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Eran casi las nueve y media cuando por fin Matteo salió por la puerta.

Observándolo desde el porche de su casa, Luna esperó un minuto antes de levantarse. No quería parecer ansiosa. Como si quisiera correr hacia él. Como si quisiera ser algo más que una vecina. Como si quisiera estar con Matteo Balsano... aunque el recordatorio de su mujer fuera una sombra tan alargada que apenas podía ver al hombre que había sido. Una esposa que había huido, un hijo que se escapaba... pero Luna se negaba a juzgarlo. Después de todo, Simón también había huido de ella. Y la gentileza con que Matteo trataba a sus hijos, el dolor que había en sus ojos, le mostraba qué clase de hombre era.
Un hombre que quería ser su amigo. Un hombre que necesitaba un amigo en ese momento.

Luna saltó la valla y se acercó a él. Estaba de espaldas, mirando el mar, un hombre perdido en su pasado.

La rapidez de su pulso mientras se acercaba parecía reírse de su idea de que fueran sólo amigos. Era evidente que debía tener cuidado.

Matteo Balsano era algo más que un padre perdido. Era un hombre inteligente, perceptivo. Si supiera que había pasado una hora eligiendo el vestido que llevaba, que se había peinado con más cuidado que en mucho tiempo...

—Hola.

—Hola —sonrió él—. He traído una manta. Y unas galletitas saladas para tomarlas con el vino. Espero que te guste el vino blanco.

—Sí, más que el vino tinto —sonrió Luna.

—Entonces hemos tenido suerte —dijo él, encendiendo una linterna—. Estaba ahorrando pilas hasta que llegaras. Ah, también he traído repelente para mosquitos.

Luna se sentó sobre la manta.

—Una merienda nocturna, qué bien. No lo había hecho nunca.

—No puedo ofrecerte mucho, la verdad.

—Lo que cuenta es la experiencia. Mira el cielo, Matteo. Mira cuántas estrellas. El sonido del mar, el olor de la hierba. Vino y queso... es casi poético.

¿Siempre eres tan positiva? —sonrió él, sentándose a su lado.

—Lo sé, es un poco irritante. Mi... —Luna vaciló un momento—. Mi ex marido solía llamarme Optimista.

«Y no lo decía en tono admirativo».

Matteo no dijo nada y ella pensó que seguramente ya sabía que estaba divorciada. Pedro, el mecánico, o Támara, la encargada de la oficina de correos, se lo habrían contado, sin duda.

—La gente es demasiado cínica. No hay que subestimar los pequeños placeres de la vida —asintió Matteo por fin.

—Gracias por invitarme.

—Gracias a ti por venir. Me encanta salir aquí por la noche, pero me gusta tener compañía adulta. Adoro a mis hijos, pero esta hora de paz antes de irme a dormir...

—No hace falta que me des explicaciones, te entiendo. Yo suelo sentarme en el porche antes de irme a la cama.

«Cállate, Luna. Te estás quedando sin aliento y este hombre va a salir corriendo».

Los dos se quedaron en silencio, incómodos. Eran dos personas intentando no parecer ansiosas, pero con tantas cosas que decirse...

—No podrías haber tenido peor introducción en esta familia —dijo Matteo cuando el silencio se volvió insoportable—. Tú y tu tío Gary, los dos.

—Por favor, tienes que haberte dado cuenta de que me gusta estar con tus hijos. Y en cuanto a mi tío Gary, que Fede apareciera en su casa fue cosa de magia. A mi tío le encanta enseñarle el patio a cualquiera que pase por allí... y mucho más a un niño de ocho años fascinado por la chatarra.

Matteo se encogió de hombros.

—Supongo que ahora sabré dónde encontrarlo cada vez que desaparezca.

—Mi tío se siente muy solo desde que murió su mujer hace dos años y mis primos se fueron a vivir a Ortona. No ve a sus nietos más que un par de veces al año y, aunque yo voy a visitarlo una vez por semana, no soy gran aficionada a la chatarra. Así que sospecho que Fede está a punto de ser adoptado.

—Sí, me imagino que le habrá gustado mucho. Debe de haber un millón de sitios en los que esconderse.

—No te preocupes. Mi tío Gary tendrá cuidado para que no se haga daño.

Matteo asintió con la cabeza.

—¿Siempre te has dedicado a cuidar niños?

—Eso es lo que estudié —contestó Luna, apartando la mirada—. Había pensado abrir una guardería, pero entre los seguros, los empleados y el carísimo alquiler en Florencia... no podía permitírmelo.

—¿Eres de Florencia?

—Nací en Nápoles y mis padres siguen viviendo ahí, cerca del mar.

—Mis padres cerca de Ortona.

Como los padres de Ámbar. Su ex mujer y él habían ido al mismo colegio, habían jugado en las mismas calles y salían juntos desde los quince años. Pero no quería pensar en Ámbar. Era como correr por una cinta mecánica: algo agotador que no llevaba a ninguna parte.

—Pero ahora están viajando por todo el mundo —siguió Matteo—. ¿De cuántos niños cuidas cada día?

«¿Y por qué no tienes hijos propios?».

—De tres o cuatro. Tengo licencia para cuidar de seis, pero como trabajo sola prefiero no agotarme. Aunque tampoco hay tantos niños en Pescara— se rió Luna, con una risa clara, fresca.

Era como una flor silvestre en medio de la hierba que se movía con el viento; inesperada y encantadora. Algo bello en medio del uniforme campo reseco que era su vida. Viéndola acercarse a él con aquel vestido blanco, la coleta cayendo sobre un hombro... parecía un hada. Parecía flotar hacia él más que caminar. Y Matteo la deseaba.

Quería estar a su alrededor como una polilla atraída por la luz, disfrutar de la serenidad que había en su vida. Quería beberse aquellos ojos, tomar su mano y no soltarla nunca...

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora