08

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Luna estaba en la puerta de la habitación, pálida, con los ojos llenos de lágrimas. Se había tapado la boca con una mano temblorosa mientras escuchaba la conversación.

Matteo no podía moverse, no podía respirar. Y Luna no podía hacer nada.

Todo había terminado antes de empezar.

Durante media hora habían alargado la mano para tocarse el uno al otro, dos almas solitarias, pero eso estaba destrozando a un niño pequeño. Sin decir una palabra, Luna salió de la habitación dejando tras ella un mundo de tristeza.

Estaba sentada en la manta, tomando su segunda copa de vino cuando Matteo reapareció. Pero se detuvo a unos metros, como si esperase una explicación. Sintiéndose como una idiota, ¿Por qué no se había ido a casa en lugar de quedarse allí?, Luna levantó la mirada.

—¿Ya está mejor?

—No —contestó él—. Está en mi cama. Sólo había salido para buscar la manta. Si despierta y te ve...

—Sólo quería saber...

—Mi hijo no se pondrá bien hasta que Ámbar vuelva a casa... o hasta que encuentren su cuerpo —Matteo se pasó una mano por el pelo—. Esto es peor que la muerte. Es como un purgatorio permanente. No hay sitio donde ir, no puedo escapar de ninguna forma... En la mente de mi hijo, olvidar a Ámbar sería una deslealtad imperdonable. Incluso mudarnos aquí ha sido terrible para él. No deja de repetirlo...

—Matteo...

—¿Cómo voy a decirle que no debe esperarla, que su madre no volverá nunca? ¿Cómo le digo «No es mamá» cada vez que suena el teléfono? ¿Y si Ámbar estuviera viva? ¿Y si volviese algún día? Así que existimos, esperándola, esperando alguna noticia... algo que nos dé permiso para vivir sin esta maldita esperanza y este miedo y este sentimiento de culpa que nos come vivos.

Luna habría deseado abrazarlo en aquel momento, consolarlo de alguna forma. Pero sabía que no debía hacerlo.

—Debería haberme ido a casa. Lo siento... es que estaba preocupada por Fede.

—Pero ahora pensarás que tienes por vecino a un loco —suspiró él—. Lo siento, Luna. Puede que hablar sea un alivio para mí, pero tú no tienes por qué hacerte cargo de mis problemas.

—A lo mejor te hacía falta contarlo. Y quizá contárselo a una extraña es más fácil.

—Tú no eres una extraña —murmuró Matteo, mirándola a los ojos.

Ella asintió con la cabeza. No eran extraños, pero no podían ser más que eso.

Luna... aunque Ámbar hubiera muerto, y yo creo que así es, no tengo nada que ofrecerte. Seguramente no podrás entenderlo...

Oír esas palabras dolía tanto... aunque lo hubiera sabido. Aunque supiera las razones, le dolía. Aunque también ella tuviera poco que ofrecer. Podría tener un amante, pero no un marido... y en la vida de Matteo Balsano no había sitio para aventuras.

—Tener un hijo al que no puedes curar por mucho que lo intentes te mata poco a poco —dijo en voz baja, casi sin pensar—. Pero no puedes dejar de esperar, no puedes dejar de intentarlo. No hay más remedio que ponerlos a ellos primero, aunque te dé miedo malcriarlos, aunque a veces te dé rabia — Luna intentó sonreír—. Lleva a Fio y a Franco a casa cuando tengas que trabajar. Da igual el día que sea.

—Luna... —en la oscuridad Matteo alargó la mano, esa mano grande, masculina, y Luna deseó apretarla.

—Mejor no.

—No puedo pedir y pedir continuamente sin darte nada a cambio.

—No es eso. Vas a pagarme —sonrió ella—. Estoy ahorrando dinero para ampliar el porche y para construir una casita de madera para los niños. Bueno, en realidad había pensado vender la casa y comprar una en el pueblo. Así estaría más cerca de los niños... de la mayoría de los niños.

—Los dos sabemos que eres tú la que está siendo generosa. Así que yo reformaré tu porche y te haré la casita. Sólo tendrás que pagar los materiales —se ofreció Matteo—. Tengo que abrir un negocio en este pueblo y eso podría servir como publicidad.

—Muy bien, de acuerdo.

—Si no me ha salido algún trabajo importante...

—No te preocupes, te entiendo. Tienes que mantener a tu familia. Pero puedes hacerlo por las noches. Una noche yo preparo la cena, otra la llevas tú.

—Gracias, Luna. No sé qué decir... —la voz de Matteo se había vuelto ronca. No ronca de deseo, sino de gratitud. La gratitud de un hombre que había estado solo demasiado tiempo.

—Tengo que irme. Buenas noches, Matteo.

«Optimista de nuevo», le dijo una vocecita mientras se alejaba.

Estaba poniéndose en peligro; era tan inevitable como las olas que golpeaban la playa a sus pies. Después de dos años viviendo una existencia como en sueños, estaba viva otra vez, pero... ¿A qué precio?

En un solo día había descubierto que Matteo Balsano tenía poder para romperle el corazón, pero no podía hacer nada sin dañar a sus hijos o empeorar su sufrimiento.

El corazón contra la conciencia. No, no tenía alternativa y sabía que, fuera cual fuera el precio que pagase por aquella decisión, iba a ella con los ojos abiertos. O eso esperaba.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora