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Fede entró en la casa con su habitual actitud pasivo-agresiva y Matteo supo lo que iba a decir antes de que lo dijera:

—Papá, ha llegado una de esas cartas otra vez.

Los niños siempre lo dejaban solo mientras leía esas cartas. Aunque no sabían lo que significaban. Matteo se la llevó a la cocina y sacó una cerveza de la nevera. Las llamadas de teléfono eran positivas, alguien que creía haber visto a Ámbar... pero las cartas siempre llevaban información negativa.

Querido señor Balsano:

Lamento informarle de que hemos encontrado a la mujer en cuestión y es imposible que sea su esposa. Su nombre es Jazmín Carbajal y vive en el Parque Nacional de Ortona con su familia. Lleva dieciocho años viviendo allí y en los doce últimos años ha tenido cuatro hijos...

Las palabras se convirtieron en un borrón.
Todo había terminado. La única pista en los últimos dieciocho meses y no había conducido a ninguna parte. Matteo se tomó la cerveza de un trago, pero no le sirvió de nada. El alcohol no podía calmar su dolor, la sensación de que un capítulo de su vida que debería cerrarse seguía abierto. El frío viento de la incertidumbre, del abandono, la sensación de estar bajando por una escalera oscura volvía a ahogarlo. A menos que hiciera algo al respecto.

Tras cerrar la puerta de la cocina, Matteo levantó el auricular del teléfono para hacer una llamada que debería haber hecho un año antes.

Una semana después

Tenía que dejar de mirarlo. Aquello era ya casi una perversión. Aunque no quería, encontraba razones para sentarse cerca de la ventana o para mirarlo cada vez que pasaba. Que era demasiado a menudo. Pero aquel hombre era tan bello como la personificación del David de Miguel Ángel...

¿No iba a acabar nunca esa ola de calor?, se preguntó Luna. Habían pasado nueve días; nueve días de interminable sofoco, con Matteo quitándose la camisa para trabajar... Si se dejara la camisa puesta, no sería tan difícil. Podría dejar de mirar aquella piel bronceada y cubierta de sudor, esas sonrisas que le dedicaba cada vez que pasaba por delante con los niños. Pero no.

De modo que tenía que echar mano del plan B: apartarse de la línea de fuego.

—Voy a sentarme en la mecedora del porche —anunció a los niños.

Sí, allí estaría más segura. Además, durante la última semana Fede había empezado a participar más en los juegos... y a desaparecer menos. Parecía haber aceptado su vida en Pescara y empezaba a portarse más como el hermano mayor, en lugar de gritar a los niños todo el tiempo. Pero Luna no sabía a qué era debido el cambio.

—¿Será el colegio?

—¿Qué?

Ella levantó la cabeza, sorprendida. Matteo estaba a su lado, en el porche. ¿Por qué no se ponía la camisa?

—No, estaba hablando sola... me preguntaba si el cambio que se ha producido en Fede será debido al colegio.

—No lo sé, eso espero. Bonita colcha. Bonita y suave. Y me gusta mucho el dibujo marrón.

—Es un patrón muy popular por aquí... —Luna se abanicó con la mano—, y como estamos en otoño...

¿Te pasa algo? ¿Te está afectando el calor?

Cuando le hablaba así, en ese tono tan cariñoso, se olvidaba de todo. Del pasado, del dolor, de todo salvo del deseo que sentía por él.

«No puedes tenerlo. Ni siquiera puedes tocarlo»

Debería ser yo quien te hiciera esa pregunta, ya que estás todo el día sin camisa —replicó, airada—. Si te la pusieras no me pincharía tantas veces con la aguja... —Luna no terminó la frase, horrorizada.

Él estaba mordiéndose los labios, pero no podía disimular una sonrisa. En sus ojos había un brillo de burla y algo más profundo y, definitivamente, masculino.

No sabía que eso te molestase. Me la dejaré puesta, no te preocupes.

Luna había cerrado la boca. Pero después de dos semanas deseando que se pusiera la maldita camisa, deseó no haber dicho nada.

Matteo, en cambio, la miraba pensativo. Era curioso que la primera vez que la vio le pareciese una mujer normal. Como las flores del campo; eran bonitas, pero uno podía verlas por todas partes. Ahora, sin embargo, le parecía la mujer más bella del mundo. La suya era una belleza que no podía crearse con maquillaje. Estaba en el brillo de sus ojos, en su expresión, en cómo ladeaba la cabeza cuando hablaba con él... y tenía una sonrisa radiante, sobre todo cuando jugaba con los niños o se apartaba la coleta.

Si él pudiera desatar esa coleta, si pudiera tocarla toda. Ser libre de tocarla, ser un hombre otra vez...

Los niños estaban jugando en una alfombra de plástico que Luna había colocado sobre la hierba y regado con la manguera para que pudieran deslizarse como en un tobogán.

—¿Vamos a jugar con ellos? —sugirió.

Luna asintió con la cabeza.

—¡Vamos a hacer el tren! —gritó Matteo—. ¡Les voy a ganar a todos!

Cuando vio que Fio y Fede corrían para colocarse los primeros se le encogió el corazón. Sus hijos iban a jugar con él... Matteo tropezó deliberadamente y cayó sobre la hierba mojada.

—¡Mierda!

Cuando levantó la cara manchada de barro, sus hijos se partieron de risa.

—¡Levántate, Balsano! ¡Tenemos que hacer el tren!

Matteo sonrió al ver a Luna mirándolo como una impaciente maestra de escuela. Ella le ofreció su mano, pero cuando estaba levantándose lo soltó, dejando que cayera sobre la hierba de nuevo.

—¡Ja!

Franco y Fio se partían de risa.

—¡No se puede levantar solo! —gritaba Fede.

Matteo miró a la instigadora de la escena, que le hizo un guiño conspirador.

—Me las pagarás —la amenazó.

—Promesas, promesas —bromeó Luna—. Pónganse en fila, niños. Vamos a hacer el tren. Y esta vez yo soy la conductora.

Con una sonrisa, Matteo se levantó y se unió a Fede, que se había colocado el último... Que Luna hubiera evitado que la tocase al ponerse la primera le daba igual. Durante media hora tenía a su familia con él, a su familia feliz, y ése era un regalo maravilloso.

Otro milagro de Luna Valente.

Corazón De Madre ➳ Lutteo [Adaptada] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora