quiero que se encariñen contigo más de lo necesario. No quiero que sufran otra vez. Y ahora, si me perdonas, tengo que trabajar.

Luna se quedó mirándolo, atónita, hasta que llegaron los otros niños. Niños a los que quería, pero que eran sólo un trabajo para ella. Y se sintió perdida. Sintió un vacío en el corazón tan profundo que no podía hablar.

El pobre y dolido Fede, la adorable Fio, el maravilloso Franco. Y Matteo...

Había tomado una decisión. La mejor decisión para todos. Pero no había contado con perderlos tan pronto. Y sintió como si hubiera perdido a su familia por segunda vez.

[...]

Las luces seguían encendidas en casa de Luna.
Matteo estaba sentado en el porche de su casa, pensativo. Perdido sin los niños, más solo que nunca, observaba la casa de Luna odiándose a sí mismo. Había hecho lo que debía, pero se sentía como un canalla por hacerle daño.

Los remordimientos no servían de nada. La decisión de Luna no le había dejado otra alternativa. Tenía que alejar a sus hijos de ella para que no se encariñasen más de lo que ya lo estaban. Sin embargo, él quería a Luna. La quería con toda su alma. Y ella no lo quería a su lado. Quería ofrecerle el resto de su vida y ella lo rechazaba.
¿Por qué?
«Porque tiene miedo».

Ese pensamiento se formó en su cabeza sin que se diera cuenta. Pero era cierto. Luna tenía miedo de volver a sufrir. Había sido madre una vez y, aunque creyese haber superado la muerte de su hijo, aún no lo había hecho. Tenía que demostrarle... tenía que abrir su corazón a nuevas posibilidades... Tenía que ayudarla a ser feliz de nuevo.

Convencido, Matteo estaba en la puerta de su casa en menos de un minuto. Una suave balada de Elvis sonaba en el estéreo y había velas encendidas en el salón, como si esperase a un amante. Pero a través de la mosquitera de la puerta podía verla inclinada sobre el fregadero... Estaba llorando. Llorando como si le hubieran arrancado el corazón del pecho.

—¡Luna!

Matteo entró en la cocina sin esperar a ser invitado y la tomó entre sus brazos.

Luna, no llores, cariño. No llores.

Matteo...

Lo sé, cielo, lo sé —murmuró él, tomando su cara entre las manos—. Estoy aquí, contigo.

Ella le echó los brazos al cuello y lo besó, unos besos profundos que parecían durar para siempre, prometerle un futuro, prometérselo todo. Nunca le había parecido tan bella como en aquel momento. Matteo sabía lo que significaba para Luna. No podía ocultarlo, ya no, vulnerable como era por miedo a perderlo... a él, no sólo a los niños. Si no estaba enamorada de él, había recorrido medio camino. Pero el amor no era el problema y Matteo lo sabía. No era momento de retomar el tema ni de intentar convencerla con palabras, pero podía consolarla de alguna forma.

—He enviado los papeles a mi abogado esta mañana. Sé que ése no es el problema y no creo que podamos ver el asunto con claridad hasta que hayamos estado solos un tiempo. Desde que nos conocimos no hemos tenido más que problemas que solucionar y... el pasado nos ha afectado demasiado a los dos.

—Lo sé —susurró ella, apretándose contra su torso—. Es horrible.

—Para mí también... pero por ahora estamos tú y yo solos y tenemos una semana. Vamos a disfrutar de ese tiempo, Luna. Sin promesas, sin discusiones, sólo tú y yo haciendo lo que queramos.

—Matteo...

—No, aún no haremos el amor. Quiero llevarte a cenar, a dar una vuelta en moto... hace siglos que no saco la moto.

—No sabía que tuvieras una.

—Con dos cascos. ¿Te dan miedo las motos?

—Nunca he montado en una, pero me gustaría probar.

—Ven conmigo mañana —sonrió Matteo—. Iremos al Parque Nacional después del trabajo... no, mañana es viernes, así que no tienes niños. ¿Por qué no pasamos todo el día juntos? ¿Qué te parece?

—Me parece muy bien. Quiero estar contigo sin pensar en nada... hasta que vuelvan los niños.

—Entonces vendré a buscarte a las diez. ¿De acuerdo?

Si se quedaba más tiempo terminarían en la cama. Matteo sabía que podría hacer que Luna lo desease tanto como él, pero si le hacía el amor querría cosas que ella no estaba dispuesta a darle. Todavía. Tendría que esperar, como los novios antiguos durante el cortejo. Y, con un poco de suerte, le haría ver que estaban hechos el uno para el otro, que sería fácil apartar los obstáculos que ella creía ver en su camino.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora