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Volvieron a casa en cuanto Matteo recogió las pizzas que había pedido por teléfono. Pero, en el camino, Luna se dio cuenta de que la capa de falsa serenidad con la que se había recubierto estaba empezando a resquebrajarse.

¿Por qué había tenido que besarla? Con ese beso había despertado su deseo y, con él, el dolor y la furia porque ese deseo no podía llegar a ningún sitio.

Pero pensar en ello no servía de nada. No, eso la llevaría al agujero en el que había vivido durante meses tras la muerte de su hijo. Aceptar la realidad y seguir adelante era la única opción.

—Lo siento, Luna —dijo Matteo entonces—. Te he mentido sobre las razones por las que vine a vivir aquí y sobre mi trabajo. No iba a Montesilvano por cuestiones profesionales, estaba buscando a Ámbar.

—Lo has hecho por Fede. No te disculpes por poner a tu familia antes que nada. Yo habría hecho lo mismo.

—Gracias.

—¿Vamos a tu casa, Lu? —le preguntó Franco, con la boca llena de pizza.

—No, esta noche no. Pero nos vemos mañana, ¿Te parece? Tu papá tiene que irse a casa para hablar con Fede.

Franco asintió, con ese don que tenía para aceptar la vida como era, y siguió manchando de queso el asiento de seguridad. Fiorella estaba intentando darle un trozo de pizza a su nueva muñeca. Otro regalo. Regalos que, seguramente, Matteo les habría hecho a menudo para compensarlos por mudarse a setecientos kilómetros de su casa para buscar a una mujer que no era su madre.

—¿Qué le habías comprado a Fede?

—Una bicicleta.

Ah, claro, una bicicleta. Tenía que ser así. Irónicamente, su tío Gary y ella parecían estar allí para arruinar la relación de Matteo con su hijo.

—La guardaré hasta que se le rompa la que tiene. Lo llevaré al centro comercial y le diré que puede elegir el regalo que quiera... dentro de un límite —sonrió Matteo.

—No tienes que disimular conmigo —dijo Luna entonces—. Debes de estar furioso o al menos disgustado por la noticia de que esa mujer no era Ámbar.

«Su mujer. Eso es, Luna, recuerda que Matteo sigue casado».

—Me enteré hace una semana y no voy a fingir que no me dolió. Pero no como tú crees —contestó él, mientras detenía el coche frente a la casa.

¿Luna? ¿Eres tú?

Esa voz tan familiar hizo que Luna volviera la cabeza, perpleja. Como en un sueño, vio a un hombre alto acercarse a la puerta del coche...

¿Simón? ¿Qué haces aquí?

El rostro de rasgos mexicanos, tan parecido al de Luciano, se iluminó con una sonrisa irresistible.

—¿Dónde iba a estar el día de nuestro aniversario?

Simón abrió la puerta del coche y tiró de ella para estrecharla entre sus brazos. Matteo arrancó de nuevo y se dirigió a su casa. Se negaba a mirar por el espejo retrovisor mientras Luna abrazaba a un tipo que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba con otro hombre...

¿Qué era aquello, una broma, otra vuelta de tuerca? No sabía que Luna siguiera teniendo relación con su ex marido. «Por eso estaba tan rara hoy. Porque era el día de su aniversario».
Pero le había preguntado a Simón qué estaba haciendo allí y parecía realmente sorprendida.
Ella no sabía que iba a aparecer.

¿Qué significaba eso...?

Las luces de su casa estaban encendidas y había una caravana aparcada enfrente. La caravana que Antonio y Sylvana, los padres de Ámbar, usaban para ir de un lado a otro cada vez que recibían una llamada de la policía diciendo que alguien creía haber visto a su hija. De modo que Federico debía de haberlos llamado por teléfono. Pero no, aunque los hubiera llamado, Antonio y Sylvana no podían haber llegado a casa antes que él...
¿Qué estaban haciendo allí?

Eran más de las once cuando por fin Matteo vio a Luna dirigiéndose hacia él por el jardín. Cómo había sabido que acudiría... no estaba seguro. No se habían visto allí desde la primera noche. Quizá era su loca esperanza. O un milagro. Pero lo único que sabía era que estaba allí.

Llevaba cuarenta y cinco minutos esperando, desde que Antonio y Sylvana se fueron por fin.

—Esperaba que vinieras —dijo, ofreciéndole una copa de vino blanco.

—No estaba segura —suspiró ella, dejándose caer sobre la manta—. Llevo media hora discutiendo conmigo misma. No quería empeorar las cosas con Fede.

—Los padres de Ámbar han estado aquí esta noche.

—¿Y cómo se han tomado la noticia?

—Mal, como siempre. Y ha sido peor que nunca. He tenido que pedirles que no llamen a Fede para decirle que su madre sigue viva, para decirle que la culpa de todo la tengo yo. Les han dicho a los niños que yo no trataba bien a Ámbar...

—Qué horror.

—En su esfuerzo por mantener vivo el recuerdo de su hija les han hecho mucho daño a los niños.

—Matteo... ahora entiendo que Fede estuviera intentando castigarte.

—Y que Fiorella tuviese miedo de mí. Yo no entendía por qué —suspiró Matteo—. Están tan desesperados que no saben controlarse. Han montado una bronca delante de los niños... Fede les contó que yo había contratado a un detective y se han atrevido a echarme en cara que no lo hiciera antes, pero...

Matteo no terminó la frase. Había una línea entre la confianza y la traición. No podía contarle a Luna que Ámbar lo había dejado cargado de deudas.

Se lo había dicho así a los padres de su ex mujer, pero no sirvió de nada. No le creyeron cuando les dijo que no tenía dinero para pagar a un detective hasta unos meses antes. Se agarraban a la imagen de hija perfecta que tenían de ella y a su odio hacia Matteo como si fuera un salvavidas.
Y quizá lo era.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora